Sixto Paz Wells

El Santuario de la Tierra


Скачать книгу

ampliando así la experiencia y el aprendizaje de toda la Humanidad. Pero eso no está demostrado aún.

      »Por otro lado hay quienes consideran que sí existe la reencarnación como manifestación de la inmortalidad del alma y el espíritu; y que las continuas existencias serían como un colegio en donde uno va pasando de un grado a otro. El paso de una vida a otra sería como un largo peregrinaje en una aventura de crecimiento. Y como en toda escuela, hay quienes se demoran más y otros menos para completar el aprendizaje. Así irías del jardín de infancia a primaria, de primaria a secundaria, de allí a la universidad, seguirías con una licenciatura, luego un doctorado, y así, sucesivamente, evolucionando en conciencia para enseñar o supervisar el aprendizaje de otros. Según esta teoría, en una vida serías hombre y en otra mujer, en una pobre y en otra rico, en una sano, en otra enfermo; en una de esas existencias tendrías todas las posibilidades y oportunidades mientras que en otras no tendría ninguna. En una existencia vivirías una larga vida, mientras que en otra esta sería muy corta.

      –¡Ves, por eso recuerdo haber vivido aquí y haber sido en otra vida otra persona! ¿Pero por qué no todos recuerdan qué fueron antes y todo lo que vivieron?

      –¡Porque no podrían vivir dos vidas a la vez querida Esperanza! Imagínate tú qué pasaría si una persona no preparada supiera que en otra vida tuvo otro sexo, otra familia o que lo asesinaron. No podría desenvolverse en paz en la presente haciendo cosas nuevas o procurando corregir los errores anteriores.

      »Solo podrían recordar aquellas personas que tienen la madurez y el grado de avance necesarios para convivir con ese conocimiento.

      –¿Y para qué serviría todo eso papá?

      –¡Es una teoría Esperanza! No hay nada demostrado, pero, como te decía, serviría para que las almas de las personas se perfeccionaran y fueran más buenas, compasivas y misericordiosas, más conscientes y responsables, en fin más sabias, porque no sabrías cuando te tocaría a ti pasar por las mismas necesidades.

      »Y también podrías aprender de los demás sin tener que vivir directamente tal o cual experiencia de vida.

      –Si yo no hubiese venido contigo probablemente no hubiese recordado nunca todas estas cosas papá.

      –¡Sabes Esperanza, no es seguro que lo que crees que estás recordando sea cierto! Podría ser tan solo el producto de tu imaginación estimulada por el lugar.

      –¿Qué pasaría si llegara a recordar toda la vida de ese príncipe papá?

      –Como te dije, si recordaras todo permanentemente, eso sería un laberinto de sentimientos y emociones. Los recuerdos podrían confundirte y desequilibrarte. Además, supuestamente cuando te mueres, tu personalidad anterior muere con tu cuerpo y en cada vida tienes una personalidad diferente. Serías como un actor de una obra teatral: el actor siempre sería el mismo, y lo que variarían serían los papeles que tiene que caracterizar en una obra u otra.

      –Pero te quedaría todo lo que aprendiste papá. Sino no serviría para nada. ¿Cómo pude saber lo de la entrada al subterráneo, lo del disco solar y donde estuvo ubicado? Además, ya viste lo de la casa y lo del convento de las princesas.

      –No sé de dónde sacas todas esas cosas, pero a lo mejor alguien te lo enseñó o lo viste en la televisión y no te acuerdas de quién lo sembró en tu cabecita inquieta.

      –¡No papá! No me lo estoy imaginando, lo estoy sintiendo y recordando.

      De regreso al hotel, mientras don José llamaba por teléfono a su mujer a Lima, Esperanza se sentó al lado de la ventana. Se encontraba mirando hacia la calle desde el segundo piso donde estaba la habitación. Veía los techos de tejas rojas artesanales que se multiplicaban en la distancia, intercalados con algunos techos de calamina de zinc. Con esa visión su mente la transportaba a otro tiempo donde todos los techos eran de paja, antisísmicos y bien tejidos para escurrir la lluvia y el granizo.

      El padre puso entonces a la niña al auricular con el altavoz para que escuchara y saludara a su madre por teléfono, por lo que ella aprovechó para contarle con gran entusiasmo todo lo que habían visto y los lugares que habían conocido, pero sin hacer demasiado énfasis en sus extraños y profundos recuerdos.

