Edmundo Mireles

Tiroteo en Miami


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o él muere!».

      La cajera, con la pistola apuntando a su cabeza, gritó al encargado que se hiciese con la llave y abriese la puerta del almacén. El encargado obedeció. Entonces el atracador cogió tres bolsas de lona llenas de dinero y le dio una a su compañero del fusil de asalto. Abandonaron el banco con 41.469 dólares en efectivo, fugándose a toda velocidad en un Monte Carlo amarillo o dorado. Este sería luego identificado como el vehículo de Emilio Briel.

      Dejaron atrás a veintiséis aterrorizados clientes y empleados bancarios. Algunas de las cajeras, en particular aquellas que fueron amenazadas con que les iban a volar los sesos, estaban muy afectadas y no podían pronunciar palabra sin romper a llorar. Todos los testigos estaban de acuerdo en que los atracadores medían un metro ochenta, que pesaban de noventa a cien kilos, hablaban inglés perfectamente y eran, muy probablemente, dos varones de raza blanca. La descripción del vehículo era también bastante buena: un Monte Carlo amarillo o dorado. Esta descripción da muestras de lo que un testigo puede ver cuando no hay balas volando de un lado a otro. Casi todos estaban de acuerdo en el tipo de arma que portaban: un arma militar de asalto, aunque ninguno supo decir cuál era el tipo concreto.

      10 de enero de 1986

      Me encontraba en la oficina con varios de mis compañeros cuando recibimos la llamada: «Atraco en el Banco Continental… Ha habido disparos.» Salimos a toda prisa de la oficina para dirigirnos de nuevo al sur de Miami.

      A las 10:30 a. m. un furgón blindado Brink había aparcado en el Banco Continental en el número 13593 de la autopista South Dixie. Brink no estaba empleando tres vigilantes de seguridad como sí lo hacía Wells Fargo, sino que su sistema contaba tan solo con dos. El furgón aparcó frente al banco y el guardia abrió la puerta trasera y se bajó del vehículo. Mientras sacaba la bolsa con el dinero recibió un disparo por la espalda con una escopeta del calibre 12. Su agresor era alguien que llevaba ropa oscura y un pasamontañas. Un segundo atracador se acercó y disparó dos veces por la espalda al pobre hombre, ya en el suelo, con un fusil de asalto. El vigilante no tuvo ninguna oportunidad. El conductor del furgón ni siquiera vio a los atracadores o el vehículo de huida, y no tenía ni idea de lo que había ocurrido excepto por el ruido de los disparos.

      El cabecilla tomó una gran bolsa de lona llena de dinero de la parte trasera del vehículo y la arrojó al interior del Monte Carlo dorado. Ambos escaparon del lugar. Un testigo los siguió hasta el párking de una tienda Burdines y les vio abandonar el Monte Carlo para subirse a una ranchera Ford de color blanco. El testigo trató de seguir también a ese vehículo, pero lo perdió entre el tráfico. Tampoco pudo anotar la matrícula, aunque sí pudo cerciorarse de que los atracadores eran de hecho blancos, lo que excluía hombres negros e hispanos.

      Cuando llegamos al lugar e iniciamos nuestra investigación, nos encontramos con varios testigos que vieron o escucharon el tiroteo pero que no podían añadir nada significativo a lo que ya sabíamos. De hecho, sus testimonios solo incrementaron la confusión reinante ya que la mayoría reaccionó con miedo a los disparos, y no sabía cómo se había iniciado el incidente, excepto por el hecho de que un guardia había recibido varios tiros. Un testigo juró haber visto al menos a un sospechoso negro disparando a la víctima; otros dijeron que habían visto al menos a un hombre negro huyendo en un vehículo, por lo que uno de los atracadores era negro. La mayoría de los testigos identificaron armas de estilo militar, y dijeron que los ladrones medían en torno a un metro ochenta de altura y pesaban alrededor de noventa kilos. Sobre si eran negros o blancos, sin embargo, los testigos no se ponían de acuerdo. Recuperamos los casquillos y descubrimos cuáles eran las armas empleadas: una escopeta del calibre 12 y un fusil de asalto .223. Los atracadores escaparon con 54.000 dólares en efectivo.

      Nos hicimos con una pista de primer orden cuando encontramos el vehículo de la huida, que estaba en un Burger King en el número 13201 de la autopista South Dixie, a menos de tres manzanas de la escena del tiroteo/atraco. Uno casi podía ver el Banco Barnett desde el Burger King; sin duda, el lado norte de su párking era visible. Ambos atracadores debían de ser estúpidos, vagos o locos por haber dejado el vehículo de la huida tan cerca del banco que acababan de atracar. El tiempo diría si eran estúpidos o es que estaban locos.

