de que Jaime II pudiera haber dirigido este movimiento, lo cual parece lo más lógico, este es un signo más de la cercanía del nuevo instituto al monarca.
50. ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, doc. 154, ff. 123v-124v.
51. ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, doc. 204, f. 168v.
52. H. de Samper: Montesa Ilustrada, vol. II, p. 460; J. de Villarroya: Real Maestrazgo de Montesa, vol. 1, pp. 153-154 y 168. Para las referencias archivísticas al capítulo de 25 de mayo de 1330, vid. supra, n. 1. Un esquema gráfico de la distribución de las rentas acordadas en el capítulo, en L. García-Guijarro Ramos: Datos para el estudio de la renta feudal de Montesa en el siglo XV, Valencia, Institución Alfonso el Magnánimo, 1976, cuadro I, p. 133.
53. Sobre los avatares del infante Juan, vid. J. E. Martínez Ferrando: Jaime II de Aragón. Su vida familiar..., vol. I, pp. 141-151.
54. Un análisis de este diseño, que permitió la existencia de órdenes propiamente dichas, en L. García-Guijarro Ramos: «Commanderies and Military Orders in the medieval Iberian peninsula: A conceptual overview», en M. Rojas Gabriel (ed.): La conducción de la guerra en la Edad Media: historiografía y otros estudios, Cáceres, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, en prensa.
55. Los comendadores eran los encargados de los distritos de Peñíscola, Sueca, Tenencia de las Cuevas, Chivert, Burriana, Tenencia de Culla, Perpuchent, Onda, Villafamés, Ares y Ademuz-Castellfabib.
56. AHN, SOM, Perg., Montesa, P 908. El número total de freires citados es de quince, pero frey Sanz Pérez del Ros no era conventual, sino comendador de Burriana, probablemente en visita al convento central en ese momento.
LA ORDEN DE CALATRAVA EN EL CONTEXTO DEL NACIMIENTO DE MONTESA
Carlos de Ayala Martínez Universidad Autónoma de Madrid
PLANTEAMIENTO
El nacimiento de la Orden de Montesa es obviamente consecuencia directa del proceso de disolución del Temple. Pero esta evidente asociación resulta insuficiente a la hora de explicar aquel nacimiento. Detrás de la disolución del Temple, y por tanto del nacimiento de la Orden de Montesa, hay todo un conjunto de circunstancias, un contexto que nos obliga a ampliar un poco el foco de análisis y que, en definitiva, constituye la trama explicativa para el estudio de todas las órdenes militares en el decisivo primer tercio del siglo XIV.
Esa trama explicativa se articula sobre la base de tres procesos distintos pero que afectan a todas y cada una de las órdenes militares:
1. El cuestionamiento de su papel a raíz del fracaso de las cruzadas tras la caída de Acre en 1291, un cuestionamiento generalizado que se traduce en críticas, advertencias y proyectos de reforma.
2. La voluntad generalizada entre las monarquías de Occidente de acelerar procesos de integración política que apuntaban directamente a las órdenes militares y que aspiraban a su control por parte de las respectivas coronas.
3. La intensificación de la tensión interna en cada una de las órdenes militares, orientada hacia una redefinición de sus estructuras en la que el protagonismo nobiliario adquiere cada vez mayor presencia.
Este cuadro que afecta al conjunto de las órdenes militares puede ejemplarizarse en una de ellas, la de Calatrava, que a lo largo de este primer tercio del siglo XIV vive con intensidad una dinámica conflictiva coincidente con el largo y complejo maestrazgo de García López de Padilla (1297-1336), y en la convendrá contextualizar, y en buena parte explicar, el nacimiento de la Orden de Montesa.
CRÍTICAS Y FÓRMULAS ALTERNATIVAS
Las críticas a las órdenes militares son antiguas, anteriores a la caída de Acre. Ya eran una realidad después de la derrota de Hattin, e incluso con anterioridad,1 pero es cierto que a raíz de aquel acontecimiento, el de la caída de Acre, esas críticas arreciaron y se tradujeron en búsqueda de fórmulas alternativas que devolvieran su eficacia a las milicias.2 La más conocida de todas ellas, y que involucra a la Orden de Calatrava, es el proyecto luliano de la Orden de la Milicia formulado en 1305. Todas las órdenes militares, empezando por templarios y hospitalarios y acabando en todas las peninsulares, se reunirían bajo el liderazgo de un bellator rex, un hijo de rey que debería acabar ciñendo la corona de Jerusalén.3
Estos proyectos nunca se materializaron, desde luego no en lo que se refiere a las órdenes militares peninsulares, y de manera muy imperfecta y lenta por lo que respecta a Temple y Hospital, cuando la disolución de la primera en 1312 comportó el teórico traspaso de sus bienes a la del Hospital. La razón del fracaso es que los reyes occidentales no veían con buenos ojos la concentración de tanto poder en una sola institución, a menos que quedara bien clara su directa dependencia respecto a la Corona.
Los papas, que habían defendido algunos de estos proyectos de unificación, hubieron de plegarse a la negativa de los reyes, pero eso no les impidió que intensificaran sus críticas sobre la ineficacia de las órdenes militares. De hecho, en 1320, ante los rumores que circulaban, Juan XXII ordenaba a su legado en la Península que investigara en qué se gastaban santiaguistas, calatravos y alcantarinos sus rentas y por qué desatendían la defensa de la frontera granadina.4 Más adelante, en 1327, el propio papa denegaba a Alfonso XI la creación de una nueva orden en Castilla al estilo de Montesa o Cristo, porque dudaba mucho de que pudiera tener alguna utilidad.5
El escepticismo del papa acerca del valor de las órdenes militares, en el caso concreto de la de Calatrava, pudo verse reforzado por el proceso al que fue sometido en 1325 ante la corte real su maestre, García López de Padilla, imputándole cargos tan graves como dejación de fortalezas fronterizas y huida del propio escenario del combate. El resultado del proceso fue su deposición.6
PROCESOS DE INTEGRACIÓN POLÍTICA
Este clima de desconfianza y de desapego papal hacia las órdenes militares fue decisivo para que los reyes aceleraran sus procesos de integración política, incluyéndolas en ellos. El razonamiento era evidente: si las órdenes militares no eran eficaces es porque los maestres no eran los hombres idóneos para dirigirlas, y ello se resolvía interfiriendo en los procesos de elección y nombrando a aquellos que, desde la fidelidad a la Corona, pudieran servirla eficazmente con sus recursos.7
Este fenómeno de mediatización, cuyos antecedentes hay que situar ya a mediados del siglo XIII, se vio particularmente intensificado a partir de la disolución del Temple y de las difíciles circunstancias que acompañaron el destino de sus bienes; y desde luego el fenómeno fue, como no podía ser de otro modo, especialmente visible en la Península Ibérica. Se manifiesta en ella básicamente de dos formas no excluyentes. La primera, mediante la creación de órdenes militares fuertemente dependientes de la realeza, siendo paradigmáticos los casos de Montesa en 1317 y de Cristo en 1319. Y la segunda, mediante procesos de reorganización interna promovidos por la Corona y tendentes tanto a racionalizar recursos como a garantizar la movilización