a veces son otros los factores que determinan la decisión terapéutica. Hay veces en las que el único abordaje posible es la terapia breve mientras que en otras, sin embargo, la profundidad y severidad de la patología nos obliga a emprender una terapia larga. Son muchas las opciones de tratamiento a las que tiene acceso el psicoterapeuta de orientación integral que le permiten, en consecuencia, esbozar juicios exactos sobre todas estas decisiones importantes.
Hay individuos desafortunados que padecen lesiones psicológicas especialmente profundas. Quienes sufren psicosis como la esquizofrenia, por ejemplo, suelen obtener mejores resultados con enfoques fisiológicos como la psicofarmacología y, en su caso, la psicoterapia resulta secundaria. Como norma general, sin embargo, el abordaje integral tiene en cuenta metodologías tanto interiores como exteriores y, aun en los casos más extremos, trata de asumir una visión sensata y equilibrada.
Para todos los demás, es decir, para personas que funcionan razonablemente bien, pero que quieren mejorar su vida “ordenando, por así decirlo, el sótano”, la psicoterapia puede ser considerada como un lujo más que deseable. Zambullirnos en las profundidades de la sombra, ampliar nuestra conciencia y abrir nuevas opciones a nuestro mundo interno es una forma de aumentar nuestro conocimiento y nuestra compasión.
Pero, si carecemos de los medios, del tiempo o de la predisposición necesarias para solicitar ayuda profesional —y aun en el caso de hacerlo—, también podemos comprometernos con otras formas de trabajo con la sombra.
El proceso 3-2-1 es, en este sentido, una Práctica estrella, un ejercicio directo, económico y útil de establecer contacto con la sombra y reapropiarnos de ella (como cualquier Práctica estrella de la PIV, el proceso 3-2-1 es opcional aunque, si está interesado en una vida realmente integral, deberá asumir algún tipo de trabajo con la sombra). En la próxima sección veremos el proceso 3-2-1 pero, antes de ello, convendrá echar un vistazo al origen de la sombra e ilustrar prácticamente con varios ejemplos el modo en que se nos presenta.
El proceso de la sombra 3-2-1
Los orígenes de la sombra
El enfado de una niña pequeña con su madre puede amenazar tanto su sensación de identidad (debido a su total dependencia de ella) que se ve obligada a reprimirlo y disociarlo.
Pero esa estrategia, por más intensa que sea, no acaba con el enfado. Lo único que ocurre es que ahora el enfado parece ajeno a su conciencia. Quizás se sienta enfadada, pero no puede tratarse de su propio enfado. Así es como el sentimiento de enfado acaba desterrándose más allá de las fronteras del yo, en donde asume un aspecto ajeno y extraño a la conciencia.
Tres son, pues, como ilustra el siguiente ejemplo, los pasos que sigue este proceso de represión y proyección:
1. Estoy furiosa con mamá, pero este enfado pone en peligro mi alimento, mi comodidad, mi calor, mi amor, mi seguridad y, en suma, mi supervivencia. ¡En buen lío estoy metida!
2. Y, como eso no está bien, acabo reprimiendo el enfado y proyectándolo sobre la imagen interna que tengo de “ti”, de “ellos” o, lo que todavía es peor, de personas a las que ni siquiera conozco. El enfado sigue presente pero, puesto que no puedo admitir que quien se ha enfadado he sido yo, debe tratarse de otra persona. ¡Entonces es precisamente cuando el mundo se puebla súbitamente de gente enfadada!
3. Si reprimo completamente la ira, nunca más la reconoceré, porque ya no tendrá nada que ver conmigo. A partir de entonces estaré asustada y triste (lo que, en un mundo airado como el nuestro, parece tener mucho sentido). La represión de la ira provoca que la emoción primaria y real (y, en consecuencia, “auténtica”) del enfado se experimente en forma de reacción secundaria (y, en consecuencia, se convierta en una emoción “inauténtica”) como miedo, tristeza o depresión. Dicho en otras palabras, de este modo se crea un reclamo interno —eso es, precisamente, lo que entendemos como emoción secundaria e inauténtica (de tristeza y miedo en este caso) que todavía nos aleja más de la ira inaceptable que, no lo olvidemos, era el sentimiento original, primario y auténtico. Una emoción secundaria puede ser muy poderosa y experimentarse de manera muy auténtica, pero no es la verdadera causa y, por ello, mismo, tampoco puede ser, en sí misma, eficazmente procesada.
