con su ropa divina y perfectamente maquilladas. Como decía Anita, “con una topetitud total”. Una página de Facebook había sido la decisión unánime, y Lucila sería la encargada de mantenerla actualizada. No todas tenían cuenta propia (algunas porque sus papás no les permitían tenerla) y de esta forma todas podían acceder fácilmente. Además, ella era la única que tenía una computadora para ella sola, y sabía cómo subir las fotos. Aprovechaba además para editar cada una con un texto que hiciera alusión a lo que cada una vestía, como si fuera un blog de moda pero con un poco más de humor. Durante la hora de Computación, todas podían loggearse, ver las nuevas fotos y sobretodo, comentarlas, etiquetarse y mostrárselas a sus compañeros. Se divertían.
Sin embargo, la responsabilidad de Lucila no era menor: tenía que descartar todas las caras extrañas y corregir el acné de alguna cara que fuera perfecta en su forma pero no en su textura. Se ayudaba con la lupa y se metía poro a poro a resolver la situación. Generalmente, comenzaba esta tarea el domingo justo después del almuerzo familiar y terminaba a eso de las 7 de la tarde, cuando las subía al Facebook. Todo este tiempo, sus padres la imaginaban estudiando. Bien por ellos.
Ese domingo, Lucila había terminado relativamente temprano. El shooting de la noche anterior había sido muy bueno y las fotos ganadoras se destacaron rápidamente.
Además, por esta vez solo tuvo que ajustarlas en peso, tamaño y nitidez; porque con la ayuda de una base que Clarita le había sacado a su mamá, los granitos brillaban pero por su ausencia. Satisfecha con su trabajo, se dedicó a leer los comentarios de sus amigos. El álbum ya tenía más de 20 “Me gusta” y recién lo había terminado de subir. Eso era un muy buen promedio. En general, sus álbumes llegaban a 80 y pico de “Me gusta”. Anita siempre decía: “Para ser famoso, hoy hay dos caminos: bailar por un sueño o juntar amigos en tu Facebook”. Y les relataba a continuación alguna de las historias de éxito de chicos que habían conseguido trabajo de relacionista público para muchas marcas conocidas, solamente mostrando la cantidad de amigos en su cuenta de Facebook o Twitter. Bien, por ahora, estas campañas fotográficas les estaban dando resultado.
—¿¿¿Quéee??? –fue su reacción automática, y se sobresaltó de su propia voz.
Había visto posts extraños. Sabía que había palabras clave, que había códigos internos. Pero el último mensaje no pertenecía a ningún usuario conocido. Su ícono era una cruz blanca y nunca lo había visto antes. Hizo click en el nombre del usuario para acceder al perfil. Enorme fue su sorpresa cuando encontró en la portada una foto de Clarita. La misma foto que ella había subido a la página el domingo anterior.
—Ahh, ¡pero esto es cualquiera! –se indignó. ¿¿Cómo se le ocurría a Clarita cortarse sola así??
Rápidamente discó los ocho números de la casa de Anita. Aguardó el tono mientras repiqueteaba los dedos sobre el teclado.
—Hola –por suerte era la voz de Anita, porque Lucila se sentía a punto de estallar.
—Boluda no sabés lo que pasó –arrancó como una tromba.
—¡Epa! ¿Qué pasa, nena? ¿Estás medio alteradita? –el sarcasmo natural de Anita alimentaba el fuego de su enojo.
—Decime vos qué te parece: ¿sabías que Clarita se armó una página de Facebook?
Silencio.
—Lu, yo tengo Facebook, vos tenés Facebook... no te entiendo.
—No me entendés, se armó una página “de incógnito” –continuó Lucila casi sin respirar–, y nos puso a todas un mensaje en el grupo, re volado, como que al final nos vamos a pasar todas a su página o no sé.¿Está enojada conmigo? ¿Te dijo algo? Porque yo no sé nada, pero siempre subí fotos con las que todas estuvieron de acuerdo y la verdad es que es un laburo importante, ¿viste? No se hace solo. ¿Sabés la cantidad de granos feos que le tuve que tapar? ¡¡¡Y haciendo zoom!!! ¿¿¿Vos viste un grano de Clarita con zoom???
