Sixto Paz Wells

El Santuario de la Tierra


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Y toda nuestra galaxia, La Vía Láctea, se mueve a su vez en su órbita a la vertiginosa velocidad de 965.000 kilómetros por hora arrastrándonos.

      –¡Esto que te digo es cierto papá, no me lo he inventado! El gran disco fue llevado a la selva y guardado allí!

      –Y ¿por qué, como dices tú, no se pudieron llevar el disco de inmediato durante su huida?

      –Porque eso protegió nuestra huida. Si nos lo hubiésemos llevado de inmediato la gente de mi hermano habría asesinado a los sacerdotes. Además estaba en uso papá. Se usó para que los sacerdotes pudiesen precisar la locación de los discos menores. No se podía interrumpir su funcionamiento.

      –¿Y entonces dónde se supone que están los otros discos más pequeños Esperanza?

      –Repartidos por todo el mundo, a la espera de que alguien los haga vibrar y queden conectados desde allí abriendo entre todos la puerta papá.

      –Suponiendo que así fuera, ¿por qué no se mantuvieron con el disco mayor?

      –Cuando el disco principal fue traído aquí por la gente del cielo, los discos menores fueron enviados y repartidos por los lugares de mayor luz y energía del planeta para asegurar el equilibrio planetario. ¡Están donde deben estar, protegidos en la actualidad por hombres y mujeres sabios!

      –Si era tan útil ese disco y permitía viajar por el Universo, ¿por qué no huyeron por allí los incas?

      –¡No se podía usar como portal si no estaba completo! Únicamente servía para ver a través de él ciertas cosas. Solo llegado el momento adecuado, cuando muchas cosas coincidieran y todas estuviesen vibrando armónicamente, estaría completo y serviría para que todo nuestro mundo pasase a otra realidad. Además, ¡porque no podíamos dejar el disco detrás nuestro papá! Llegaría el tiempo en que se abriría y por tanto habría sido peligroso abandonar el portal abierto para que cualquiera lo cruzara.

      –¡Sabes que para ser tan pequeña tienes una imaginación muy prolífica! Me has dejado sorprendido. No parecen tonterías las cosas que dices. Pero trata de no hablar tanto delante de extraños que nos puedes meter en problemas. ¿Viste la cara del sacerdote? Le has dejado muy extrañado.

      Del Coricancha padre e hija se fueron caminando por la calle Pampa del Castillo, que se encuentra en la zona de Pucamarca, que es una gran manzana que engloba la calle Maruri, Pampa del Castillo, la Plazoleta de Santo Domingo y la calle Romeritos. Siguieron en dirección a la Plaza de Armas de la ciudad, avanzando por la imponente calle Loreto o Inti Kijllu, flanqueada por altos y vigorosos muros de piedra de antiguos palacios y templos incas. Esta calle, que es una joya de la arquitectura inca, desemboca en la Plaza de Armas o Plaza de Huacaypata o también llamada de las Plegarias, y, que por su grado de conservación, te transporta fácilmente en el tiempo.

      Mientras iban avanzando, la emoción se desbordaba en la niña, hasta tal punto que se detuvo y abrazó el largo muro del lado izquierdo que era diferente en su manufactura del otro que estaba al lado derecho –más imponente–, como si fuese el reencuentro con un viejo y entrañable amigo. Entonces, recuperando el aliento, le dijo a su progenitor:

      –¡Fíjate papá! ¡Todo este muro era parte de un palacio muy importante!... ¡Esta era la casa de mi familia!... ¡Aquí viví yo! Pero ahora está en ruinas, desolado y abandonado.

      La niña acariciaba el muro como si fuese un ser vivo que le hablaba, conmoviendo a su padre que no sabía qué decirle.

      Esperanza avanzó un poco más ante la mirada extrañada de don José, cuando localizó una improvisada puerta abierta violentamente en la pared, que había fracturado la piedra. A través de ella pudo apreciar como el espacio lo habían convertido en un corralón, donde guardaban mercadería los vendedores ambulantes. Se puso a llorar desconsoladamente abrazando a su padre. Él, bastante confundido, trataba de consolarla.

