Varias Autoras

E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020


Скачать книгу

      Había descubierto una cosa: prefería pasar una tarde discutiendo con Danielle que soportar las zalamerías de cien mujeres guapas.

      ¿Qué tenía Danielle Ford que la hacía inolvidable?

      Aunque no quería volver a ver nunca a esa mujer que era lo menos parecido a un ángel, seguía deseándola. Era un deseo que no parecía capaz de controlar. No podía tenerla, no debería… pero se atormentaba a sí mismo de todas maneras.

      Cada vez que la miraba a los ojos la determinación de decirle adiós se desvanecía. Y aquella tarde… no podía dejar de pensar en lo que había pasado en su casa. Supuestamente era una mujer que usaba su cuerpo para conseguir lo que quería, según le había contado su difunto marido, pero se había mostrado increíblemente inocente. Claro que todo podía ser teatro.

      Sin embargo, había algo que no cuadraba. Danielle parecía ser una mezcla de verdades y mentiras. De inocencia y culpabilidad. De independencia y miedos.

      Y, al final, tenía un trabajo de verdad. No le había mentido sobre eso.

      Había llegado el momento de hacer una investigación exhaustiva, decidió Flynn; una investigación personal esta vez, no solo financiera. Quería saberlo todo sobre ella.

      Al final, el coche había sido un regalo oportuno, pero pasar su cumpleaños con su fría e insoportable suegra no era precisamente la mejor forma de celebrarlo.

      Danielle se merecía algo mejor.

      Y también se merecía un Oscar, se dijo a sí mismo al día siguiente mientras subía al Mercedes. Aunque, a pesar de todo, había decidido cenar con ella esa noche.

      Estaba a punto de arrancar cuando una figura se interpuso en su camino. Flynn soltó una palabrota mientras ponía el freno de mano.

      Y entonces vio quién era.

      Monica Ford.

      Evidentemente había estado esperando que saliera de su casa, aunque no podía imaginar cómo había averiguado dónde vivía.

      –¿Monica?

      –Señora Ford para usted, Donovan.

      –Ah, muy bien. Ya entiendo.

      –¿De verdad?

      –¿Qué hace usted aquí?

      –Quiero que se aleje de Danielle. O lo lamentará.

      –No me gustan las amenazas, señora Ford.

      –Danielle y el niño eran de Robert. No pienso dejar que se quede con ninguno de los dos.

      Flynn arrugó el ceño.

      –¿Esto es una broma?

      –Mi hijo no era ninguna broma, señor Donovan. Danielle lo quería y él la quería a ella.

      –Su hijo ha muerto, señora Ford –murmuró Flynn, preguntándose si Monica estaría loca.

      –¿Cómo se atreve a decir eso?

      –Mire, creo que necesita ayuda…

      –¡Aléjese de Danielle! Esa es toda la ayuda que necesitamos.

      ¿Necesitamos?

      –No voy a dejar que dirija la vida de Danielle…

      –Y yo no voy a dejar que… consiga lo que quiera conseguir de ella, señor Donovan.

      Luego se dio la vuelta y se dirigió hacia un coche aparcado un poco más abajo.

      Flynn esperó hasta que Monica Ford desapareció, con una horrible sensación en la boca del estómago. Aquella mujer no estaba bien de la cabeza. Y prefería con mucho la frialdad del día anterior al odio enfermizo que acababa de demostrarle.

      Seguía sintiéndose enfermo cuando llegó a casa de Danielle, pero más por ella que por él mismo. Él podía lidiar con alguien como Monica Ford, pero no sabía si Danielle tenía controlada la situación. Aunque no creía que Monica se atreviese a hacerle daño.

      Cuando Danielle abrió la puerta, Flynn decidió olvidarse del asunto.

      No la había visto desde el día anterior… desde que se derritió entre sus brazos. Y era tan sexy. El top de color salmón con escote halter y los pantalones vaqueros cortos le daban el aspecto de una niña. Una niña increíblemente seductora.

      –Flynn, tenemos que hablar. No quiero que creas que… ayer las cosas se nos fueron de las manos.

      –En todos los sentidos, sí –asintió él.

      –Lo de ayer fue un error. No estoy preparada para mantener una aventura. Voy a tener un hijo.

      Flynn apretó los labios. Si no estuviera embarazada no estarían hablando sino haciendo el amor. Estaría dentro de ella, conociéndola íntimamente.

      Solo pensar en ello lo excitaba como nunca. Y no tenía nada que ver con haber estado solo durante los últimos meses. Tenía que ver con Danielle.

      –¿Has llamado al administrador para que venga a arreglar la cerradura?

      –Vendrá el lunes.

      –Pues entonces asegúrate de que cierras bien la puerta –dijo Flynn, pensando en Monica.

      –¿Por qué has venido?

      –Porque no te felicité ayer.

      –Podrías haberme enviado flores.

      –Pero entonces no habría tenido oportunidad de convencerte para que cenaras conmigo esta noche.

      –¿Qué?

      –Vendré a buscarte a las siete.

      –Pero… ¡espera!

      Algo en su tono hizo que Flynn se detuviera.

      –No creo que debamos…

      –Danielle, me debes una.

      –Ya te he dicho que te pagaré ese préstamo…

      –No estoy hablando del préstamo, estoy hablando de la cerradura.

      –Pero si no la arreglaste.

      –No, pero estuve a punto –sonrió Flynn, disfrutando del doble sentido.

      Danielle se puso colorada.

      –Sé que has sido más que generoso, pero creo que debería quedarme en casa esta noche.

      –¿Sola? –preguntó él, sintiendo una punzada de celos. Y eso estaba pasando demasiado a menudo. Ninguna otra mujer lo había hecho sentir celos. Nunca.

      –Sí.

      –A las siete –insistió Flynn, mientras llamaba al ascensor.

      Y no esperó respuesta.

      Danielle se pasó el día entero enfadada con Flynn por su «autoridad», pero sospechando que detrás de esa fachada de frialdad había un corazón amable.

      Robert solo la llevaba a cenar el día de su cumpleaños y eso cuando eran novios. Después de casarse, Monica y él preferían cenar en casa en las ocasiones especiales.

      Fue ese recordatorio del pasado lo que hizo que cambiase de opinión. Ahora era una mujer libre y haría lo que le apeteciera y saldría con quien le diese la gana.

      Pero que ese alguien fuera precisamente Flynn Donovan…

      Cuando sonó el timbre, exactamente a las siete, Danielle se pasó una mano por el elegante moño francés que le sujetaba el pelo. Llevaba un vestido negro por encima de la rodilla con chaqueta a juego y zapatos de tacón. Había elegido ese vestido porque era bonito y discreto. No quería que Flynn pensara… lo que no debía.

      Pero al abrir la puerta tuvo que hacer un esfuerzo para disimular la emoción. Flynn estaba guapísimo con un traje oscuro que destacaba la anchura de sus hombros y una camisa