José Ignacio González Faus

Al tercer día resucitó de entre los muertos


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      Tampoco este tema es objeto del presente libro. Pero quizá valía la pena señalar ese probable «intríngulis» de las diferencias constatadas.

      4. Hechos creadores de historia

      Finalmente, he dicho más arriba que la crítica histórica podía llegar a las experiencias pascuales, al testimonio creyente y al cambio de los apóstoles. Quizá convenga añadir a este triple dato un nuevo factor, que puede ser un desarrollo del segundo punto de nuestra reconstrucción (3.2). La crítica histórica puede asegurar que las experiencias pascuales convirtieron a los apóstoles en misioneros. Misioneros no es lo mismo que «periodistas». Los apóstoles necesitan comunicar lo que han visto, no porque sea una noticia capaz de llenar primeras páginas de periódicos, de satisfacer una curiosidad de novedades o de «ganar audiencia». No por nada de eso, sino porque se trata de una «buena noticia», es decir, de algo que interesa enormemente al oyente porque afecta profundamente a las estructuras últimas de todo ser humano. Algo que empalma –hasta los niveles más hondos con la necesidad de preguntar y con la necesidad de esperar que constituyen al ser humano. El anuncio de la Resurrección es como una «media naranja» que falta a todo hombre, y en busca de la cual se mueven varones y mujeres, ahora no es su condición sexuada sino mucho más: simplemente en su condición humana.

      Por eso mismo resulta mucho más incomprensible que ese anuncio no se haga de una manera «fácil», prometedora o «inmediatista», sino a través de una mediación que parece contradecirlo: la entrega de la vida de Jesús, y la llamada al oyente para que acepte entregar su vida.

      El oyente a quien se le anuncia esa «vida a través de la muerte» tendrá derecho a pensar que se le está proponiendo un nuevo «timo de la estampita». O podrá pensar también que, si de veras se le hubiese querido embaucar, no se le habrían presentado las cosas tan difíciles. Por la época en que redacto estas líneas, permítaseme añadir que el anuncio de la Resurrección no es (ni se parece nada a) una «campaña electoral».

      Pero en esa ambigüedad, todo ser humano queda puesto ante la opción entre asumir el riesgo o quedar remitido a su propia incompleción. Algo semejante a lo que pasa con el amor humano.

      * * *

      Hemos señalado así unos hechos mínimos que parecen ser lo único que puede garantizar la historia. Pero los hechos no son la fe ni pueden ser causa de ella. Son una base necesaria pero no una prueba que elimine la fe. La fe puede ser descrita como una decisión ante los hechos. Pero para ello, una vez establecidos necesita entenderlos y desentrañarlos mucho más.

      Algo de eso hemos de hacer en los capítulos siguientes, ampliando cosas que, en los enunciados de este capítulo, tenían que quedar implícitas y sin desarrollar.

      Apéndice: Sobre la historicidad de la tumba vacía

      Es esta una cuestión enormemente discutida, sobre la que no hay aquí espacio para entrar. Me permito reenviar otra vez a lo que escribí sobre el tema en el capítulo del libro Acceso a Jesús dedicado a la Resurrección. Resumo que los cuatro argumentos más serios a favor de la historicidad son estos: a) el hecho de que se presente como testigos a mujeres, que, en aquella época, estaban desautorizadas para testificar; b) la posibilidad de mostrar por análisis crítico de los textos que, en los estratos más antiguos, la tumba vacía no es utilizada como inductora de la fe en la Resurrección sino como productora de perplejidad y desconcierto. Estas dos razones hacen muy difícil que el relato de la tumba vacía haya sido «creado de la nada» por razones apologéticas; c) la casi seguridad de que los enemigos de la Resurrección no niegan la tumba vacía sino que la interpretan de otro modo (robo del cuerpo por los apóstoles o por el dueño del huerto para evitar visitas molestas), y d) en un mundo en el que las visitas a las tumbas de personajes queridos eran práctica constante, parece imposible que corriera por Jerusalén el rumor de la tumba vacía de Jesús, si se podía acudir al lugar y demostrar lo contrario. A menos que Jesús no tuviera tumba y hubiese sido arrojado a alguna fosa común (que es lo que parece negar la afirmación del credo paulino que encabezaba este capítulo: «fue sepultado»).

