Julio Carreras

La nave A-122


Скачать книгу

carga o, incluso, conduciendo. Mucha gente implicada significaba muchas pistas. En cuanto fueran capaces de identificar a uno de los ladrones, el resto caería como moscas; aquello no fallaba, era un axioma. Por otra parte, estaba el asunto del infiltrado. Todo apuntaba a que habían contado con la ayuda de alguien de dentro, pero era tan obvio que le chirriaba. Allí había gato encerrado y no lo acababa de ver.

      Tenía que interrogar a toda aquella gente, revisar las cámaras de seguridad, comprobar llamadas, averiguar cómo habían sacado los automóviles… Pero sobre todo, tenía que encontrar un móvil. ¿Por qué habían robado exactamente aquellos coches?

      Le dolía la cabeza, aún le pesaba la resaca de la Nochebuena. Lo mejor sería dejarlo por aquel día y permitir que todas aquellas personas se relajaran durante unas horas. Esa noche indagaría un poco sobre aquel lugar y los que allí trabajaban, y al día siguiente volvería a la carga con energías renovadas.

      —Está todo muy «turbio». ¿No le parece extraño? —reflexionó Antunes, que no se había movido de su lado.

      —Sí, más extraño que ver a un menor de edad con un mono al hombro recorrer el mundo en busca de la madre que le ha abandonado.

      —¿Está pensando en Marco? ¿El de los dibujos?

      —Déjalo… ¡Ah!, y dígales a todos que ya pueden irse a casa.

      Los trabajadores recibieron la noticia de buena gana. No les faltó tiempo para recoger sus cosas y largarse de allí. Al menos esa noche tendrían algo interesante que contar a sus mujeres, amantes, o anónimos compañeros en una barra de bar.

      Poco a poco los ecos de las conversaciones se fueron apagando… y conforme salían los hombres, Matías hizo de tripas corazón y se acercó hacia los Santas.

      —Disculpe mis modales de antes, señor Santacreu —se dirigió hacia el más espigado de los dos.

      —Soy Santamaría.

      —Perdón, le he confundido con su hermano —respondió ante su atónita mirada—. Mañana tendré que entrevistar a toda esta gente. Por favor, asegúrese de que están aquí y dispuestos a colaborar. ¡Ah!, y facilite a mis hombres una lista de todas las personas que tuvieran acceso a esta zona durante el fin de semana.

      Sin mediar más palabra, Matías dio media vuelta y se fue por donde había venido.

      —¿Es siempre así? —le preguntó León, el único de los trabajadores que aún no había abandonado la nave, a Capdevila.

      No —respondió el policía con un suspiro—, hoy parece que está de buen humor.

      * * *

      Matías Fonseca era un personaje con todas las letras, no daba lugar a medias tintas. Los que le conocían, o le odiaban o le adoraban. Era sumamente inteligente y tenía un sexto sentido para intuir cosas que otros no eran capaces de ver en la escena de un crimen, pero era rudo y ácido en sus comentarios, lo cual muchas veces le perjudicaba. Sus hombres a menudo bromeaban diciendo que era un tipo entrañable, pero solo mientras dormía. Aun así, en el fondo, todos le apreciaban. Cualquier psicoanalista, si alguna vez se hubiera interesado por acercarse a alguno, le hubiera dicho que aquella manera de actuar era una autodefensa para proteger sus inseguridades. Los que sabían menos de psicología simplemente pensaban que era un capullo.

      Maniático y metódico, solo había un ambiente donde se sentía totalmente libre, un lugar en el que se transformaba en uno del montón y sus aires de superioridad se desvanecían: allí donde había rock & roll. Y es que Matías era un fanático de este género musical. Se vanagloriaba de haber asistido a más de mil conciertos y haber visto a todos los grandes. Era tal su afición que incluso había establecido buena relación con algunos de los roqueros más prestigiosos del panorama nacional. Incluso las malas lenguas decían que alguna vez había utilizado su estatus para sacar a más de uno de algún apuro.

