investigación, aguarda a la Orden: historia de las instituciones; historia política y jurisdiccional; proyección de sus miembros en la sociedad valenciana, en la Corona de Aragón y en la monarquía hispánica; administración y gobierno de su patrimonio territorial; difusión de corrientes artísticas y culturales en su territorio; contribución a la forja de elementos definidores de la personalidad del Reino; sin olvidar su, por momentos precaria, supervivencia, junto a las otras órdenes militares, en el mundo contemporáneo. Montesa, la Orden de Santa María de Montesa y San Jorge de Alfama, es y seguirá siendo en el futuro un venero inagotable de arte, patrimonio y cultura, y un hito en la historia valenciana; pero también –y no menos importante– un atractivo objeto de investigación.
Enric Guinot | Fernando Andrés | Josep Cerdà | Juan F. Pardo |
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I
ORÍGENES Y CONTEXTO
ALGUNOS ASPECTOS SOBRE LA EXTINCIÓN DEL TEMPLE Y LOS ORÍGENES DE MONTESA, 1294-1330
Luis García-Guijarro Ramos Universidad de Zaragoza
La supresión canónica de la Orden del Temple en el marco del concilio de Vienne el 22 de marzo de 1312, la fundación de la Orden de Montesa por bula papal de 10 de junio de 1317, su establecimiento efectivo el 22 de julio de 1319 y su subsiguiente inserción social e institucional en el Reino de Valencia durante la década de 1320 hasta la celebración del relevante capítulo general montesiano del 25 de mayo de 1330, broche que cerró la fase inicial de asentamiento y articulación, son jalones todos ellos que suscitan una serie de preguntas básicas relativas a aspectos estructurales profundos que otorgan sentido a la aparición del nuevo instituto,1 en definitiva, al por qué, cuándo, cómo y a través de quiénes tuvo lugar el conjunto de un proceso que discurrió a lo largo de poco más de dos décadas y estableció en los antiguos dominios templarios y hospitalarios valencianos una nueva orden militar de cuño monárquico que contrastaba grandemente con el universalismo de sus predecesoras.2
La acción coordinada que, durante la madrugada del viernes 13 de octubre de 1307, puso en manos de agentes reales de Felipe IV, Capeto, las distintas encomiendas templarias en el Reino de Francia y propició el apresamiento de los freires fue, sin duda, una actuación simbólica de un cambio de época marcado por la crisis de poderes universalistas, en este caso la Iglesia romana, y el afianzamiento dominante de unas monarquías que habían ido fortaleciendo su control sobre complejos haces de dependencias articuladoras de la vida política de los territorios.3 No es este el momento de centrarnos en la fulgurante intervención del monarca capeto sobre el Temple, sino de incidir en la rápida respuesta de Jaime II de Aragón en tierras ibéricas y en las razones de tan sorprendente celeridad. En efecto, el 1 de diciembre, solo mes y medio después del putsch capeto, el rey decretó desde Valencia el arresto de los templarios de dicho reino, extendiendo la medida a Aragón y Cataluña al día siguiente; las instrucciones iban acompañadas de la prohibición de prestar socorro alguno a los freires.4 Entre los días 2 y 7 del mismo mes delegados regios controlaron las encomiendas de Valencia, Burriana y Chivert; la fortaleza de Peñíscola se entregó el día 12 sin apenas lucha. Por último, Ares y la Tenencia de las Cuevas quedaron sometidos al rey el 26 de diciembre.5
Los rápidos movimientos de Jaime II precisan una explicación plausible, si tenemos sobre todo en cuenta que el monarca no parecía albergar duda alguna sobre la religiosidad templaria y sobre el positivo papel de la Orden en sus dominios. Es cierto que el papa Clemente V había escrito a los monarcas de la cristiandad, y entre ellos al rey de Aragón, el 22 de noviembre instando al arresto de los freires, pero tal comunicación no fue leída por Jaime II hasta bien entrado enero de 1308;6 luego, por tanto, su decidida intervención en el asunto templario no pudo estar propiciada por la bula. Con anterioridad, en el momento en que sus agentes estaban ocupando las encomiendas valencianas, el rey notificó al papa sus decisiones, relacionándolas con informaciones de Felipe IV y otros acerca de las primeras confesiones de los freires al otro lado de los Pirineos.7 Razones tan claras y nítidas sobre el comportamiento monárquico de diciembre parecen formar parte de un discurso elaborado para satisfacer a Clemente V y justificar las medidas unilaterales llevadas a cabo sin mandato papal; no hay que aceptarlas sin más como impulsoras de la radical acción monárquica en Valencia. Sobre todo una vez que son tenidas en consideración intervenciones reales destacadas en favor del Temple en dicho reino durante la década de 1290 y los primeros años del siglo XIV. Noticias recibidas de lo que estaba aconteciendo en Francia habrían probablemente afectado a un gobernante menos comprometido con los templarios; en el caso de Jaime II es difícil aceptar que esta fuera la razón de sus actuaciones a comienzos de diciembre de 1307.8 De hecho, en la contestación del 17 de noviembre a la misiva del monarca capeto del 16 de octubre en la que anuncia el apresamiento de los freires, el rey aragonés mostraba asombro, dados los servicios prestados por el Temple contra los sarracenos y su estricta ortodoxia en el pasado y en su época; por ello, Jaime II se negaba a actuar sin mandato pontificio o sin que aparecieran pruebas concluyentes que sostuvieran las acusaciones.9 Debía, además, ser consciente el rey aragonés de la enorme influencia de Felipe IV sobre el pontífice, ya sugerida por uno de los embajadores de Jaime II en carta de diciembre de 1305, poco después de la entronización de Clemente V.10 Por ello, noticias de todo tipo relativas al hecho consumado de octubre de 1307 recibidas por el rey aragonés a lo largo del mes de noviembre debieron de ser enmarcadas por Jaime II en ese contexto de tensión entre poderes, apostólico y capeto, y en consecuencia matizadas en cuanto a la veracidad de las supuestas herejías templarias.
Alan Forey argumentó en su estudio pionero y todavía canónico sobre los templarios en la Corona de Aragón que, a partir de Jaime I, la generosidad real con el Temple se había contenido, alarmados los reyes ante las consecuencias del acuerdo de 1143, que cerró posibles reclamaciones de la Orden derivadas del testamento de Alfonso el Batallador a cambio de cuantiosas entregas en bienes y derechos dentro de los territorios conquistados a los musulmanes.11 Ello concuerda con el precario anclaje templario en tierras valencianas tras la toma de la ciudad de Valencia y del resto de la taifa andalusí.12 Esta contención real no puede, sin embargo, extenderse sin más al reinado de Jaime II,13 pues en el tránsito del siglo XIII al XIV la Orden del Temple vio grandemente acrecentada su presencia en el norte del Reino de Valencia, una franja de especial significado estratégico al ser la zona de confluencia geográfica de los tres dominios básicos de la Corona: Aragón, Cataluña y Valencia.
La primera actuación real data de 1294. En septiembre de ese año se produjo el concambio de la ciudad de Tortosa por dominios monárquicos del norte valenciano, tradicionales unos, caso del castillo de Peñíscola, otros recientemente adquiridos para tal