Vik Arrieta

Redes peligrosas


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a sacar la carpeta y la cartuchera de la mochila, mientras el profesor de Matemática pasaba lista.

      —Clara Aristegui –enunció sin levantar la mirada del gordo libro de actas. El silencio como respuesta provocó que sus ojos dejaran el papel y sondearan la habitación.

      —¿Clara? ¿No vino?

      Piru, Anita y Vicky se encogieron de hombros mientras Lucila sacaba la cabeza de adentro de la mochila y miraba extrañada a las tres.

      —¿Le pasó algo? –preguntó a sus amigas. Todas negaron con la cabeza, acompañando el gesto con sendos encogimientos de hombros.

      En el recreo, el tema se hizo central. Pronto Piru recordó que Clarita le había comentado lo del peluquero. Lucila asintió, y contó su propia versión de la información. Prometieron llamarla a Clarita a la noche para ver qué había sucedido, y sin más alternativa que esperar, se distrajeron con otros temas.

      —Chicas, tengo que contarles algo… –dijo Vicky, poniendo cara de misterio, pero con visible excitación.

      —¿Qué pasó? ¿Te chapaste a Nico? –increpó Anita. Nico era “el más lindo de la clase” y secretamente, todas gustaban de él. Aunque Anita se resistía a admitirlo, bajo la simple excusa de que era “un tarado”.

      —Naah, no seas tonta. No... ¡¡mejor!!

      —¿Mejor que chaparse a Nico? –acotó rápidamente Piru.

      —Sí, posta, mejor. Ayer me encaró un scouter…

      —¿Qué? ¿Un scooter? ¿Cómo las motitos que usan en los countries? –dijo Anita frunciendo el ceño y arrugando la nariz.

      —Nooooo nena, escuchá: un scouter. Una persona que hace scouting para una agencia de modelos. Que busca modelos en la calle, así, de la nada. Te ve, y si das un perfil, te selecciona.

      —Wooww… –dijeron todas, haciendo gestos de sorpresa y confirmando con sus pulgares hacia arriba que realmente eran buenas noticias.

      —Sí, increíble, esta tarde tengo una entrevista en la agencia. Me van a hacer unas fotos para armar mi book. Yo todavía no lo puedo creer… –murmuró mientras parecía flotar unos centímetros sobre el piso.

      A la salida, las chicas abrazaron a Vicky y le desearon la mejor de las suertes. En su corazón eran sinceras, aunque en el aire flotara algún sentimiento de envidia. Era natural, todas estaban creciendo y todas querían “ser alguien”, ser reconocidas.

      Anita y Lucila se subieron al colectivo línea 25. Lucila tenía el ceño fruncido. Ambas iban juntas, agarradas de sus asientos, escuchando su mp3. Cada tanto, Anita la miraba de reojo, para ver si cambiaba la expresión.

      —¿Te pasa algo Lu?

      —No, no… nada. No sé. Me siento rara.

      —¿Por lo de las chicas?

      —¡Sí! –finalmente alguien más notaba lo peculiar de la situación–. ¿No es extraño que las dos empiecen a desfilar al mismo tiempo? ¿A faltar al colegio al mismo tiempo?

      —No sé, que sé yo... Son coincidencias. Igual todas las modelos arrancan a esta edad, ¿no viste la cantidad de chicas más o menos de nuestra edad que salen en la tele...?

      Lucila asintió, pero no se mostró convencida por ese argumento.

      —Pará… ¿no estarás celosa? –Anita tenía esa expresión socarrona en la mirada. Chistó–. Ya sé. Ya sé. Seguís maquinando con el tema del Facebook. Estás freakeando con que todo el mundo armó un complot contra vos.

      Lucila la miró en silencio. En el fondo, Anita tenía razón. Seguía enganchada con el tema del Facebook. Asintió y sonrió con una mirada algo triste que provocó que su amiga del alma no pudiera evitar abrazarla.

      —Olvidate, boluda, debe ser algo que se armó Clari para su carrera topísima –la última palabra fue seguida de una carcajada. Lucila se unió, porque era difícil no reírse con Anita, que tenía la mejor risa del mundo.

