Angie Thomas

El odio que das


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con los detectives que están al cargo del caso?

      —Carlos, tal vez deberíamos buscarle primero un abogado —dice mamá.

      —Por el momento no es necesario —dice él.

      —Como tampoco era necesario que ese puerco apretara el gatillo —dice papá—. ¿De verdad crees que vamos a dejar que hablen con nuestra hija y tergiversen sus palabras porque no tiene abogado?

      —¡Nadie va a tergiversar sus palabras! Ya te lo he dicho, nosotros también queremos descubrir la verdad.

      —Ah, la verdad ya la sabemos, y no es eso lo que queremos —dice papá—. Nosotros queremos justicia.

      El tío Carlos suspira.

      —Lisa, cuanto antes hable con los detectives, mejor. Será un proceso sencillo. Lo único que tiene que hacer es responder algunas preguntas. Eso es todo. Todavía no hay necesidad de gastar dinero en un abogado.

      —Con toda franqueza, Carlos, no queremos que nadie sepa que Starr estaba ahí —dice mamá—. Tiene miedo y yo también. ¿Quién sabe lo que podría pasar?

      —Eso lo entiendo, pero te aseguro que estará protegida. Si no confías en el sistema, ¿al menos puedes confiar en mí?

      —No lo sé —dice papá—. ¿Podemos?

      —¿Sabes qué, Maverick? Ya me tienes hasta…

      —Entonces puedes salir de mi casa.

      —¡No sería tu casa si no fuera por mí y por Nana!

      —¡Ya basta! —dice mamá.

      Cambio mi peso de un pie al otro y, maldita sea, el suelo cruje, que es como si sonara una alarma. Mamá lanza una mirada hacia el pasillo, directamente hacia mí.

      —Starr, nena, ¿qué haces despierta?

      Ya no tengo más opción que entrar en la cocina. Los tres están sentados alrededor de la mesa, mis papás en pijama y el tío Carlos con pantalones deportivos y una sudadera.

      —Hola, nena —dice—. No te hemos despertado, ¿verdad?

      —No —respondo y me siento junto a mamá—. Ya estaba despierta. Pesadillas.

      Todos me miran con lástima, aunque no lo he dicho por eso. Detesto la lástima.

      —¿Qué haces aquí? —le pregunto al tío Carlos.

      —A Sekani le dolía el estómago y me rogó que lo trajera a casa.

      —Y tu tío ya se estaba despidiendo —agrega papá.

      La mandíbula del tío Carlos se retuerce. Su rostro está más rechoncho desde que lo ascendieron a detective. Tiene la tez morena de mamá, como la llama Nana, y cuando se enfada, su rostro se torna rojo profundo, como ahora.

      —Siento lo de Khalil, nenita —dice—. Justamente acabo de decirles a tus padres que a los detectives les gustaría que vinieras y respondieras unas cuantas preguntas.

      —Pero no tienes que hacerlo si no quieres —dice papá.

      —¿Sabes qué…? —empieza a decir el tío Carlos.

      —Parad. ¿Podéis hacer el favor? —dice mamá, y me mira—. Munch, ¿quieres hablar con la policía?

      Trago saliva. Quisiera poder decir que sí, pero no lo sé. Por un lado, es la policía. No es como hablar con cualquiera.

      Por otro lado, es la policía. Uno de ellos mató a Khalil.

      Pero el tío Carlos es policía, y no me pediría que hiciera algo que me perjudicara.

      —¿Ayudará a que se haga justicia para Khalil? —pregunto.

      El tío Carlos asiente.

      —Así es.

      —¿Estará Ciento Quince ahí?

      —¿Quién?

      —El oficial, es su número de placa —digo—. Lo recuerdo.

      —Ah. No, él no estará ahí. Lo prometo. Todo saldrá bien.

      Las promesas del tío Carlos son una garantía, incluso a veces más que las de mis padres. Nunca usa esa expresión a menos que lo haga absolutamente en serio.

      —Está bien —confirmo—. Lo haré.

      —Gracias —el tío Carlos se acerca y me da dos besos en la frente, como lo hacía cuando me llevaba a la cama a dormir—. Lisa, tráela después de la escuela el lunes. No debería tardar mucho tiempo.

      Mamá se levanta y lo abraza.

      —Gracias —lo acompaña por el pasillo hasta la puerta de entrada—. Cuídate, ¿de acuerdo? Y envíame un mensaje cuando hayas llegado a casa.

      —Sí, señora. Te pareces a mamá —la molesta él.

      —Me da igual. Más vale que envíes el mensaje…

      —Está bien, está bien. Buenas noches.

      Mamá regresa a la cocina, amarrándose la bata.

      —Munch, tu padre y yo vamos a visitar a la señorita Rosalie mañana en lugar de ir a la iglesia. Si quieres acompañarnos, serás más que bienvenida.

      —Sí —dice papá—. Y ningún tío te va a presionar para que vayas.

      Mamá lo fulmina rápidamente con la mirada, luego se gira hacia mí.

      —Entonces, ¿crees que estás lista para eso, Starr?

      A decir verdad, hablar con la señorita Rosalie podría ser más difícil que hablar con la policía. Pero se lo debo a Khalil, visitar a su abuela. Quizás ella no sepa que yo fui testigo del disparo. Pero si de alguna manera lo sabe y quiere averiguar qué sucedió, tiene el derecho a preguntar más que nadie.

      —Sí. Iré.

      —Entonces, más vale que primero le busquemos un abogado —dice papá.

      —Maverick —suspira mamá—. Si Carlos no cree que sea necesario todavía, confío en su juicio. Además, estaré con ella todo el tiempo.

      —Me alegra que alguien confíe en su buen juicio —dice papá—. ¿Y has pensado realmente en que nos mudemos? Eso tenemos que hablarlo.

      —Maverick, no pienso discutir acerca de ello esta noche.

      —¿Cómo vamos a cambiar las cosas por aquí si…?

      —¡Ma-ve-rick! —dice ella con los dientes apretados. Cada vez que mamá pronuncia un nombre así, separándolo en sílabas, más vale cruzar los dedos para que no sea el tuyo—. Te he dicho que no voy a discutir el tema contigo esta noche —ella lo mira de reojo, a la espera de una respuesta, pero no hay ninguna—. Trata de dormir un poco, nena —me dice, y me besa la mejilla antes de ir a su habitación.

      Papá coloca todas las tazas en el fregadero y abre el frigorífico.

      —¿Quieres uvas?

      —Sí. ¿Por qué peleáis constantemente el tío Carlos y tú?

      —Porque no hace más que entrometerse —pone un plato con uvas blancas en la mesa—. Lo digo en serio, nunca le he gustado. Pensaba que era una mala influencia para tu madre. Pero Lisa estaba desatada cuando la conocí, como toda chica que viene de una escuela católica.

      Apuesto a que era más protector con mamá de lo que lo es Seven conmigo.

      —Así es —dice—. Carlos se comportaba como si fuera su padre. Cuando estuve preso, os llevó a todos a vivir con él y me bloqueó las llamadas. Hasta la llevó a ver a un abogado experto en divorcios —me sonríe—. Pero no pudo deshacerse de mí.

      Yo tenía tres años cuando papá fue a la cárcel, seis cuando salió. Está presente