Angie Thomas

El odio que das


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foto tan fea.

      No mucho tiempo después, dejó de compartir y darle Me gusta a mis otras publicaciones. Miré mi lista de seguidores. ¡Ay!, Hails ya no me estaba siguiendo. Con el tema de que vivo a cuarenta y cinco minutos, se supone que Tumblr es un territorio sagrado donde se cimienta nuestra amistad. Dejar de seguirme es lo mismo que decir: Ya no me caes bien.

      Quizá soy demasiado susceptible. O quizá las cosas hayan cambiado, quizá yo he cambiado. Por ahora supongo que seguiremos fingiendo que todo va bien.

      Suena la campana. Los lunes, Hailey, Maya y yo tenemos inglés primero. Por el camino comienzan una gran discusión que se vuelve pelea, sobre las categorías de la ncaa (la liga de baloncesto universitario) y la final entre los cuatro mejores equipos. Hailey nació siendo fan de Notre Dame. Maya los detesta de una manera casi insalubre. Me quedo fuera de la discusión. De cualquier forma, la nba es lo que a mí me interesa.

      Bajamos por el pasillo. Chris está de pie en la puerta de nuestra aula con las manos metidas en los bolsillos y unos auriculares enrollados alrededor del cuello. Me mira directamente y estira su brazo sobre el marco de la puerta.

      Hailey lo mira a él y luego a mí. De un lado al otro, dos veces.

      —¿Ha pasado algo malo entre vosotros?

      Mis labios fruncidos probablemente me delatan.

      —Sí. Más o menos.

      —Este imbécil —dice Hailey, recordándome por qué somos amigas: no necesita detalles. Si alguien me hace daño de cualquier manera, automáticamente entra en su lista negra. Todo comenzó en quinto curso, dos años antes de que llegara Maya. Éramos esas chicas lloronas que se lamentaban por cualquier estupidez. Yo, por Natasha, y Hailey, porque había perdido a su madre, enferma de cáncer. Cabalgamos juntas sobre las olas del dolor.

      Por eso no tiene sentido este asunto raro que sucede ahora entre nosotras.

      —¿Qué quieres hacer, Starr? —me pregunta.

      No lo sé. Antes de lo de Khalil, planeaba imponerle la ley de hielo a Chris para que le ardiera más que una de esas canciones R&B de los noventa, hechas para ser escuchadas después de una ruptura. Pero después de lo de Khalil, me siento más como una canción de Taylor Swift (sin ofender, estoy bromeando con lo de Tay-Tay, pero en la escala de novia enfadada, no se acerca siquiera a una canción R&B de los noventa). No me siento contenta con Chris, pero lo echo de menos. Nos echo de menos. Lo necesito tanto que estoy dispuesta a olvidar lo que hizo. Además, me da un miedo del demonio. ¿Alguien con quien sólo llevo un año significa tanto para mí? Pero Chris… es distinto.

      ¿Sabéis? Le voy a aplicar un Beyoncé. No es tan poderoso como una canción R&B de los noventa, pero es más fuerte que Taylor Swift. Sí. Eso funcionará. Les digo a Hailey y Maya:

      —Yo me encargo.

      Se apartan para que yo quede entre ellas como si fueran mis guardaespaldas, y vamos juntas a la puerta.

      Chris nos hace una reverencia.

      —Señoritas.

      —¡Muévete! —le ordena Maya. Es gracioso, teniendo en cuenta cuánto la supera Chris en altura.

      Él me mira con esos ojos azules. Se ha puesto moreno durante las vacaciones. Solía decirle que estaba tan pálido que parecía un malvavisco. Él odiaba que lo comparara con comida. Yo le decía que eso le pasaba por llamarme a mí caramelo. Eso lo calló.

      Pero maldita sea. Además, lleva puestas las Space Jam 11. Se me había olvidado que decidimos ponérnoslas el primer día de clase. Le quedan bien. Las Jordan son mi debilidad. No puedo evitarlo.

      —Sólo quiero hablar con mi chica —alega.

      —No sé quién es éste —digo, aplicándole un Beyoncé como una profesional.

