Gerardo López Laguna

Dios en Sarajevo


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ahogarse, puede caer en piedras, puede desviarse y ensoberbecerse. Aquellos periodistas trataban el asunto como una simple curiosidad que podía llamar la atención, de un modo absolutamente transitorio, de algún lector o telespectador. Para ellos, confesado explícitamente, la guerra sólo podía ser frenada por medio de la guerra: historia vieja que tiene miles de años. Ciertamente, lo tangible, lo constatable de la iniciativa, era absolutamente inútil respecto a la marcha de la guerra; quizá algún responsable político bosnio o la gente de ese Centro Internacional para la Paz pensaban que esto podía llamar la atención —imagino que en definitiva atención militar— de la llamada comunidad internacional. Pero tal comunidad se mueve en otros parámetros. Muchos de los mismos integrantes de la marcha estaban inconscientemente atrapados en esos parámetros: pensaban que habría algún tipo de resultado palpable y casi inmediato, hablaban de esa comunidad internacional como si ahora, precisamente ahora, fuera a reaccionar, cuando eran y son ya décadas de contemplación de horrores a través de los medios de comunicación sin que las reacciones habituales se aparten del egoísmo y los cálculos despersonalizantes. Como si tal comunidad no necesitara un previo y radical cambio de principios fundamentales. La inmersión en esos parámetros también se manifestaba en ese espontáneo eurocentrismo, occidentalcentrismo, blancocentrismo o como queramos llamarlo, por el que se contemplaba esta guerra como única, y se decían cosas tales como que era un horror que la humanidad creía haber enterrado para siempre, y otras por el estilo... En aquel momento, muchos pueblos de la tierra sufrían, como ahora, el azote de la guerra y las limpiezas étnicas ante la más cruel indiferencia; y concretamente, en aquel tiempo, una gran ciudad de Angola sufría un asedio más cruel que el de Sarajevo en medio del más ofensivo y pecaminoso silencio universal...

      Estas irrealidades son las que tienen poder en la tierra para hacer abortar una semilla pequeña —por muy grandes que fueran las emociones del momento—, que sólo puede crecer y purificarse desde la Realidad del Amor de Dios a los hombres, desde la petición y la consecuente acogida de esa Realidad.

      Las emociones, sin embargo, si no nos confunden, pueden ser recibidas como regalo, como medio para romper iniciales ignorancias o indiferencias, como inicio de un camino que ineludiblemente habrá de transitar por cañadas en que la exaltación alegre se esfuma por completo y la recogida de frutos se deja en manos de Dios. Pues sucede muchas veces que tales frutos tangibles simplemente no están; en el seno del Padre que dispensa las gracias ciertamente están, y Él sabe cómo hacer fructificar lo que viene de Él. Esto es en definitiva lo que ocurrió allí: hubo gente que rezó, que comulgó; hubo ciudadanos de Sarajevo que lloraron, hubo personas con clara conciencia de que podían perder la vida o la integridad física y recibieron ese riesgo como una oportunidad de amar. Hubo esclarecimientos sobre los dolores humanos. Y cambios de vida. Todo esto es real. Y esto es algo de lo que se cosechó. En cuanto al posible crecimiento de la semilla, como decíamos páginas atrás, no ha sido tal en cuanto a respuesta visible a la tragedia de la guerra. No existen de modo perceptible esos ejércitos de orantes capacitados para interponerse sin armas en los campos de batalla. Al mundo no le interesa esto, tal como manifestaba el tratamiento dado por los medios a esta iniciativa. Lógico, porque no es cosa del mundo, sino de Dios, del Dios que ha bajado a este mundo y se ha unido indisolublemente a él en la Persona del Hijo.

      Siguiendo con nuestro relato, tras este encuentro con los periodistas españoles marchamos con nuestro grupo en dirección a la sinagoga. Por las calles del casco viejo de la ciudad nos cruzábamos con las gentes que deambulaban por allí, y que nos miraban un tanto estupefactos, sin comprender en un primer momento. En general las respuestas de sus rostros y gestos fueron de simpatía y emoción. Vimos el resultado de la guerra, los escombros, la destrucción... Aquel primer paseo por las calles de la ciudad sitiada fue en verdad aleccionador. De hecho esto es lo único que registré, en breves líneas, en el cuaderno-diario que usaba como modo de oración. Estas fueron las impresiones, escritas aquel mismo día: «Hoy en Sarajevo, ruido continuo de bombas y disparos. Llantos de mirada suplicante, sonrisas de paz en medio de una guerra brutal. Íbamos caminando por la calle saludando mir, mir, paz, paz. Y aquella anciana de la Sinagoga lloraba, y aquella mujer que quería llorar y no podía, y aquel viejo que nos avisa del lugar de donde vienen más disparos... Y tú eres bueno, Señor» (12-12-1992).