      Pese a todo, es importante el hecho de que Pablo (en 1 Cor 15) anuncia la Resurrección sin ningún recurso a la tumba vacía. Esto remite mejor al punto central de la cuestión: que quizá la Resurrección, tal como ha de entenderse, no exige necesariamente una tumba vacía (por ejemplo, cuando Lázaro resucita saliendo del sepulcro), sino más bien una «transformación» misteriosa que san Pablo compara con la de la semilla que «resucita» a la vida, no saliendo de la tierra sino pudriéndose en ella para convertirse en planta.

      Este es el punto central. Desde aquí, la tumba vacía no pasa de ser un «signo», gratuito y ambiguo como todos los signos (como concepción virginal si se quiere), pero nunca en sí mismo objeto de fe.

      3

      HACIA EL SENTIDO

      «Si de Cristo se predicara que ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección para nosotros? Si no hay resurrección para nosotros tampoco resucitó Cristo…

      Pero Cristo resucitó de entre los muertos, como primicia de los que ahora reposan… En Cristo como primicia, después de los suyos cuando vuelva a hacerse presente…

      Alguno preguntará: pero ¿cómo resucitarán los muertos, o con qué cuerpo?: ¡Bobo, lo que tú siembras no cobra vida si no muere primero! Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de ser sino un simple grano, de trigo o de otra semilla; y Dios le da el cuerpo que quiere…

      Así será en la resurrección de los muertos; se siembra en corrupción y se resucita en incorruptibilidad, se siembra en poquedad y se resucita en gloria, se siembra en debilidad y se resucita en fuerza, se siembra un cuerpo inteligente y resucita un cuerpo espiritual» (1 Cor 15,12-13;20-23; 35-37; 42-44).

      En estas frases de san Pablo se encuentran las principales observaciones que conviene hacer para comprender el sentido de la expresión «resucitó de entre los muertos». Vamos a ir viéndolas en este capítulo.

      1. No mera reviviscencia

      En primer lugar y empalmando con lo dicho en el apéndice del capítulo anterior, en la Resurrección no se trata de una mera reviviscencia: lo que resucita es «otro» cuerpo distinto del que se había metido en la tierra. La Resurrección de Jesús (y nuestra resurrección final que deriva de ella) no tienen nada que ver con las experiencias, realidades, hipótesis o informaciones de resurrección que conocemos en esta historia: por ejemplo con la resurrección de Lázaro o la del hijo de la viuda, que cuentan los evangelios.

      No se trata, pues, de la vuelta de un muerto a esta vida, que sigue estando sometida al poder de la muerte y la vulnerabilidad de la libertad, es decir, sometida al poder de la degradación, física y quizá moral. Se trata no de una vuelta sino de una entrada. La entrada en otra vida nueva, que es la Vida misma de Dios. Si vale una comparación con nuestra limitada experiencia, no se trata de una «recuperación» del semen depositado en el vientre materno (mediante algún lavado vaginal o como sea) sino del «nacimiento» de ese semen, transformado en una vida humana y no meramente vegetal.

      Esa transformación de lo «sembrado» es la que intenta poner de relieve san Pablo con las expresiones que acabamos de citar: lo que muere («se siembra») es un cuerpo débil y corruptible, por inteligente que sea. Lo que resucita tiene atributos típicos de Dios: fuerza, incorrupción, Espíritu…

      Esto es muy obvio, pero es importante explicarlo porque, de suyo, la palabra «resurrección» significa para nosotros lo mismo que «reviviscencia». El lenguaje humano no tenía palabra para expresar lo que quería decir la Resurrección de Jesús. Hubo que recurrir a esa palabra (resucitar), tomada a nuestra idea de salir de la muerte, pero muy deficiente puesto que ahora ya no se trata de salir de la muerte para volver a morir más tarde: «Cristo