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ASALTO A LOS DIOSES
una novela por
Stephen Goldin
Traducción Publicada por Tektime
Asalto a los Dioses Copyright 1977 por Stephen Goldin. Todos los Derechos Reservados.
Arte de portada © Lunamarina | Dreamstime.com
Título original: Assault on the Gods
Traducido por: Glendys Dahl
Tabla de Contenidos
Dedicado a Dorothy Fontana,
por tantas razones, que haría falta escribir otro libro sólo para enumerarlas
“Deseo, por el amor de Dios, que Él no exista—
porque si es así, tiene una horrible cantidad de cosas por las que responder.”
—Philip K. Dick
CAPÍTULO 1
Exactamente como un niño necesita de sus padres, una sociedad inmadura necesita de sus dioses. La libertad siempre es difícil de manejar, y el peso de la auto-responsabilidad sólo puede cargarse después de alcanzar cierto nivel de sofisticación.
—Anthropos, La Divinidad del Hombre
La carretera, si es que se le puede llamar así, era un camino simple a través del cual el equivalente local de los caballos—bestias de seis patas llamadas daryeks—podían tirar destartalados carros de madera. Los baches causados por la erosión traída por las ruedas de los vagones tenían varios centímetros de profundidad y estaban cubiertos con agua, mientras que el resto de la carretera era fango. Sin tráfico durante la noche, Ardeva Korrell tenía el camino para ella sola. El planeta Dascham no tenía luna y el cielo nublado bloqueaba las estrellas, de modo que su universo era una oscuridad, sólo rota por la luz de la pequeña linterna eléctrica que llevaba mientras hacía el recorrido a pie.
“En el mundo ideal,” le murmuró a nadie en particular, “una capitana de astronave no debería fungir también como su propia patrulla guardacostas.” Y suspiró. Dascham estaba casi tan lejos de ser el mundo real como ella alguna vez esperó llegar. También podía desear tener su propia nave, un equipo competente y respeto hacia su rango y experiencia. Todos estaban igualmente distantes de la realidad.
Sobre ella, las oscuras nubes amenazaban con llover—lo cual no era algo inesperado, ya que llovía cada noche en las zonas pobladas de este planeta. Una brisa cortante acompañó a las nubes y congeló su espíritu, a pesar del uniforme espacial que la aislaba completamente, a excepción de su cabeza.
“Espero que Dunnis y Zhurat estén ebrios,” dijo. “Me dará mucho placer mañana gritarles a sus oídos resacosos y asignarles labores de castigo.” El pensamiento la calentó durante un momento, y luego murió al venirle a la mente su entrenamiento religioso. “‘La venganza alivia las frustraciones sólo en las mentes inseguras,’” citó. “‘La cordura no requiere equilibrar los desbalances naturales.’ Lo sé, lo sé. Pero a veces pienso que la vida sería muchísimo más divertida si estuviese un poco menos cuerda.”
Pensó en su cabina a bordo del Foxfire, que era cálida aunque estrecha, y en los libros que la esperaban allí. Este arduo andar a través del fango hacia una barriada para pasar buscando a un par de miembros del equipo ebrios, no era su idea de una placentera noche fría y húmeda en un mundo alienígena. Pero era necesario. Ella les había dicho que quería que regresaran dentro de cuatro horas; cuando habían pasado seis sin que ellos regresaran, supo que tendría que tomar acciones disciplinarias. El hecho de ser una capitana la ponía en una posición lo suficientemente precaria sin permitir que el equipo tome ventaja de ella.
Al menos, no tendría que caminar de regreso. Los daschameses generosamente le habían suministrado a la nave un pequeño carro para transporte desde y hacia el pueblo, pero los dos miembros errantes del equipo se lo habían llevado con ellos a la ciudad. El único otro medio de transporte además de la yegua de Shank era el bote salvavidas del Foxfire, excesivo para un recorrido de dos kilómetros.
Así anduvo, con el barro succionando sus botas al levantar cada pie, pensando de manera alternada entre su cama y los libros que estaban a bordo de la nave y sobre lo que podía hacerle a Dunnis y Zhurat si fuera una persona menos cuerda, en busca de venganza.
***
Repentinamente, arribó al pueblo. Por un momento, el brillo de su linterna únicamente le mostró campos abiertos y, después, toscas casuchas que servían de vivienda a los daschameses la rodeaban. El suelo bajo sus pies no era mejor por encontrarse dentro del pueblo, se encontraba revuelto por el volumen del tráfico que lo atravesaba a diario.
El asentamiento le parecía a Dev caótico, escuálido y depresivamente medieval—en resumen, idéntico a los tres otros que había visto desde que Foxfire llegó a Dascham una semana atrás. Había chozas en lugar de casas, las cuales habían sido construidas con un material con forma de caña, similar al bambú; las grandes grietas en sus paredes estaban rellenas con barro—apenas el mecanismo más cálido posible. No era de sorprender, entonces, que los daschameses usaran ropa pesada y gruesa. Era preciso hacer algo para evitar que la neumonía segara la raza. Los techos de paja, elaborados como lo que parecían ramas, posiblemente sólo evitaba la entrada del noventa por ciento del agua. Dev se preguntaba si los daschameses morirían si se mudaban a un clima templado; incluso sus amplios y planos pies parecían estar adaptados para caminar sobre el barro.
Dev sacudió su cabeza. Le deprimía ver seres inteligentes viviendo en tal estado de pobreza física. Algo de su carácter racial se había perdido,