      –¡Calma Esperancita, es solo un edificio antiguo! ¡No es para tanto! Tienes que calmarte, estás llevando esto muy lejos. A ver, si este era el edificio donde vivió tu familia de otro tiempo, ¿que había aquí a la derecha?

      Recuperándose de las lágrimas, la niña se soltó de los brazos de su padre y se acercó al otro muro y, después de tocarlo, se giró hacia él explicándole con calma y seguridad:

      –Aquí juntaban a todas las princesas del reino y a las chicas más bellas e inteligentes; las preparaban para ser las esposas del Inca y de los nobles. Algunas que no eran tan bonitas o no tenían suerte se quedaban solas haciendo ropita y todo tipo de cositas para los templos y para el Inca.

      »En ese tiempo yo era hombre, un joven delgado y muy guapo y me había enamorado de una de esas jóvenes, que era una princesa de un pueblo muy alejado, que había sido enviada para educarse aquí.

      –Si ella era una princesa, ¿tú eras un príncipe también? –dijo don José como interrogando a la niña.

      –¡Así es! ¡Era un príncipe! Pero en nuestra casa había muchísimos príncipes, porque nuestro padre tenía muchas esposas –dijo la niña con aplomo y convencimiento.

      De pronto la tristeza y la añoranza desaparecieron de su rostro y, tomando de la mano a su padre, le hizo seguir caminando. Él se quedó anonadado cuando corroboró que el edificio, actualmente un convento de clausura católico, anteriormente había sido el Acllahuasi o casa de las Vírgenes del Sol, en otras palabras, el «harén del Inca».

      En ese momento vieron que, sentado en el suelo y apoyado en la pared, estaba un anciano indígena ciego tocando con gran sentimiento y arte una quena o flauta indígena. Esperanza se le acercó dejándole una limosna en su morralito, y aquel hombre, sintiendo la presencia de la niña, sonrió levantando la cabeza mostrando sus cuencas vacías en un rostro maltratado por la enfermedad, la edad, el sol y el frío.

      –¡Yusulpayki warma! (gracias niña).

      La niña se quedó mirándolo como tratando de entender lo que el anciano le había dicho. Sonriendo, se giró hacia su padre y le preguntó:

      –Papá, ¿por qué este hombre está ciego?

      –Probablemente haya nacido así o se haya quedado ciego por alguna enfermedad hijita.

      –¿Y por qué habría nacido ciego?

      –¡Quizás fue un problema genético hija, o una enfermedad de la madre mientras lo estaba gestando!

      –¿Y por qué Dios permite eso?

      –Bueno Esperanza, podría ser solo producto de la casualidad y el destino. A veces nos ocurren cosas que podrían ser consecuencia de muchas circunstancias nefastas y nada más. Hay quienes manejan estudios esotéricos que investigan sobre lo misterioso, que piensan que estas situaciones son producto de una ley universal llamada «causa y efecto». Para los que creen en la reencarnación –si es que existen vidas pasadas–, podría ser algo pendiente que traía la persona en cuanto a aprendizaje, o para corregir errores anteriores.

      »Las religiones por su parte enseñan, según sus creencias, que todo cuanto nos ocurre en esta vida es por la Voluntad de Dios para el crecimiento del espíritu, para que aprendamos a amar, a ser solidarios unos con otros, o que es la consecuencia de nuestros actos. Los clérigos siempre terminan diciendo que nosotros no podemos entender los designios del Creador, y ahí se acaban sus explicaciones.

      –Papá, ¿y por qué la gente no suele recordar quién fue en sus vidas anteriores?

      –¡Esperancita, qué cosas dices y qué preguntas haces!

      –¿Tú crees en las vidas pasadas papá? ¿Te parece justo que una persona venga a esta vida solo una vez y sin tener muchas oportunidades o ninguna? O, como este señor, ¿que sea cieguecito simplemente porque le tocó?

      –Bueno, te diré que yo también creo que hay algo. No lo puedo negar, sino nada tendría sentido o sería injusto. Evidentemente venimos a aprender y es así como que el Universo se experimenta a sí mismo a través nuestro. Todos aprendemos de todo y de todos. Precisamente, en la actualidad se habla de