El trabajo con la sombra es un módulo básico porque jamás podremos trascender esa tristeza y ese miedo sin reconocer antes y reapropiarnos luego de la emoción que se halla realmente en juego, es decir, el enfado.
Todos los impulsos, sentimientos y cualidades que enajenamos y proyectamos reaparecen “fuera de aquí”, desde donde, según el caso, nos amenazan, nos irritan, nos deprimen o nos obsesionan. Tengamos en cuenta que las cosas que más suelen perturbarnos, fascinarnos o molestarnos de los demás son, en realidad, impulsos o cualidades de nuestra propia sombra que no reconocemos originándose en nosotros, sino “fuera de nosotros”.
Pero, por más que la sombra parezca “ajena a nosotros”, da forma a nuestros sentimientos y a nuestras motivaciones. De manera inadvertida y subconsciente, la sombra configura nuestra conducta y consolida pautas de las que no podremos escapar fácilmente. El único modo de salir de esas pautas consiste en atravesarlas.
Veamos ahora, con algo más de detalle, el origen de la sombra.
Identificación de la primera persona: El aspecto escindido del yo formaba antiguamente parte de lo que uno conocía como yo o como mí, pero, por alguna razón o situación vital, acabó convirtiéndose en una amenaza a la sensación de identidad. Si pudiéramos reconocer y aceptar la emoción o impulso primordial de que “estoy enojado (o asustado, deprimido o celoso) y de que no hay nada malo en ello” jamás la hubiésemos disociado ni proyectado sobre algo o alguien “fuera de aquí”.
Identificación de la segunda persona: Cuando determinados aspectos del yo nos resultan inadmisibles, acabamos expulsándolos de la conciencia y desplazándolos a la segunda persona. Dicho en otras palabras, los aspectos enajenados del yo a los que desaprobamos, de los que nos avergonzamos o a los que tememos, acaban formando parte de lo que dejo de ver en mí y empiezo a ver en ti. “No soy yo el mezquino, el impaciente o el perezoso, sino tú”.
Tú estás enfadado.
Tú estás desconsolado.
Eres tú, no yo, quien está… (a rellenar por el lector). Y o no estoy enfadado, yo no estoy desconsolado… sea cual fuere la emoción rechazada.
Identificación de la tercera persona: Cuando, finalmente, la amenaza a nuestra sensación de identidad provocada por esa situación o emoción es tan grande que no queda más remedio que rechazarla totalmente, deja de pertenecernos (primera persona) y nos relacionamos con ella como si perteneciese a los demás (segunda persona), hasta acabar desterrándola como si se tratara de un ello, es decir, de un objeto que no tiene absolutamente nada que ver con nosotros (tercera persona). Así es como, convirtiendo a la cualidad rechazada en un ello, la alejamos todavía más de nuestra conciencia. “¿Enfadado yo? ¿Pero de qué estás hablando?”
Primera persona: el que habla (yo)
Segunda persona: la persona con la que se habla (tú)
Tercera persona: aquello o aquella persona de la que se habla (él, ella, ello)
Así es como las cualidades escindidas acaban convirtiéndose en un “ello” disociado —la sombra— que nos resulta desconocido y oscuro.
Veamos ahora otro ejemplo de la sombra en acción:
Harry quiere pagar sus impuestos, de modo que se dirige a su despacho. Pero, cuando se sienta a revisar los papeles, ocurre algo muy extraño, porque empieza ordenando el escritorio, luego afila los lápices, después organiza los archivos, navega por la red buscando el modo de ahorrarse algo de dinero, echa