la sacudía con notable tenacidad. Estaba resuelta a despertarla, y Lucila estaba resuelta a seguir soñando con que Pipo dejaba a Natacha y le pedía que fuera su novia para siempre. Despegó sus ojos con dificultad. La luz del velador parecía ácido sobre sus pupilas.
—¿Qué pasa, ma? –su boca se sentía seca, la lengua se le pegaba al paladar.
—Lucila, recién me llamó la mamá de Piru, para decirme que Piru nunca llegó a su casa.
Lucila se incorporó sobre la cama. La noticia resultó ser un balde de agua fría.
—No entiendo, ma, Piru nunca fue al colegio, tenía gripe o algo así…
—No Luchita, no. La mamá de Piru me dijo que Piru fue al colegio y que a la salida le dejó un mensaje en el contestador diciendo que se iba a lo de Anita a comer. Y que no volvió. Entonces llamó a la mamá de Anita. Y resulta que la mamá de Anita cree que Anita se fue a dormir a lo de Piru. Ahora las mamás de Piru y de Anita no saben qué hacer, si llamar a la policía o si llamar al rector, o a la cadena de padres…
—Pará mamá, pará un poco –Lucila agarró a su mamá por los hombros–. ¿Anita tampoco volvió a su casa?
Su mamá asintió, algo insegura. A Lucila se le estrujó el corazón. Dos de sus mejores amigas habían desaparecido, y otras dos estaban en Rosario. De repente se sintió muy sola. Entonces las manos de Lucila buscaron las manos de su mamá. Ambas se sentían totalmente desconcertadas y bastante asustadas, pero al menos estaban ahí, una junto a la otra.
—Piru no fue al colegio hoy –confesó Lucila–. No sé por qué, pero nunca llegó. Pensamos que estaba engripada, pero ahora ya no entiendo nada. No sé qué decirte ma. Yo también estoy preocupada. Al principio pensé que las chicas estaban armando algo en secreto. No sé, hasta una sorpresa para mí. Ahora siento que me dejaron afuera, pero no sé de qué. Y quizás hasta es mejor que haya sido así, porque a mí todo esto no me gusta nada.
La sensatez de Lucila conmovió a su mamá, que finalmente terminó por llevarle leche caliente y galletitas para que volviera a dormir. Mañana tenía prueba de Matemática, había estado estudiando hasta tarde y no quería que la irresponsabilidad de sus amigas alterara la vida de su hija. Evidentemente ese no era el mejor grupo de amigas y con tiempo, tendría que buscar una solución al respecto. Salió de su habitación cuando Lucila volvió a dormir, y llamó a la mamá de Piru para contarle todo lo que sabía.
Lucila se despertó nuevamente con la cara de su mamá en primer plano. Esta vez, la acompañaba un café con leche y más galletitas. Descartó las galletitas con un gesto de asco, se sentía llena, hinchada y agotada.
Agarró la taza de café y su mamá apoyó la bandeja sobre el escritorio.
—Ayer dieron aviso a la policía, las están buscando –Lucila abrió los ojos, sus pupilas empequeñecidas por la luz artificial de su cuarto. El café tembló ligeramente en su mano. Policía. Esa no era una buena palabra, la policía significaba que todo esto ya no era una broma, una travesura, un secretito de amigas. Significaba que todo esto se había ido a la mierda.
—Y no las pueden llamar al celular porque ninguna lo tenía, ¿no? –su mamá asintió. Lucila suspiró con desazón. Maldita María Marta.
—No te preocupes Luchita, probablemente las chicas se escaparon para ir a bailar a algún boliche trasnoche, seguramente están bien. Yo creo que es un ataque de rebeldía, además justo coincide con que hoy tenían prueba de Matemática.
Su mamá había señalado un dato importante. Ni Anita ni Piru destacaban en Matemática y sabía que siempre les costaba estudiar para esa materia. Se las imaginó desayunando en algún café, haciendo tiempo para volver a sus casas después del mediodía como si nada hubiese pasado, tratando de ocultar la rateada.
—¿Hablaste con la mamá de Clari? O la de Vicky…
—No, me imagino que las mamás de Anita y Piru ya las habrán llamado. No creo que las chicas sepan nada, ¿no habían viajado el martes a Rosario? –Lucila asintió.
