Stephen Goldin

Asalto A Los Dioses


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de los dioses, Dev les contó que encender los escudos meteoroides haría que sus conversaciones adentro de la nave fuesen seguras.

      Los robots se acercaban al nativo al final de la bodega. Este ser, similar a un osito, se encontraba atrapado pero se negaba a rendirse ante los abrumadores extraños. Al darse cuenta de que su cuchillo podría ser inútil contra las grandes máquinas, miró a su alrededor buscando otra arma para usar. Desesperado, tomó una gran caja entre sus manos y la arrojó contra el robot más cercano. La máquina levantó uno de sus brazos para defenderse y fácilmente esquivó al misil. La caja se estrelló contra una pila de cajas, las cuales cayeron en la fila siguiente, interponiéndose en el camino de los demás robots, causándoles demora en su persecución y regando sus contenidos por el piso.

      Mientras los robots se detuvieron para recoger la mercancía y abrirse paso entre las cajas caídas, el polizón vio una apertura temporal. Moviéndose con una velocidad casi inconsistente con su cuerpo rechoncho, el nativo se arrojó entre el grupo de robots en un pasillo y se evadió bajo sus brazos que se sacudían ferozmente. Se puso tras las máquinas que habían intentado capturarlo, haciendo una loca carrera por la libertad—aunque era un misterio para Dev hacia dónde esperaba ir.

      Por el momento, a pesar de ello, fue directamente hacia su ingeniero. “¡Dunnis!” gritó ella—innecesariamente. El gran hombre ya había visto venir al nativo.

      Dunnis sólo tenía que dar tres pasos hacia su derecha para estar en posición de interceptar al alienígena. Mientras la peluda criatura corría hacia él, el pelirrojo ingeniero se agachó y abrió sus brazos para atrapar al fugitivo. El daschamés tenía tantas ganas de escapar de los robots que ni siquiera notó la presencia del humano hasta estar a unos cuatro metros de distancia, ya para ese momento, era demasiado tarde para fijarse en su avance. Los dos seres chocaron con un golpe discordante que Dev pudo sentir a mitad de la bodega.

      El ingeniero cerró sus enormes brazos alrededor del nativo, quien luchó fieramente por liberarse. Los otros tres humanos corrieron para ayudar a Dunnis y Dev silbó para solicitar asistencia por parte de varios robots, los cuales se encontraban parados alrededor preguntándose qué hacer. Aunque el alienígena dio una buena pelea, fue reducido rápidamente y conferido a la custodia de dos robots.

      “Llévenlo a la cabina de Zhurat y enciérrenlo. Luego permanezcan en guardia en ambos lados de la puerta para asegurarse de que no escape,” le ordenó Dev a las máquinas. “Tenemos que arreglar este desorden antes de interrogarle.”

      Mientras los robots se movían para obedecer, miró a su alrededor el caos en la bodega. Varias docenas de cajas grandes habían sido arrojadas de sus pilas y estaban regadas sobre el suelo. Dev notó con interés que era una esta era una sección de la bodega que había sido un misterio para ella; Larramac se había negado a decirle qué había en esas cajas particulares y cuál planeta era su destino. Dev no había tocado el tema, consciente de la forma como su predecesor había perdido su trabajo; pero ahora sería imposible para su jefe evitar que ella descubra el secreto de su carga.

      Al tiempo que caminaba hacia la mercancía derramada, tuvo que hacer un esfuerzo consciente para mantener su sorpresa bajo control. El piso estaba repleto de armas de todo tipo, desde pistolas láser, pasando por rifles, granadas, armas automáticas que pudieran arrasar pueblos—equipo lo suficientemente letal para surtir a una pequeña armada. Y eso estaba sólo en las cajas que se habían abierto al romperse. ¿Cuánto más arsenal continuaba en los contenedores sellados?

      Roscil Larramac era un traficante de armas.

       ***

      Aunque Larramac sabía que ella había visto la carga, ninguno dijo una palabra al respecto. Dev tenia muchos otros problemas que requerían su atención inmediata y prefería darse el lujo de trabajar en una a la vez. Guardó el asunto de las armas en el último lugar de su mente para un comentario en el futuro—pero no estaba olvidado.