      Aquel día su forma de ser le iba a jugar una mala pasada. A ninguno de los Santas les había caído bien Matías y quizá él había pecado de subestimar su poder en la empresa y fuera de ella. Se había relajado, se había dejado llevar por su ego y aquello le iba a acarrear un problema que no se esperaba, una incómoda piedra en el zapato.

      Eran las ocho de la tarde cuando el inspector Fonseca recibió la llamada de su jefe, el Comisario de la Brigada de la Policía Judicial. La llamada le pilló en el mejor momento del día. Estaba solo, se había servido un calimocho bien cargado, acababa de poner un vinilo de Led Zeppelin IV en su moderno tocadiscos de nogal y se había dejado caer sobre su sillón preferido. Aquello sonaba como los ángeles. Había invertido más de tres mil euros en sonido en su casa pero le importaba poco, para Matías la calidad del sonido era más importante que el dormir.

      There’s a sign on the wall but she wants to be sure cause you know sometimes words have two meanings. In a tree by the brook, there’s a songbird who sings, Sometimes all of our thoughts are misgiven.

      Pensó en no coger el teléfono, dejarlo pasar, pero tal vez se trataba de algo relacionado con el caso, así que bajó el sonido del equipo y descolgó.

      —Estarás contento con lo de hoy, ¿no? —tronó la voz de su jefe.

      —Sí, a decir verdad, me parece un caso muy interesante.

      Sabía de sobra a qué se refería, había ninguneado a aquellos directivos. No tenía que haberlo hecho, pero no soportaba que la gente tratara de anteponer sus intenciones a la pura resolución de los hechos. Aun así, trató de hacerse el loco. Conocía a su jefe y sabía que no iba a picar, pero tenía que intentarlo.

      —¡Déjate de pamplinas! He recibido una llamada de arriba. Parece que te has equivocado al evaluar el poder de Santacreu y Santabárbara.

      —Santamaría.

      —¡Como sea, joder! Querían a otro hombre al frente del caso. Debería haber aceptado, pero no sé por qué carajo te he defendido.

      —Déjame adivinar… ¿Porque soy el mejor y cuando lo resuelva quedarás muy bien?

      Su jefe resopló al otro lado de la línea.

      —Matías… no me hinches las pelotas.

      —Vale, está bien, lo reconozco. Quizá he sido un poco brusco.

      —En fin, les he convencido para que continúes al mando, pero tenemos que meter a otro hombre en la investigación. Alguien de su confianza.

      Aquello sí que no se lo esperaba. Hacía tiempo que querían enchufarle a algún fulano en su equipo para sustituir a Felipe en su baja de larga duración, pero hasta el momento se las había apañado para sortear aquella incómoda imposición.

      —No me hagas esto... Sabes que estoy a un solo caso de igualar el récord de Gallart.

      —Gallart… No me vengas con esas.

      Dentro del Cuerpo, Matías tenía una pequeña obsesión: igualar el récord de treinta y dos casos consecutivos resueltos por el legendario inspector Gallart. Años y años de duro trabajo le habían ido acercando poco a poco a aquella leyenda de la policía. En aquel momento estaba tan cerca que tan solo el mero hecho de pensar en la posibilidad de fracasar le causaba pánico.

      —Un novato en el equipo solo me retrasará.

      —No me has entendido. No vas a ser la niñera de nadie, va a ser alguien con tu mismo rango.

      El tono de su jefe había cambiado. Parecía que se regodeaba en tener que darle aquella noticia. Matías le había dado muchas alegrías resolviendo casos francamente complejos; sin embargo, le resultaba tan puñetero que se alegraba de meterle en un entuerto como ese.

      Él se quedó en silencio. Aquello era mucho peor de lo que se había imaginado al principio.

      —En una hora te llamará Laureano Martínez para que le pongas al tanto de todo.

      —¿Y quién es ese? Tiene nombre de torero.

      —Pues