      Cuando nos dirigíamos a un cine llamado Radnik en el que se había organizado un encuentro ecuménico con los integrantes de la marcha, pasamos por la calle Vase Miskina, el lugar en el que habían sido asesinados los civiles que esperaban para poder comprar pan. En el sitio concreto en el que estalló la bomba, rezamos una oración en silencio y alguien cantó algo que ya no recuerdo.

      Ya en el cine, reunidos todos los grupos que se habían dispersado por la zona vieja de la ciudad, empezó el acto. Intervinieron representantes de las cuatro confesiones religiosas así como el presidente del Centro Internacional para la Paz, el fundador de Beati i costruttori di pace y el obispo Tonino Bello. La mayoría de las intervenciones fueron traducidas al italiano, salvo la del vicario general del la diócesis católica de Sarajevo que se hizo en inglés. El speaker del grupo español, el fraile franciscano Emilio, fue elegido por nosotros precisamente porque sabía hablar italiano; él recogió en unas notas para una posterior crónica del viaje algunas de las palabras que se dijeron en aquel acto, excepto las del vicario por el motivo antes citado. El discurso de bienvenida del presidente del Centro Internacional para la Paz expresaba claramente el deseo de que la marcha tuviera algún resultado tangible. Decía: «hemos seguido con atención vuestra aventura en el mar, os hemos seguido paso a paso en vuestro iros acercando a nosotros. Habéis llegado al corazón de los ciudadanos de Sarajevo. La ciudad que ha tenido tantas muertes en esta guerra os da la bienvenida (...) Estáis aquí para despertar al mundo con vuestro gesto (...)». Don Albino, el fundador de la organización italiana, decía entre otras cosas refiriéndose a la iniciativa: «no estamos solos, niños, ancianos, creyentes que oran...» habrían hecho posible aquella presencia en la ciudad. Esta es en verdad la cuestión: el mundo siguió dormido, pero no por falta de atención como creían muchos habitantes de Sarajevo, pues la cobertura informativa de esa guerra no tenía comparación respecto a otras guerras en que apenas unas líneas de vez en cuando, una noticia pasajera de recuadro, unos segundos en televisión cada varios meses, o incluso el silencio total, eran y son la tónica habitual. Siguió dormido en cuanto al amor y las locuras que éste reclama. Siguió dormido porque no cree en la oración. Porque no cree en Dios.

      Importantes por su fondo fueron las palabras del risayat islámico, Sr. Muharem Omerdic: «En nombre de Dios, Señor de Señores. Queridos amigos constructores de la paz, la paz sea con vosotros (...) Los creyentes judíos, cristianos y musulmanes procedemos de una Palabra común. adoramos un solo Dios y no adoramos a nadie más. La vida en común es posible desde el respeto y la mutua comprensión. (...) es la fe en Dios, también hoy, la que nos permite esperar en el futuro y en la paz».

      Un sacerdote ortodoxo, delegado del obispo de la ciudad, sacerdote al que vería en la calle muchas veces durante mis estancias del año siguiente y que demostraba gran valor y serenidad pues parece que estaba solo en Sarajevo como representante de su confesión, ligada al pueblo serbio, pronunció también palabras de paz de origen sobrenatural: «que Dios esté con todos vosotros. Sed benditos todos los que venís en nombre de la paz y para una misión de paz. Jesús decía: benditos los constructores de la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios. Estas mismas palabras os han traído hoy a vosotros a este lugar desde la diversidad de vuestras tierras y países (...) os expresamos nuestro saludo y os aseguramos nuestra oración (...)».

      El rabino de la ciudad asimismo manifestaba en sus palabras el deseo de que aquella presencia internacional pacífica diera como resultado algún cambio en la situación: «No son sólo las bombas las que matan; está también el hambre. Esperamos más ayuda a partir de vuestra iniciativa».

      Después de estas intervenciones, volvieron a tomar la palabra los primeros oradores, y tras un gesto simbólico en el que se entregó a cada uno de los responsables religiosos un pan con la palabra mir (paz) escrita en ellos, se dirigió a todos los asistentes el obispo Bello. Con claridad expresó en su breve discurso la esperanza de que esta iniciativa fuera el inicio creciente de otras del mismo o parecido tenor: «la noviolencia activa comienza a ser algo más que una expresión hermosa». Luego dijo unas palabras curiosas que sin embargo definen