      Él suspira por la nariz.

      —¿Por favor, Starr? ¿Al menos podemos hablar?

      Vuelvo a Taylor Swift porque me dice por favor. Asiento hacia Hailey y Maya.

      —Tú le haces daño, y yo te mato —le advierte Hailey, y ella y Maya entran al aula sin mí.

      Chris y yo nos alejamos de la puerta. Me dejo caer contra un casillero y me cruzo de brazos.

      —Te escucho —le digo.

      Suena una canción instrumental con muchos graves en sus auriculares. Lo más probable es que sea una de las suyas.

      —Siento mucho lo que pasó. Debí haber hablado contigo primero.

      Inclino la cabeza.

      —Hablamos. Una semana antes. ¿Lo recuerdas?

      —Lo sé, lo sé. Y te escuché. Sólo quería estar preparado en caso de…

      —¿En caso de que pudieras activar los botones correctos y me convencieras de cambiar de opinión?

      —¡No! —levanta las manos para mostrar que se da por vencido—. Starr, sabes que no lo haría… eso no es… lo siento, ¿está bien? Lo llevé demasiado lejos.

      Vaya eufemismo. El día antes de la fiesta de Big D, Chris y yo estábamos en su habitación ridículamente grande. El tercer piso de la mansión de sus papis es una suite para él, con la ventaja adicional de ser el último hijo de unos padres cuyos otros hijos ya dejaron el nido. Trato de olvidar que tiene a su disposición todo un piso del tamaño de mi casa, y empleados que se parecen a mí.

      No es la primera vez que estábamos tonteando, y cuando Chris metió su mano en mis pantalones cortos, pensé que no pasaría nada. Luego empecé a calentarme y dejé de pensar. En serio, mi proceso de pensamiento se fue por la ventana. Y justo cuando estaba en ese momento, se detuvo, metió la mano en el bolsillo y sacó un condón. Enarcó las cejas, pidiéndome en silencio una invitación para hacerlo.

      Lo único en lo que pude pensar fue en esas chicas que veo caminando por Garden Heights con un bebé apoyado contra la cadera. Condón o no condón, esa mierda sucede.

      Me puse como loca. Él sabía que yo no estaba lista para eso, ya lo habíamos hablado, ¿y aun así tenía un condón? Dijo que quería ser responsable, pero que si yo no estaba lista, no estaba lista.

      Me fui de su casa cabreada y excitada, que es lo peor que puede suceder.

      Pero es posible que mamá tenga razón. Una vez me dijo que si llegas hasta ahí con un chico, se activan un montón de sentimientos y lo quieres hacer continuamente. Chris y yo llegamos lo suficientemente lejos, y ahora noto cada detalle de su cuerpo. Sus fosas nasales que se ensanchan cuando suspira. Su suave cabello castaño que adoro explorar con los dedos. Sus labios suaves, y la lengua que los humedece cada tanto. Las cinco pecas en el cuello, en los puntos perfectos para ser besadas.

      Más que eso, recuerdo al chico que pasa casi todas las noches al teléfono conmigo hablando de nada y de todo. Al que le encanta hacerme sonreír. Sí, me enfada a veces, y estoy segura de que yo lo molesto a él, pero significamos algo el uno para el otro. En realidad, mucho.

      Mierda, mierda, mierda, me estoy desmoronando.

      —Chris…

      Recurre a un golpe bajo, y emite un sonido de caja de ritmos, soltando un Bum, bum, bum, bum que me es demasiado familiar.

      Lo señalo con el dedo.

      —¡No te atrevas!

      —Ahora escucha la historia de mi vida y de cómo el destino cambió mi movida. Sin comerlo ni beberlo llegué a ser el chuleta de un barrio llamado Bel-Air.

      Hace la parte instrumental con la técnica de beatbox5 y mueve el pecho y el trasero al ritmo. La gente pasa junto a nosotros, riendo. Un chico silba sugestivamente y alguien grita: ¡Muévelo, Bryant!

      Mi sonrisa crece sin que pueda evitarlo.

      El