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E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020


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sabía que era una mentirosa, se dijo Flynn.

      –¿Y esto por qué? Estoy haciendo todo lo que puedo para pagar la deuda de mi marido y tú me acusas de usar subterfugios…

      Ah, era muy convincente, pensó Flynn, pero sus acciones hablaban más claro que sus palabras. Estaba enfadada porque la había pillado.

      –Conozco a las mujeres.

      –No sé a qué clase de mujeres conocerás, pero tienes un ego inmenso –replicó ella.

      –Dime en qué estoy equivocado. Dime cómo puedes pagar un apartamento como este, pero no tienes un coche decente.

      Danielle lo miro, irónica.

      –¿Quieres decir que no lo sabes todo sobre mis finanzas?

      –Supongo que tendrás un amante o examante que paga tus gastos. ¿Qué más da? ¿Te has gastado todo el dinero que te ha dado y ahora no quiere comprarte un coche nuevo?

      –Piensa lo que quieras.

      –Lo haré, te lo aseguro.

      –Por cierto, puedes meterte tu oferta…

      –¿Sí?

      –Pienso pagar ese préstamo aunque me lleve una vida entera.

      Flynn sintió cierta admiración, hasta que recordó que aquello no era más que otra trampa para que creyese en su integridad. También había engañado a Robert al principio, se dijo.

      Y se preguntó hasta dónde sería capaz de llegar para vivir una vida de lujos, lo mercenaria que podría ser. ¿Aceptaría un coche nuevo si se lo ofrecía? Quería demostrar que no estaba equivocado y, además, no le gustaba que tuviera que viajar en un coche viejo sabiendo que estaba embarazada.

      Flynn miró su reloj. Tenía media hora para volver a la oficina, donde debía reunirse con un empresario extranjero. Aunque lo que realmente le apetecía era navegar por la costa para que el viento y el mar relajasen la tensión que sentía. Una tensión que era culpa de aquella mujer.

      Se dirigió a la puerta, pero cuando estaba tomando el picaporte imaginó a Danielle desmayándose de nuevo. ¿Y si no podía levantarse? Quizá no podría llegar al teléfono…

      –Cómprate un móvil. Nunca se sabe cuándo puedes necesitarlo.

      –Vaya, me pregunto qué harían las mujeres embarazadas antes de que existieran los móviles –replicó ella.

      Flynn apretó los dientes.

      –Buena pregunta –murmuró, antes de salir.

      Todo en Flynn Donovan era tan intenso que Danielle decidió olvidar sus comentarios sobre móviles y mujeres embarazadas. No tenía ni idea de por qué la acusaba de querer quedarse con el dinero del préstamo y luego, de repente, aparecía para decirle que cancelaba la deuda.

      Aunque ella no tenía intención de aceptar la oferta, claro. No, no, esa oferta iría con condiciones. Y estaba harta de que controlasen su vida.

      Pero cuando un brillante coche verde llegó a su puerta, cortesía de la compañía Donovan, se quedó helada. ¿Sabría Flynn que era su cumpleaños? Y aunque lo supiera, ¿por qué haría algo así? Ahora ya no podía meterse en su cama. ¿Por qué gastarse dinero en ella si no quería algo a cambio? No tenía sentido.

      Cuando iba hacia su oficina para devolverle el coche, se le ocurrió algo terrible. ¿Querría Flynn jugar con ella como había hecho Robert? Su marido se volvía vengativo cuando no se salía con la suya y habría hecho algo así solo para herirla.

      ¿Sería aquella su manera de vengarse porque no podía llevársela a la cama? Afortunadamente, su ayudante no estaba en el vestíbulo del despacho y Danielle entró sin avisar.

      Flynn levantó la mirada de unos papeles, pero ella no le dio la oportunidad de decir nada:

      –Me acusas de quedarme con tu dinero y luego me regalas un coche. ¿A qué estás jugando?

      –Danielle…

      –Pues no, gracias, puedes quedarte con tu coche –lo interrumpió ella, tirando las llaves sobre la mesa–. No necesito tu ayuda. Puedo comprarme un coche yo solita.

      –¿Ah, sí? Pues por lo que veo no lo estás haciendo muy bien.

      –Eso es cosa mía.

      –¿De verdad quieres conducir un cacharro como el de ayer?

      –Sabes cómo jugar sucio, ¿verdad? ¿Qué quieres, Donovan?

      –¿Por qué te pones tan difícil? –contestó él.

      –¿Por qué no? ¿No es una manera de llamar tu atención?

      –Mira, querías un coche, pues ya tienes un coche…

      –Yo no te he pedido nada.

      –No he dicho que me lo hayas pedido. Pero lo aceptarás de todas formas, ¿no? ¿Qué vas a hacer sin coche? Piensa en tu hijo.

      A Danielle le gustaría tirarle las llaves a la cara, pero no podía permitírselo. O, más bien, aún no había tomado una decisión. Intentando tranquilizarse, dejó el bolso sobre la mesa y se acercó al tanque de peces tropicales. Por un momento, viendo a aquellos pececillos de colores moviéndose en el agua, sintió cierta afinidad con ellos. También ella estaba atrapada.

      ¿Podía tragarse el orgullo y rechazar el coche? ¿Podía arriesgar la vida de su hijo comprando uno de cuarta mano?

      De repente, supo lo que tenía que hacer. Sería duro, pero tenía que hacerlo.

      –Te lo pagaré. Te pagaré el coche y te pagaré el préstamo.

      –Sí, claro –dijo él, irónico.

      –¿No me crees?

      –¿Qué hay que creer? Ya te he dicho que te olvides del préstamo.

      –Y yo he dicho que acepto el coche, pero no he aceptado cancelar la deuda.

      –No estás engañando a nadie, Danielle.

      De nuevo la acusaba de algo que ella no entendía. Flynn pensaba que todo aquello era una actuación, que sus objeciones eran mentiras… y estaba disfrutando de su incomodad. Evidentemente, esperaba que aceptase todo lo que él quisiera darle.

      –Estás haciendo esto por razones retorcidas que no tienen nada que ver conmigo.

      –¿No me digas?

      –Quieres que esté en deuda contigo. Te hace sentir importante saber que tardaré toda mi vida en devolverte el dinero…

      –No te necesito para sentirme importante.

      –Pues yo creo que sí.

      Flynn apretó los labios.

      –No me gustan los juegos.

      –¿Al contrario que a mí quieres decir?

      –Lo has dicho tú, no yo.

      Muy bien. Se había terminado. Flynn Donovan sospechaba de todo el mundo, parecía odiar a todo el mundo.

      –Señor Donovan, me debe una disculpa –dijo Danielle, muy seria.

      –¿Por qué?

      –Porque se equivoca sobre mí.

      –No lo creo. Y deja de hacerme perder el tiempo –le espetó Flynn, tomando las llaves del coche–. ¿Las aceptas o no?

      –No, gracias.

      –Danielle…

      Danielle supo entonces que si no salía de allí inmediatamente acabaría llorando. Y no quería llorar delante de él.

      –¿Qué vas a hacer?

      –Eso