AAVV

Santa María de Montesa


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sobre la catástrofe, con lo que hace –también– las veces de balance sobre el asunto. Pero el trabajo va más allá, al analizar la voluminosa información que el suceso generó y el intenso contacto que mantuvieron las autoridades locales y provinciales con el Consejo de Castilla (en la persona del marqués de la Ensenada), lo que hizo posible que desde la Corte se pudieran evaluar los daños con cierta precisión y acometer el socorro de forma razonablemente proporcionada. Pese a la impotencia frente a los «elementos enfurecidos», los diferentes niveles de la administración, renovada después de la Guerra de Sucesión, reaccionaron con relativa rapidez, desplegando numerosas acciones para paliar daños y atender a la población (lo que, muy probablemente, constituiría la base de experiencia necesaria para afrontar la nueva calamidad de 1755)... y, aunque, paralelamente –signo de los tiempos– no se dejaron de lado las devociones tradicionales como forma de conjurar el peligro.

      El cuarto encuadre temático de la obra acoge, bajo el epígrafe general de «Los montesianos», diversos trabajos dedicados directamente a algunos de los miembros de la Orden, ya a sus peripecias vitales o a determinados aspectos de estas, tanto en relación con su actividad de freires como respecto de su participación política en la sociedad de sus respectivas épocas. Por ello, estos artículos proporcionan igualmente resultados de gran interés, al tratarse de personalidades no solo vinculadas a la corporación, sino también reflejo de la nobleza del Reino de Valencia.

      Alguna de las aportaciones tiene un enfoque más general, caso de la aproximación que hace el profesor Vicent Pons Alós a la nobleza de la ciudad de Xàtiva como espacio social de linajes con miembros de la Orden durante los siglos XV y XVI. El autor reúne una detallada información sobre las familias nobiliarias de dicha urbe y la sistemática presencia de algunas de ellas en cargos del más alto nivel en Montesa, manteniendo estas al tiempo la alianza con otros miembros laicos del grupo familiar al servicio de la Corona.

      En ese contexto de origen setabense se encuentra el protagonista del estudio realizado por José L. Ortega sobre la trayectoria vital y ascenso social al servicio de la monarquía Trastámara de uno de esos linajes: los Despuig, estrechamente ligados a Montesa durante los siglos XV y XVI. El autor presenta un nuevo balance sobre la figura del maestre frey Lluís Despuig durante la segunda mitad del Cuatrocientos. Un personaje ya objeto de estudios anteriores, en parte desde el punto de vista de su carrera diplomática y militar al servicio del rey Alfonso el Magnánimo y como mecenas cultural al final de su vida en la capital valenciana, donde llegó a ser virrey. Ortega aporta una actualización de su trayectoria personal, pero enmarcada en los procesos de ascenso social típicos del siglo XV. La relación del caballero y del linaje con el Estado y el servicio a la Corona se convirtieron en un mecanismo fructífero de ascenso social personal para personajes de la nobleza valenciana, caso del propio Alfonso de Borja, papa Calixto III, también con raíces en Xàtiva.

      Precisamente, Santiago La Parra López nos ofrece una visión panorámica de la amplia y significativa presencia de la familia Borja en la Orden de Montesa. En sus propias palabras: no escribe sobre «Montesa y los Borja», sino sobre «los Borja en Montesa», lo que le lleva a situar la Orden en el horizonte de intereses de una familia que alcanzó las más altas dignidades terrenales y –casi– celestiales. Una vinculación que, por ejemplo, se tradujo en el monopolio del cargo de comendador mayor durante siglos. Pero Montesa no debía de ser la principal puerta de acceso de la familia al mundo de las órdenes –y de sus encomiendas–, condición que acabó correspondiendo a la tenida por más apetecible, la de Santiago. Y ello pese a la elevada devoción que el tercer duque tenía por «la cruz de Montesa», que, como escribió a su hijo santo en 1528, «por ninguna otra se debe dejar».

      Otro de estos «montesianos» relevantes fue el lugarteniente general de Montesa don Josep de Cardona i Erill, personaje de interesante trayectoria a quien dedica su contribución Maria Salas, combinando trabajos ya publicados con algunas fuentes de archivo. Fue el último lugarteniente con los Habsburgo hispanos y, como destacado austracista, en la Guerra de Sucesión recibió el cargo de virrey de Valencia de manos del archiduque Carlos. A consecuencia de la contienda resultó despojado de hábito y encomienda, pero pudo gozar de un cómodo y reconocido exilio en la Corte de Viena, que tan bien conocía por haber desempeñado en ella diversas misiones desde temprana edad; incluso recuperó su encomienda montesiana tras la paz de 1725, poco tiempo antes de morir. Para un noble con poco más patrimonio que los lazos que en su juventud había trabado en la Corte austriaca, la carrera en Montesa fue un elemento esencial para su promoción política y social.