      “¿Podrían ustedes tres dirigir a los robots en la limpieza?” le pidió a Larramac. “Me imaginé que, ya que comencé a hablarle a nuestro cautivo con anterioridad, yo también podría continuar con ese trabajo, si no tienen ustedes alguna objeción.”

      “No, no, adelante. Nos encargaremos de las cosas aquí, si está segura de que estará bien arriba.” El dueño de la nave habló rápidamente, tratando de ocultar alguna culpa latente acerca de la carga.

      Voluntariamente, Dev dejó la limpieza en manos de los hombres y las máquinas mientras subió hacia el núcleo central de la nave al nivel de los cuarteles de la tripulación. Según sus instrucciones, los robots habían cerrado con llave la puerta del camarote de Zhurat y un robot permanecía de pie a cada lado de ella.

      “Estoy entrando,” le dijo a ambos guardias robots. “Si el alienígena intenta escapar, atrápenlo—pero no lo lastimen.” Con eso, abrió la puerta y entró.

      El alienígena se sentó en la cama plegable al extremo más retirado de la pequeña cabina, escondiéndose contra el tabique y mirándola. Por su estilo de ropa y estructura corpórea general, ella concluyó que su cautivo era un varón de su especie.

      “Hola otra vez,” dijo con calma, cerrando la puerta tras de ella y apoyándose casualmente contra ella para darle un sutil refuerzo al concepto de que él era su prisionero. Su pistola estaba ahora en su funda; sus manos estaban vacías y abiertas en señal de paz. “A pesar de toda la agitación de la última media hora, realmente nada ha cambiado. No somos una amenaza para ti. Podríamos haberte matado, pero no lo hicimos. Eso debería probar nuestras buenas intenciones. Ahora, debes probar las tuyas. Ya te dije mi nombre. ¿Cómo te llamas?”

      El alienígena la miró durante un largo rato. Finalmente, al darse cuenta de que no tenía otra alternativa sino creerle, dijo “Grgat Dranna Rzinika.”

      “Muy bien, Grgat Dranna Rzinika, ¿te importaría decirme por qué abordaste mi nave?”

      “Estaba huyendo.”

      “¿De quiénes?”

      “De los dioses.” La computadora traducía las palabras de manera casi monótona, pero a Dev no hacía falta tener un diploma en alienología detectar la amargura y disgusto en la voz de una criatura.

      “¿¿Por qué?” Cuando el nativo dudó por un momento, Dev agregó, “Recuerda que no podrán oírte mientras estés en esta nave. Puedes hablar libremente.”

      “¡Los odio!” explotó Grgat repentinamente. “Son crueles e insensibles. Preferiría apoyar a los demonios del espacio exterior que seguir viviendo bajo el dominio de estos dioses.”

      “Así que, ¿soy un demonio?”

      Grgat la miró cuidadosamente. “No, pareces un mortal como yo, aunque sí tienes poderes místicos. Pero vienes del reino sostenido por los demonios, y... Y yo quisiera que me llevaras contigo.”

      Dev se apartó de la puerta hacia la cama donde estaba sentado su nativo. Se sentó en la esquina opuesta, con precaución de no hacer ningún movimiento repentino o amenazante. “No intento discutir,” dijo, “pero debo saber tus motivos. ¿Por qué odias a los dioses? ¿Por qué arriesgas tu vida para escapar de ellos?”

      Las manos en forma de garras del alienígena temblaban nerviosamente. “Porque asesinaron a mi esposa, Sennet. La mataron sin piedad sólo por seguir sus instintos naturales. Ellos—”

      Dev interrumpió su incipiente discurso. “¿Sennet se pronunció en contra de ellos?”

      “No, esa es la ironía. Era una leal y auténtica creyente. Siempre me regañaba para que fuera más entregado.”

      “Entonces, ¿por qué la mataron?”

      “Porque se embarazó. Nuestro pueblo ya alcanzó su cuota máxima asignada, incluso después que algunas personas murieron—incluyendo a nuestra única hija—nos negaron el permiso para incrementar la población. Debía ser nuestro turno, pero cuando Sennet quedó encinta los dioses enviaron a uno de sus mensajeros a sacar al bebé de su vientre.