—Baja un cambio Lu –dijo Anita, acompañando la expresión con un suspiro de cansancio–. ¿Vos estás segura de que es Clari?
—A ver, nena, ¡entrá vos a la página y decime! Es la foto de ella, que nos sacamos juntas. Es obvio que la flaca está enojada por algo y se quiso cortar sola. Pero me revienta que no venga de frente, ¿viste? No da hacerse la misteriosa. A menos que esté tramando algo y… no sé, ¿vos no sabés nada, posta?
—No, Lu, la verdad es que me parece muy extraño todo esto. Ahora estoy yendo a la compu a verlo… Martín, ¿me dejás un toque? –la voz de Anita se perdía lejos del teléfono–. Mamáaaaaaaaaaa… decile a Martín que me deje un toque la compuuuuu… dale pesado, son dos minutos. ¡DOS! Ya va Lu, ¿eh? –volvía nuevamente el sonido claro al auricular–. Me estoy logueando. No sé porqué Clarita haría algo así, no es muy ella. A ver…
Silencio. Sonido de teclas. Silencio. Clic. Clic.
Silencio.
—Es rarísimo esto –volvió Anita, aunque con la certeza de que su amiga Lucila no estaba alucinando.
—¿Viste? –Lucila suspiró, ahora se sentía menos furiosa y más angustiada–. ¿Y si está armando algo con Piru y con Vicky? ¿Y nos están dejando afuera?
—Mirá, no tengo idea. Pero por lo pronto, hagamos esto: esperamos hasta el jueves, hasta la clase de Computación. Siempre entramos a la página en Computación. Entonces hacemos de cuenta que no sabíamos nada y nos metemos por el mensaje y salta todo. ¿Qué te parece? Las confrontamos de una. Mientras tanto, hacemos de cuenta que no pasa nada, total, nadie nos vino a encarar todavía, ¿no?
Anita solía tener buenos planes frente a este tipo de problemas. Lucila se sintió reconfortada de tenerla de su lado. Las dos cortaron el teléfono jurando que no se iba a notar ni la más mínima sospecha de su parte.
Lucila se fue a dormir inquieta, pero al menos sabía qué hacer al día siguiente.
2.
El lunes transcurrió con aparente normalidad. Las chicas compartieron sus anécdotas de fin de semana en el recreo, se sentaron juntas en los mismos bancos de siempre, criticaron a Vilma por el rojo carcomido de sus uñas demasiado largas. Se rieron juntas. Lucila tenía sentimientos encontrados, transitaba desde la incredulidad total hasta el más nítido palpitar del puñal por la espalda. A la salida del colegio, súbitamente, sintió la necesidad de verificar la situación dando un paso más allá, e invitando a Clarita a almorzar juntas.
—No puedo Lu –Clarita parecía realmente apenada–. ¿Viste que te conté que mi peluquero quería hacerme un corte loco para que lo desfilara en no sé qué evento que tiene de peluqueros? Bueno, tengo que ir corriendo ya para el local porque hoy definimos todo. Si sale, me pagan como mil pesos, ¿sabés todas las remeritas que me compro con eso?
Clarita se reía. Parecía relajada y sincera.
—Todo bien Clari, no te preocupes, yo decía porque hace mucho que no almorzábamos juntas y justo mamá esta tarde tiene médico. Pero obvio que lo del desfile es súper importante.
—Sí, la verdad es que estaría bueno que salga. Bueno Lu, te dejo porque no llego.
Intercambiaron besos en la mejilla y Clarita salió corriendo un colectivo 55. Lucila sintió una mano sobre el hombro que la hizo saltar.
—Vamos, nena –dijo Anita, y la arrastró hacia la parada.
3.
Martes. Lucila llegó al aula resoplando, con la mochila a cuestas, mientras el timbre hacía vibrar las ventanas. Se sentó junto a Piru, que la esperaba con