Stephen Goldin

Asalto A Los Dioses


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      “¿Y acaso los demonios lo escucharían? ¿Cómo espera ganarse su simpatía si ellos se oponen a la vida?”

      “Los dioses dicen ser buenos, aunque los he visto hacer cosas que inclusive ellos dicen ser malas. Dicen ser sabios, aunque a veces actúan tontamente. Estoy aprendiendo a no creer todo lo que me han dicho los dioses.”

      “El comienzo de la sabiduría,” Dev murmuró—pero muy calladamente, de manera que el traductor no lo captara.

      Grgat continuó, obviando la observación de Dev. “Los dioses dicen que los demonios no tolerarían la vida—aunque ustedes vienen de los cielos y son tolerados, aunque no son demonios ni dioses. Los dioses dicen saberlo todo sobre Dascham, aunque obviamente no saben qué estamos diciendo ahora, porque ya nos hubieran aplastado mucho antes de esto.”

      “¿Cómo sugiere que encontremos a los demonios?” preguntó Dev.

      “No lo sé,” admitió el nativo. “¿Alguna vez has visto alguno?”

      “He conocido a muchos seres que podrían ajustarse al término, pero probablemente no sean a quienes tienes en mente.”

      “¿Sería posible que me ayudes a buscarlos? Te pagaré bien.”

      Al escuchar la palabra “pago”, Larramac se enderezó en su asiento. Prestó atención más cuidadosa a la úrsida figura de Grgat mientras dijo, “¿Pagar? ¿Cómo? No sabía que los daschameses tuvieran algo con qué pagar. No parecen particularmente adinerados.”

      “Sería después de destruir a los dioses, por supuesto. Si dejamos de servirle a los dioses, podríamos trabajar para pagarles nuestra deuda. Hay minerales que los dioses consideran valiosos, y algunos de ellos ustedes podrían también considerar vender. Podríamos darles mucho más que eso como pago por nuestra libertad.”

      En ese momento, el astrogador de la nave, Lian Bakori, entró con una bandeja de comida para el prisionero. Al darse cuenta del la expresión ansiosa del rostro de Grgat al mirar la comida, Dev consideró que sería mejor interrumpir el interrogatorio por los momentos. Todos estaban exhaustos y necesitaban reposar. Luego que Bakori dejó la bandeja, ella salió de la cabina, al tiempo que hizo un gesto para que el propietario de la nave y el astrogador salieran delante de ella.

      Una vez más estando afuera, Dunnis se le acercó. “Mire lo que encontré, capitana.”

      El pequeño trozo de metal que sostenía en su mano extendida tenía menos de dos centímetros de longitud tenía menos de dos centímetros de longitud. Aunque tenía un pequeño conjunto de patas para movilizarse, obviamente era artificial.

      “¿Dónde lo encontró?” ella preguntó.

      “En la bodega, mientras limpiábamos. Usted tenía razón, creo que es uno de los bichos que los dioses usan.”

      Dev estaba muy cansada como para sentir regocijo por el hecho de que sus presunciones eran correctas. Sólo inhaló profundamente y dijo, “¿Puede hallar la frecuencia en la que transmiten?”

      “Puede tomar un ratito, pero… sí, puedo hacerlo.”

      “Bien. Hágalo de inmediato. Luego necesitaré que construya un dispositivo emisor de interferencias de manera que pueda apagar los deflectores meteoroides. Estamos consumiendo la energía de la nave.”

      “Sí, Capitana. Eso puede tomar un rato.”

      “Tómese todo el tiempo que necesite, hasta las 0730 de esta mañana. Luego de esa hora, deberá estar listo.”

      “Pero Capitana, no he dormido nada y las pruebas....”

      “Si usted no hubiese estado afuera holgazaneando con Zhurat, nada de esto sería necesario. Las pruebas son relativamente sencillas—Tengo algo de conocimientos sobre ingeniería. Puedo hacer las pruebas y construir el emisor de interferencias en unas quince horas; espero que usted, con su experiencia especial en la materia, lo haga en la mitad del tiempo.”

      Dunnis abrió su boca para seguir protestando, pero Dev lo interrumpió. “Cada minuto que pierde aquí discutiendo conmigo le resta un minuto de tiempo para trabajar. Le sugiero que comience ahora.”

      El ingeniero encogió sus grandes hombros y dispuso a cumplir con sus órdenes, dejándola sola junto a Larramac y Bakori. “Estaré en mi cabina si me necesitan,” dijo a ambos hombres. “Tengo la fuerte sospecha de que las actividades de esta noche sólo son una antesala a algo mucho peor y me gustaría tener al menos dos horas de descanso antes de enfrentarme a eso.”

      Bakori aceptó su anuncio con el mismo silencio sepulcral que usaba para todas las ocasiones. El astrogador era un neo-budista ortodoxo y, como tal, aceptaba todo el universo exactamente como era. Dev no podía recordar haber conocido a un hombre más pasivo, pero hacía su trabajo razonablemente bien y no le daba problemas, por lo que ella no tenía quejas.

      Roscil Larramac, a pesar de ello, era otra cosa. Su expresión melancólica y abstraída sobre lo que Grgat dijo presagiaba pocas cosas buenas. Desearía haber sabido qué pasaba por su obsesivo cerebro, pensó Dev. Lo que sea, sé que no me va a gustar.

       ***

      A pesar de haber anunciado su intención de dormir un poco, esa noche estuvo muy incómoda. Se acostó encima de las sábanas en su cama plegable, sus ojos vagaban sin cesar alrededor de la habitación. Un retrete y un lavabo estaban atiborrados juntos en una esquina, junto con un juego de gavetas empotradas, donde se encontraba la mayoría de sus pertenencias. Las paredes desnudas de metal tenían aros para colgar una hamaca cero-gravedad, que se encontraba doblada en una gaveta. Había un cronómetro, una fotografía de sus padres y una del dormitorio donde pasó los siete primeros años de su vida, un par de imágenes de los planetas que había visitado y una muestra con su cita favorita de Anthropos, “No reces para obtener milagros—¡Créalos!”

      Se preguntó si estaría despierta para llevar a cabo la tarea esta vez. En un espacio de varias horas, sus problemas habían experimentado un incremento logarítmico y eso no permitió que su cerebro descanse con facilidad.

      Abrió un libro y lo hojeó; pero aún al leer, su pasatiempo favorito, sostuvo poco interés en su lectura tras las actividades de esa noche. Preocupada porque no podía perderse con tanta facilidad, y puso el libro abajo en el piso a su lado.

      Todo tiene solución, se recordó a sí misma. Sólo hace falta poner la mente en orden. Decidida a hacerlo, separó sus preocupaciones en componentes discretos y las examinó por separado.

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