      Cierra la relación de contribuciones sobre los montesianos una de las más novedosas. Se dedica a quien posiblemente cabe considerar como el segundo caballero montesiano más importante y reconocido de la época moderna (siendo el primero el maestre Galcerán). Nos referimos a don Cristóbal Crespí de Valldaura, vicecanciller de Aragón y asesor general de la Orden durante décadas. De su relevancia da cuenta, sin ir más lejos, que haya merecido la atención en este volumen de Jon Arrieta y de Laura Gómez. La recibe también de Josep Cerdà i Ballester. Don Cristóbal escribió, además de la obra jurídica ya mencionada, un interesante Diario de su ejecutoria como presidente del Consejo de Aragón que ha sido recientemente publicado. Pero fue autor también de un curioso texto manuscrito, de un cuaderno de anotaciones –por su estructura es también posible calificarlo como diario, segundo diario– en el que hace referencia al cumplimiento de sus obligaciones, precisamente, como caballero de Montesa, hasta ahora por completo desconocido y presentado aquí en primicia.

      Finalmente, y en un último apartado, hemos reunido tres textos que podemos situar en el entorno de la Orden de Montesa durante la Edad Moderna o bien ya en su final, durante el siglo XIX. Oportuno ánimo comparativo tienen dos estudios que traen a colación el alcance europeo de las estructuras sociales, políticas e ideológicas forjadas en torno a las órdenes ibéricas en la época moderna. Así, Fernanda Olival presenta el contraste de la Orden valenciana con la Orden de Cristo, nacida en muy similares circunstancias, exactamente con la misma cronología, igualmente a iniciativa de la Corona, y también heredera del Temple. La imagen es, sin embargo, por completo diferente, siendo el distintivo de la Orden de Cristo durante la época moderna (y sobre todo entre finales del XV y finales del XVI) reivindicar la primera línea en la defensa de la Iglesia católica contra los enemigos de la fe..., si bien, al cabo, tal reivindicación fue más retórica –proclamada en los textos definitorios– que efectiva en la guerra. Lo que, por cierto, comprendía a los infieles musulmanes pero también a los piratas o protestantes que amenazaban las costas portuguesas y brasileñas.

      Un objetivo distinto y referencias de comparación también diferentes (las milicias castellanas) enmarcan la contribución de Anne Brogini. Analiza, a partir de la vinculación de la Orden de San Juan de Jerusalén con la monarquía hispánica desde la enfeudación de Malta (1530), el refuerzo del carácter mediterráneo de dicha orden, el peso –económico y humano– de las «lenguas» españolas sobre el conjunto de la institución, la relación con la política militar hispánica y la difusión entre los caballeros y en el conjunto de la Orden de los valores nobiliarios y de cruzada. Y en este proceso de aristocratización queda clara la paulatina adopción por parte de las diferentes lenguas, por directa influencia de las órdenes españolas, de los estatutos de limpieza de sangre.

      Por último –lugar que le corresponde solo por cronología–, el estudio de Hipólito Sanchiz reconstruye la deriva de las órdenes militares hispanas después del final del Antiguo Régimen y los sucesivos procesos desamortizadores, cuando, perdido todo patrimonio y jurisdicción, fueron quedando limitadas –lo siguen estando ahora– a la condición de instituciones honoríficas. La personalidad del autor, caballero de la Orden de Montesa, le ha permitido trabajar con fondos documentales de no fácil acceso normalmente, y el empeño ha sido acometido con respeto a las fuentes. Se trata, seguramente, del más completo intento de establecer lo ocurrido en esa menos alejada en el tiempo y tan distinta etapa de la historia de las cuatro órdenes –Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa– hasta el día de hoy.

      Este largo recorrido por la Orden de Montesa tiene la virtud no solo de confirmar su importancia en la historia del Reino de Valencia, sino también de subrayar la necesidad de contar con ella en prácticamente cualquier investigación sobre este en la Baja Edad Media y la Edad Moderna.