      Cuando vi el vehículo, ya había sido investigado por la policía de Miami y los primeros agentes del fbi que habían llegado a la escena. La zona estaba acordonada para que el vehículo fuese transportado a un almacén en donde sería analizado por la policía científica. Podía ver a través de las ventanas que su interior parecía una pocilga repleta de basura. Había envoltorios y latas de bebida en la parte trasera y en el suelo. Supuse que se trataba de un vehículo robado; nadie cuida de vehículos robados, los destrozan. El vehículo contaba con la matrícula de Florida xqu-175, y tanto el vehículo como la matrícula estaban registrados a nombre de Aureliano Briel. Se había denunciado el robo del vehículo a la policía de Miami al mismo tiempo que la desaparición del hijo de Briel, Emilio. No obstante, el papeleo relativo al vehículo robado no había sido completado, y parecía que alguien había tratado de falsificar la fecha del informe. El informe era extraño, por lo que daba la impresión de que la familia Briel pudiese estar involucrada. Se me encomendó entrevistar al padre de Emilio.

      El hogar de los Briel se encontraba en un viejo barrio de Miami, cerca del río Miami. Las casas eran entre pequeñas y medianas, con jardines guardados por vallas metálicas, junto con barrotes que custodiaban las puertas y ventanas; algo que reflejaba la cultura de la zona, una elevada tasa de criminalidad, o ambas cosas. Sin embargo, era un barrio muy popular, en el que todos se conocían y sabían a qué se dedicaban. Una mujer cubana de mediana edad abrió la puerta y me preguntó si estaba ahí para hablar sobre su hijo Emilio. Pregunté dónde estaba su hijo, y me dijo que llevaba desaparecido desde el 4 de octubre del año pasado. Le expliqué lo que nos había conducido a su casa —la recuperación de su vehículo— pero que no teníamos noticias que ofrecerle. Comenzó a llorar, y hasta el señor Briel se puso a llorar. Los Briel parecían buena gente, gente verdaderamente decente, y en mi interior sabía que estas buenas personas no recibirían sino malas noticias cuando su hijo fuese hallado.

      La entrevista con Aureliano Briel y su mujer aclaró la discrepancia relativa al informe policial. La familia Briel no hablaba inglés, y había un periodo de espera antes de poder activar el informe de personas desaparecidas dado que su hijo tenía más de veintiún años. Les informé de que su vehículo había sido decomisado y que la policía metropolitana se lo devolvería lo más pronto posible. Quedamos en encontrarnos de nuevo para que el señor Briel me mostrase el lugar al que había ido su hijo a realizar prácticas de tiro.

      14 de enero de 1986

      Llevé al señor Briel hasta la intersección de la avenida sw Krome con Tamiami Trail. Me guió hasta una carretera de tierra que conducía a una zona al sur de Tamiami Trail, donde dijo que su hijo solía ir a disparar de vez en cuando. Estaba claro que la gente usaba el lugar a modo de basurero, pues había desperdicios, electrodomésticos desechados y montones de basura por todas partes. Había tantos casquillos de bala de todos los calibres que, si uno se hubiera hecho con un permiso para realizar extracciones mineras en la zona, habría conseguido toneladas de metal. Sería muy fácil desaparecer en los terrenos pantanosos que rodeaban la zona. Fuimos también hasta otras áreas, pero Briel parecía estar buscando más que enseñándome los lugares a los que solía ir su hijo. Siendo yo padre también, podía sentir el dolor del señor Briel. Y pensé, Bueno, ¿qué tengo que hacer hoy que sea más importante? y seguí conduciendo en su compañía un rato más a la búsqueda.

      1 de marzo de 1986

      Aproximadamente a las 15:30 p. m., casi cinco meses después de que Emilio Briel desapareciese, unos montañeros hallaron los restos de un cuerpo humano cerca de una cantera en el suroeste de Miami. Las inclemencias del tiempo y los animales e insectos habían provocado la descomposición del cadáver hasta el punto de que solo quedaban los huesos. Los montañeros supieron que los restos eran humanos al encontrar ropa harapienta y unas zapatillas junto con el esqueleto.

      Los huesos fueron luego identificados como pertenecientes a Emilio Briel. Su calavera tenía un orificio de entrada en la frente, donde había recibido un disparo que resultó ser la causa de su muerte. El cadáver fue hallado