Sixto Paz Wells

El Santuario de la Tierra


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el descubrimiento del río Amazonas y una ruta navegable hasta el Atlántico.

      La leyenda que escucharon en Panamá hablaba de un cacique chibcha llamado Guatavita, quien una vez al año cubría su cuerpo con polvo de oro y se dejaba conducir en una balsa recubierta de láminas de oro hasta el centro de un lago de origen volcánico de gran profundidad situado cerca de Bogotá, en la actual Colombia. Allí se arrojaba al agua con gran cantidad de vasijas e ídolos también de oro puro para regresar nadando por su propio esfuerzo hasta la orilla. Todo ello parecía ser un ritual para demostrar su vitalidad y capacidad para seguir liderando a su gente, así como un ritual del renacimiento del Sol. Lamentablemente al cacique lo mataron poco antes de la llegada de los españoles, con lo que la leyenda terminó ahí. La otra leyenda se refería a la existencia de Paiquinquin Qosqo o Paititi en las selvas del Cuzco y el Madre de Dios, frontera actual con el Brasil. Se hablaba de fuentes de oro en las vertientes de la cordillera oriental y en los ríos de la selva. Se decía que en esa ciudad se habían ocultado las estatuas de oro puro de cada uno de los antiguos gobernantes del imperio inca, así como su vajilla y tesoros, lo cual la convertía en una presa más que codiciable.

      Pero la búsqueda fue infructuosa… Un siglo después de la llegada de Choque Auqui al Paititi, unos misioneros jesuitas exploraban la zona, y después de muchos sacrificios y privaciones llegaron casi desfalleciendo hasta las fronteras de aquel recóndito lugar, queriendo contrarrestar la nefasta acción de las autoridades coloniales con el verdadero mensaje cristiano, que en nada se parecía a aquel en nombre del cual se había justificado tanta opresión. Se les permitió acercarse y fueron atendidos proporcionándoles muchos cuidados hasta que se recuperaron. Los clérigos tuvieron la oportunidad de comprobar la calidad moral, así como el buen ejemplo y la verdadera caridad cristiana de aquellos indígenas que precisamente no eran cristianos, que ante tanto avasallamiento y opresión pudieron haberlos matado, y que sin embargo, no lo hicieron. El Inca también se impresionó por la diferencia de actitud de estos religiosos respetuosos, sabios y nada fanáticos, y de buena gana escuchó su prédica doctrinal, extrayendo lo mejor de lo enseñado pero a la vez conciliándolo con sus costumbres ancestrales.

      Los clérigos se marcharon de regreso al virreinato, no sin antes comprometerse a guardar silencio sobre la ubicación del «Santuario de la Tierra». Sin embargo, por indiscreciones dentro del convento, llegó a oídos de las autoridades la existencia de aquel lugar misterioso, donde permanecían los descendientes de los incas sin más gobierno que ellos mismos. Temerosos de que se repitiera el fenómeno de insurrección de Vilcabamba, se preparó una expedición para someterlos y los jesuitas fueron forzados a ser los guías de la misma. Pero la expedición nunca llegó a su destino. Voluntariamente o por olvido, los misioneros no pudieron volver a encontrar el camino de regreso al santuario. En el camino, debido a las intensas lluvias, muchos de los expedicionarios murieron de pulmonía y de disentería; otros se ahogaron en ríos y pantanos o murieron producto de la picadura de insectos y la mordedura de serpientes, o de los ataques de jaguares y osos. Algunos más se extraviaron perdiendo la razón, muriendo de hambre o abandonados en la selva.

      Del mismo modo que se produjeron intentos de rebelión y resistencia frente a los europeos, surgieron también movimientos filosóficos y espirituales que pretendían recuperar y revalorizar las creencias ancestrales así como el viejo orden de los Hijos del Sol, desaparecido al ser suprimida y eliminada la clase dirigente. Uno de esos movimientos fue el «Taqui Oncoy», que representaba un verdadero esfuerzo por unificar las creencias a través de la figura del dios Apu Punshao (Espíritu del Señor del día). Esta corriente de pensamiento se mantuvo por mucho tiempo, extendiéndose por buena parte del mundo andino. Rechazaba tanto el rito cristiano como las costumbres europeas y los vicios del virreinato. Se inició en 1567 bajo la dirección de Juan Chocne, quien solo aparecía para las ceremonias celebradas en clandestinidad. Los rituales consistirían en pintarse el cuerpo de rojo, marchando luego a la huaca o adoratorio; ello significaba que la raza roja debía mantenerse pura frente a los invasores. El canto y la danza de todos los asistentes se prolongaban durante horas, buscando alcanzar un estado de trance apoyado por ayunos de purificación. Juan Chocne mismo afirmaba mantener contacto con entidades que se desplazaban por el cielo en una especie de canasta voladora.