      Los siguientes días, don José, aprovechó para llevar a la niña a que conociera primero el Colcampata o palacio de Manco Cápac, fundador del imperio inca. De este palacio, situado a mitad de un cerro cercano, queda muy poco; algunos muros y una entrada de piedra con parte de un finísimo muro.

      En el lugar el padre aprovechó para contarle a su hija la historia de los cuatro linajes que poblaron Cuzco según la leyenda de los hermanos Ayar, que eran cuatro hermanos con sus respectivas esposas que, después de un terrible diluvio que asoló la Tierra, salieron de la zona de Pacaritambo, de una montaña llamada Tampu Tocco localizada al Noroeste de Cuzco llevando el conocimiento necesario para reorganizar a la Humanidad en torno al maíz por encargo del dios Ticci Viracocha, el supremo creador del Universo.

      El lugar de donde salieron tenía tres cuevas o ventanas; la principal y central era Capac Tocco, de donde partieron las cuatro parejas acompañadas de diez familias o ayllus.

      Ellos eran Ayar Manco y su mujer Mama Ocllo; Ayar Cachi y su mujer Mama Cora; Ayar Uchu y su mujer Mama Rahua y, finalmente, Ayar Auca y su mujer Mama Huaco. Cada uno de ellos tenía condiciones singulares como para guiar al grupo, desde virtudes y cualidades, hasta poderes, capacidades y habilidades especiales.

      Pero entre ellos rápidamente surgió la envidia a la fuerza y la destreza que tenía Ayar Cachi, que era el más diestro y fuerte de todos ellos, así que, temiendo que más adelante se les impusiera, conspiraron contra él buscando acabar con su vida y para ello urdieron un plan: engañarlo y enviarlo de regreso a la Cueva de Capac Tocco a por provisiones. Una vez entró en el cerro de donde habían salido, cerraron la entrada del túnel detrás de él con grandes piedras, dejándolo atrapado.

      Los demás hermanos y sus familias –sin dejar espacio para el remordimiento y buscando justificar lo injustificable– siguieron camino llegando a un cerro principal llamado Huanacaure, donde encontraron una gran piedra sagrada a manera de ídolo que ya en aquel entonces era objeto de veneración. Allí, Ayar Uchu, que era el más místico y religioso de los cuatro, capaz de conectarse con la naturaleza –aunque también había guardado silencio ante la injusticia cometida contra su hermano– cometió el error de adelantarse pisando el suelo sagrado sin haber pedido permiso antes, y por haber actuado irrespetuosamente con el lugar, quedó instantáneamente convertido en piedra.

      Todos quedaron conmovidos por la pérdida, considerando que podría ser un castigo por el daño que habían causado a su hermano Ayar Cachi. Entonces, arrepentidos, se procuraron una purificación que los librara de semejante culpa, por lo que después de hacer ayunos y oración, rindieron homenaje al hermano abandonado, siguiendo camino después hacia la Pampa del Sol. En ese otro lugar, Ayar Auca, mano derecha de Ayar Manco, se adelantó para explorar. Vestía una ropa que incluía plumas de guacamayo y mantenía una fuerte conexión con los espíritus de los ancestros, quienes en determinados momentos le expresaban su voluntad. De pronto e inexplicablemente sufrió una extraña metamorfosis. Le salieron alas con las cuales amplió su capacidad de exploración ayudando con ello a todo el grupo con informaciones valiosas. Pero al descender también se convirtió en piedra.

      Recordaron que habían hecho morir al primer hermano con piedras y ahora todos estaban sufriendo esa misteriosa maldición, lo cual terminó de angustiar al único hermano que había sobrevivido de los cuatro, consciente de que los rituales de expiación no habían sido suficientes. Ayar Manco, que era el mayor, el más astuto y sabio, dirigió entonces nuevos rituales pidiendo perdón con sincero arrepentimiento a los dioses y a su hermano abandonado, con ayunos más intensos y baños rituales. El ambiente cambió y las energías se sintieron más benéficas, por lo que Manco logró llegar al valle de Cuzco donde halló tierra fértil y ríos que lo regaban todo. Allí logró hundir su bastón ceremonial que había recibido del dios Ticci Viracocha, que serviría para detectar el lugar elegido.

      Ayar Manco llevaba consigo, como compañero y guardián, una especie de halcón