       4.

      El miércoles amaneció lluvioso y oscuro. La temperatura había bajado a 4° C. Era posible exhalar vapor al hablar, algo que siempre divertía a Piru. Jugaba hasta que la temperatura de su boca y del exterior se equiparaban y el humo desaparecía. Piru vivía a 7 cuadras del colegio, así que estaba obligada a caminar. Lo bueno de esas cuadras era que podía elegir entre varios caminos alternativos. A veces iba por la avenida, disfrutando la mirada somnolienta de los comerciantes que levantaban sus persianas. Otras, se metía por los pasajitos, para esquivar a los porteros de los grandes edificios que salían a baldear a esa hora. Piru estaba segura de que rompían las baldosas para reírse de las viejas que pasaban por su vereda y se empapaban con el agua negra que las salpicaba a través del pedazo de laja que oscilaba inseguro sobre su propia grieta.

      Esa mañana, Piru decidió ir por los pasajes. A pesar de que la distancia era la misma, si no tenía que esquivar gente apurada y baldosas rotas, sentía que acortaba camino. Caminaba con el paso apretado, con la vista fija en algún lugar entre el piso y su bufanda verde. La lana le picaba en el labio superior y cada tanto lo relamía. Sin duda iba a tener los labios quebrados para el final de la tarde. Su cabeza divagaba entre el parcial de Matemática del viernes y una cartita que le había escrito a Juampi, un compañero del colegio con quien había chapado dos sábados atrás en una fiesta de otro colegio, pero del que nadie sabía nada. Juampi era genial, divertido… pero medio chueco y gordito. No era un “trofeo”, pero Piru se sentía muy bien cuando estaba con él. La hacía reír. Y a Piru le encantaba reírse.

      De repente, una mano en el hombro la hizo salir volando de su ensoñación romántica, de la misma manera en que el jarrón vuela de la mesa cuando su gato lo atropella durante una imaginaria persecución.

      —Piru –afirmó una voz masculina. Sin duda no se trataba de Juampi. Piru giró sobre sus talones.

       5.

      —Anita, no digas boludeces, esto no es normal.

      —Lu, te digo que la mamá de Vicky me lo dijo súper claro: “Vicky y Clari se fueron juntas a Rosario para un desfile”. Se fueron en una combi con otras chicas, la mamá de Clari y la mamá de Vicky las fueron a despedir. Piru seguro se engripó, cuando vuelva a casa la llamo, no jodas.¿Estás viendo muchas pelis de terror vos? ¿Qué te agarró? ¿La psicosis?

      —No, Ani, pero de repente empieza a faltar una por día. Hasta a los profesores les parece raro.

      —Bueno, que llamen a sus padres. Yo la llamaría a Piru ahora mismo, pero gracias a que la IDIOTA DE MARÍA MARTA –Anita alzó la voz para que resonara en todo el aula y llegara especialmente a oídos de la acusada, que se encogió en su asiento y miró rápidamente hacia la ventana– ...logró que prohibieran el uso de celulares en el colegio, no puedo. Vas a ver que mañana están todas de vuelta.

      Lucila asintió con un gesto cansado. Ojalá mañana todo vuelva a la normalidad, pensó.

      —Está todo bien, Lu, todas te queremos. Yo, al menos yo –Anita revoloteó sus pestañas en un gesto histriónico muy característico de ella– ...yo te quiero, aunque seas una pesada. Más pesada que María Marta, con eso te digo todo.

      Lucila sonrió. Anita tenía razón. Tenía que estar contenta por sus amigas. No todos los días las chicas lograban que algún sueño se hiciera realidad. Pensó que, en cuanto volviera a casa, iba a agarrar la laptop y postear las buenas noticias en el Facebook.

      Esa tarde Lucila tenía dentista y después inglés. Volvió a su casa después de las 8, se bañó, comió y, rendida, se tiró en el sillón a ver tele con su hermana y su papá, mientras repasaba de reojo para el parcial de Matemática. De repente se sentía aliviada, como si el huracán hubiese pasado. Sumergida en sus apuntes, la vida parecía recuperar su orden natural. Cuando recostó