      El Taqui Oncoy se extendió hasta entrar en contacto con los incas de Vilcabamba y los de Paititi, en la frontera selvática, involucrando espiritual y materialmente a mucha gente. Túpac Amaru I fue uno de los que, conviviendo con los españoles, participaba secretamente de estos movimientos, en especial de uno de ellos llamado «Los Amaru» (Los Serpiente), que sobrevivió a los movimientos mesiánicos que fueron violentamente suprimidos por las autoridades coloniales.

      El Paititi o Paiquinquin Qosqo quedaría como un mito a la espera del momento en que la constelación de Miquiquiray marcara la definitiva apertura del Santuario para guiar a la Humanidad a una época de oro y espiritualidad. Sus puertas serían abiertas por aquellos que estuvieran preparados para hacer buen uso del conocimiento tanto tiempo protegido.

      Siglos después, en Qosqo o Cuzco, la historia aún se puede respirar en sus pueblos olvidados y hasta en la misma ciudad imperial, en sus callejuelas y rincones. No hay que ser muy perceptivo para intuir que allí hay misterios y secretos aguardando a ser descubiertos o rescatados.

      Ese otro mundo paralelo, cuya historia fue abruptamente interrumpida, sabe que muy pronto la cabeza del Inca será restituida a su lugar. La cultura original supo protegerse del aparente mestizaje, aunque este nunca llegó a existir realmente. Lo único que surgió como un producto colateral fue un criollismo carente de identidad. Así ha evolucionado la conciencia andina, ocultando sus creencias tras el rito cristiano, en espera de que el mundo corrija sus desaciertos y contradicciones y vuelva al orden natural. Hoy por hoy, en los campos se hacen los pagos y ofrendas a la Pacha Mama o Madre Tierra, y en las ruinas de los palacios incas se reúnen los amaru para invocar al Universo ancestral y recordar que hay una ruta prohibida que hay que preservar como sea, a pesar de que esos palacios y templos sagrados sean hoy la fachada turística de restaurantes, hoteles y bares.

      Por siglos, la sociedad secreta de los hombres-serpiente ha luchado por recuperar el glorioso pasado inca a través de sociedades filantrópicas y culturales. En los primeros tiempos esta lucha fue activa, pero el peso de la fuerza y la desventaja los llevó a replegarse y esperar mejores tiempos, ocultándose en el silencio.

      Durante la época colonial, algunos de sus miembros adquirieron renombre por encabezar insurrecciones; tal fue el caso de Juan Santos Atahuallpa y José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru.

      Juan Santos Atahuallpa decía ser descendiente directo de Atahualpa. Además de su lengua, el quechua, dominaba perfectamente la lengua de las tribus de la selva y el castellano, y en poco tiempo se convirtió en un gran líder de los Campas de las montañas de la zona de Tarma y el Gran Pajonal, en la Sierra Central, donde durante diez años (1742-1752) protagonizó una sublevación contra la opresión española.

      José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru era descendiente directo de doña Juana Pilcowaco, hija del último Inca Túpac Amaru. Por la nobleza de su apellido heredó el cacicazgo de Pampamarca, Tungasuca y Surimana, que ocuparon interinamente sus tíos materno y paterno mientras él continuaba su educación en la sociedad de los amaru. En 1766, una vez investido con el reconocimiento oficial de cacique, trató de lograr justicia por parte de las autoridades coloniales exigiendo la abolición del tributo de la Mita, trabajo inhumano que llevaba a la muerte a millares de indígenas. En 1780 Túpac Amaru condujo una rebelión que sucumbió ante la traición de uno de sus hombres de confianza.

      Después de centurias los amaru aún esperan… En el interior de esa sociedad secreta continúan los ritos de iniciación de los descendientes de la nobleza cuzqueña. Se trata de largas y durísimas pruebas que se realizaban en cavernas enclavadas en los glaciares del Salcantay, la montaña que domina el Valle Sagrado de Urubamba, donde deben enfrentar el hambre, el frío, el miedo, el silencio, la duda y la soledad. Posteriormente reciben los baños de purificación en pozas de agua hirviente de origen volcánico, y el renacimiento final en las gélidas lagunas situadas al pie del nevado. El rito culmina con el peregrinaje al Qoyllority, en el santuario de la montaña, donde se observa a la distancia la ruta del exilio emprendido hace siglos por Inkarri, el Inca Rey que se convirtió en otorongo y se