El timbre que anunciaba el fin del recreo lo sintió, como un impulso eléctrico, en su espina dorsal. Salió corriendo del cubículo frente a la mirada atónita de tres chicas que no habían sospechado de su silenciosa compañía.
—No se preocupen, estoy bien –dijo Lucila mientras salía con envión por la puerta gris.
Corrió por las escaleras hasta el aula de Compu-tación y aterrizó en el lugar que tenía asignada. Cada computadora era compartida por dos personas, se sentaban todos frente a una mesa larga llena de pantallas. El profesor daba una consigna y si terminaban rápido, podían hacer tiempo navegando en Internet. Estaban apagadas porque eran el primer grupo de la mañana.
Se agachó para buscar el CPU y apretó el botón de encendido.
—No la prendas Lu, sabés que Vázquez se pone loco cuando las prendemos antes…
—Todo bien Tomi, pero es una emergencia.
Tomás era compañero de computación de Lucila. Un chico bastante tímido, de esos que no sobresalen en ningún sentido. Lucila era una de las personas del curso que más lo conocía: sabía que era cinturón verde de taekwondo, que coleccionaba avioncitos de esos que vienen en las revistas para armar y que no tenía papá. Hasta sospechaba que Tomi gustaba un poco de ella, porque siempre estaba atento a todo lo que hacía, y le regalaba chicles.
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