Probablemente era mejor que no supieran nada, pero se moría de ganas de tener al menos una amiga cerca con quien compartir su angustia.
—No te angusties Luchita –dijo su mamá, adivinando sus pensamientos, como las mamás suelen hacer–pero decime, ¿tenés ganas de ir al colegio? Porque hoy tenés esa prueba de Matemática, pero podemos hablar con la profesora y explicarle lo que está pasando. Si te querés quedar en casa…
—No, ma, no. Dejá –descartó Lucila haciendo un gesto con la mano, mientras se levantaba de la cama como una tromba–. Para el mediodía seguramente aparecen haciéndose las boludas. ¡Las voy a matar cuando las vea!
7.
A Lucila la llevaron en auto al colegio. Llegó sobre el timbre una vez más, porque a pesar del café y de la bronca, le había costado arrancar. Se sentía cansada.
La sensación de inseguridad se había apoderado de ella una vez más. Cuando llegó al aula, ninguna de sus amigas estaba presente. Sintió ganas de llorar. Se arrastró hasta el banco y comenzó a sacar la carpeta. La primera materia era Literatura. La esperaba una mañana muy difícil.
La profesora Martínez había decidido sorprenderlos con una evaluación sobre los últimos textos que habían analizado en clase. Las preguntas parecían escritas en sánscrito. Lucila había leído todos los libros, pero teniendo en cuenta todo lo acontecido en la última semana, parecía que había estado trabajando sobre historias completamente diferentes. “Explique la relación entre Martín Fierro y la literatura gauchesca.” Para colmo las preguntas eran amplias, eternas. Por su cabeza desfilaban las caras de sus amigas, según las había visto en la última semana. Clarita a punto de correr el colectivo para ir a ver a su peluquero; Vicky sonriente más allá de los límites de su propia sonrisa porque alguien la había descubierto en la calle; Piru guiñándole cada vez que llegaba al aula al mismo tiempo que el último timbre dejaba de sonar; Anita riéndose de sus amigas topísimas… fotos de todas ellas, con sus jeans chupines, sus remeras de colores, la base de la mamá de Clarita, el nail art de Anita, las carteras vintage de Piru, los zapatos que Vicky había coleccionado en sus numerosos viajes… fotos del placard despellejado, de las bolsas de ropa desparramadas por el piso, de los maquillajes que se rompían en las apuradas en el baño. Sentía los ojos a punto de explotar y un nudo en la garganta. ¿Cómo habían llegado a este punto? Ellas, que eran amigas, amiguísimas, que no se escondían nada. Todas separadas. Bueno, no, todas no… en definitiva era ella la única que estaba afuera. ¿Cómo llegamos a…?
Entonces, el recuerdo la asaltó como un aguijón en el medio de la frente: el Facebook. Hunter.
Miró el reloj. Eran las 8 y media. El primer timbre sonaba a las 9 y cinco. Y a las 9 y veinte tenían la doble hora de Computación. Tenía que volver al Facebook, tenía que ver los posts. Por primera vez en esa semana, comenzó a pensar que quizás sus amigas no la estaban engañando. Y que la única que había ocultado información importante, era ella. Completó el examen con respuestas telegráficas. No le importaba fallar esta prueba, lo único que quería era salir del aula y tener una computadora enfrente.
A las 9 y cuatro minutos Lucila ya había guardado todo en la mochila. Cuando el timbre llenó el aire con su volumen ensordecedor, ella ya estaba corriendo al baño del último piso. Tenía ganas de vomitar. Se mojó la cara, la nuca. Sentía calor, las piernas flojas. Decidió que, en los próximos quince minutos, iba a hacer del cubículo del inodoro su guarida. No quería ver a nadie, ni hablar con nadie. Eligió el más limpio y se encerró. Afuera las chicas de 5to año cuchicheaban mientras prendían un cigarrillo que compartirían entre todas, a escondidas dada la prohibición que regía para alumnos y docentes en todo el edificio. Las escuchó treparse a la mesada para abrir una pequeña ventana. El aire fresco de otoño llenó la habitación, ayudándola a respirar, contrarrestando su calor. Aguardó. Las chicas hablaban de Pipo y del recital de la noche anterior en el Marquee. Lucila sabía que era un lugar donde tocaban