Clara Coria

Las negociaciones nuestras de cada día


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fascinante descubrir que había demasiadas cosas silenciadas en un tema que se impone cada vez más y que ya ocupa las carteleras de universidades y academias. No pude resistir la tentación de zambullirme en el trema cuando descubrí, con gran sorpresa, que no pocas mujeres de reconocida experiencia en los ámbitos políticos y empresariales caían en incomprensibles confusiones cuando debían defender intereses personales. Como una de ellas dijo:

      Soy una leona para negociar intereses ajenos y una liebre asustadiza para defender los propios.

      Resultaba más que evidente, a mis ojos de psicóloga entrenada para desentrañar conflictos, que las dificultades que presentaban muchas de ellas no eran producto de la inexperiencia ni de la falta de capacitación, ni mucho menos de la falta de inteligencia. Allí había algún misterio oculto.

      Decidí poner el foco en las negociaciones de la vida cotidiana porque consideré que era el espacio donde se producen los primeros mecanismos de negociación y ello me ofrecía la ventaja de captarlos en la desnudez de sus orígenes. La cotidianidad tiene algo en común con la selva virgen: está llena de vida pero también de riesgos que intuimos y no logramos percibir. En la cotidianidad —como en la selva— algunas de las sombras que nos protegen del sol ardiente son producto de peligros acechantes. El análisis de las «negociaciones nuestras de cada día» nos abre el misterio de lo encubierto, de la misma manera que la limpieza de vestigios arqueológicos deja al descubierto muchas de las huellas pasadas que condujeron al presente.

      En mi trayecto de escritura, el prólogo resultó ser el último tramo. Por eso estoy en condiciones de adelantar —a quienes al leer harán el recorrido inverso al que yo hice al escribir— que no fueron pocas las sorpresas que surgieron a lo largo de tres densos años de investigaciones. De ellas dejo constancia en los ocho capítulos que componen este libro. Luego de reiterados cambios en los que buscaba —no siempre con éxito— la estructura que consideraba más pertinente para presentar este tema, decidí organizar el libro en tres partes. En la primera, planteé los criterios más generales —probablemente polémicos— respecto de las negociaciones cotidianas. En la segunda parte me dediqué a puntualizar los elementos concretos sobre los cuales es posible operar para obtener mejores condiciones de negociación. Para ello, analicé los requisitos personales para negociar y los obstáculos más frecuentes con que tropiezan muchas mujeres. Dejé para la tercera y última parte dos temas que considero clave: las negociaciones «consigo misma» y las relaciones entre negociación y género. En el último capítulo hago especial hincapié en la diferencia entre altruismo y solidaridad. Esta diferencia explica muchas situaciones de la problemática femenina.

      Considero importante que las lectoras y los lectores cuenten con elementos para saber a qué atenerse cuando aborden el libro y evitar ser «tomados por sorpresa». Según mi criterio, es una forma de respeto y libertad. Consecuente con ello deseo señalar que este libro ha sido escrito desde una perspectiva de género en la cual se ha focalizado la problemática femenina. Sin embargo, ello no margina a los varones. Siempre he sostenido —y sigo sosteniendo— que lo que afecta a una mitad de la humanidad necesariamente afecta a la otra. Por lo tanto, no resulta sorprendente que, al dilucidar ciertos conflictos «femeninos» se abran también vías de esclarecimiento útiles para los varones. Sin ninguna duda, la posibilidad de llevar adelante investigaciones similares —también desde el género— que den cuenta de la problemática masculina, enriquecería y completaría el complejo espectro de las negociaciones entre mujeres y varones. Mi compromiso consciente —en el que he puesto mi mayor esfuerzo— ha sido desnudar los prejuicios encubiertos en los mandatos y las tradiciones sociales. Pero como yo también soy un producto social, he tratado de estar muy alerta respecto de mis propios prejuicios. Mi postura antidiscriminatoria no hace responsables a los varones por las discriminaciones que padecen las mujeres, sino al sistema de valores autoritarios y jerárquicos de los cuales no estamos exentos ni unas ni otros.

      Finalmente, este libro recoge las voces de infinidad de mujeres que fueron capaces de desnudar sus sentimientos más profundos creando, para su propia sorpresa, redes solidarias en las que podían reconocerse más allá de las diferencias culturales y personales.

      Este libro está destinado a mujeres y varones que anhelan un mundo más solidario. La solidaridad, como ya anticipé, no es un sueño utópico que navega al vaivén de la corriente de los tiempos ni tampoco una consecuencia ineludible de la herencia genética. Ni tan lábil ni tan estricta, la solidaridad es una construcción social y, como tal, requiere de la participación voluntaria de las personas que consideran que la paridad en los vínculos humanos es mucho más oxigenante que los privilegios. Elegir la solidaridad es, a mi juicio, una opción ética. Si se lograra que las negociaciones dejaran de ser concebidas como un campo de batalla, tal vez sería posible convertirlas en recursos útiles al servicio de la reciprocidad. Con esta intención escribí Las negociaciones nuestras de cada día.

I CONCEPTOS GENERALES

      1. Introducción

      Abordar las negociaciones nuestras de cada día es poner énfasis en todas aquellas tratativas que exceden el ámbito exclusivo de lo económico, lo comercial y lo político, ya que no se realizan exclusivamente en esos ámbitos. Las circunstancias de la vida cotidiana nos ponen en situación de tener que negociar de la mañana a la noche con la familia, con nuestras amistades, con nuestros compañeros sexuales y con nosotros mismos. Sin embargo, por muchos motivos que iremos dilucidando, no todas las personas tienen conciencia de ello. Algunas niegan que dichas negociaciones existan, pero lo mismo negocian sin advertir que lo están haciendo… y entonces lo hacen mal. Otras se avergüenzan de asumirlo explícitamente y pierden espontaneidad. Hay también quienes evitan cuidadosamente negociar y se convierten en corresponsables pasivas de lo que sucede a su alrededor. Sin embargo, el hecho de negarlas o eludirlas no las hace desaparecer ni les quita presencia; por el contrario, agrega no pocos obstáculos y perturbaciones personales en las relaciones.

      Sabemos que resulta inevitable abordar tentativas permanentes con las personas más cercanas en nuestros intercambios cotidianos por todo aquello que nos incumbe. Desde cosas tan generales y perentorias como la atención de los hijos, la distribución de las tareas domésticas, la administración del dinero, el empleo del tiempo libre, la atención de los mayores y enfermos, etcétera, hasta decisiones muy puntuales como el uso del coche familiar, la elección de los esparcimientos o simplemente dirimir quién se ocupará de preparar el desayuno los días festivos o quién tomará posesión del lado más disputado de la cama. A esto debemos agregar las no menos complejas tratativas a las que nos vemos obligados en nuestra vida de relación sexual. Desde la simple pero nada fácil explicitación de los gustos personales al respecto hasta las arduas negociaciones a las que se ven obligadas muchas personas, fundamentalmente mujeres, para intentar un «sexo sin riesgos». No son pocos los varones que se resisten al uso del preservativo con el argumento de «¿No confiás en mí?» ni tampoco son pocas las mujeres que ceden a las exigencias masculinas por temor a ser abandonadas.

      ¿Qué es negociar?

      Si tuviéramos que definir qué es lo que entendemos por «negociación» podríamos decir que las negociaciones no son ni más ni menos que todas aquellas tratativas con las que intentamos lograr acuerdos cuando se producen divergencias de intereses y disparidad de deseos. Es inevitable que existan divergencias, porque si bien los seres humanos somos semejantes en nuestras necesidades profundas también somos totalmente únicos en nuestra modalidad para satisfacerlas. El amplio espectro de intereses y deseos genera diferendos que reclaman ser resueltos de una u otra manera.

      Estos diferendos suelen ser mucho más conflictivos cuando surgen en situaciones donde los afectos ocupan un lugar destacado, lo cual sucede con mayor frecuencia en el ámbito privado. Es allí donde los afectos se convierten en el eje que da sentido a las relaciones, pero también es allí donde se suele aplicar la «lógica de los afectos» de manera indiscriminada y generar así graves confusiones y «empastes». Con frecuencia se confunde «querer bien» con «ser condescendiente», «amor» con «servidumbre», «solidaridad» con «altruismo». Estas confusiones son a menudo origen de grandes dificultades para llevar a cabo negociaciones en este ámbito. Ciertos