La leyenda de Laridia
Marcos Vázquez
Ilustraciones:
Fernando Baldó
Índice de contenido
Capítulo 2: Un velero en la montaña
Capítulo 5: La clave hacia lo desconocido
Capítulo 6: Como peces en el agua
Capítulo 9: La flor más hermosa
Capítulo 10: La leyenda de Laridia
Capítulo 13: Desde la superficie
Capítulo 15: La banda se reúne
Capítulo 18: La ciudad amatista
Capítulo 19: Una desagradable sorpresa
Capítulo 20: El Consejo Supremo
Capítulo 21: Un prisionero de lujo
Capítulo 22: Cazadores cazados
Capítulo 24: Una salida inesperada
Capítulo 25: Un encuentro poco amistoso
Capítulo 27: Una salida para sobrevivir
Capítulo 28: El trayecto hacia la luz
Capítulo 29: Un inesperado milagro
Capítulo 30: Un futuro aterrador
Capítulo 31: El salto invertido
Capítulo 32: Una difícil decisión
Capítulo 33: De regreso a la ciudad
Capítulo 35: El puente de piedra
Capítulo 36: De regreso a la montaña
Para Clara y Horacio
dos hermanos de la vida.
1. La tormenta
Martín observaba con preocupación cómo su abuelo luchaba sin éxito contra la tormenta. El pequeño velero se movía sin cesar mientras las olas castigaban con fuerza la cubierta.
—Te dije que esperaras abajo –rezongó Pedro, al ver que su nieto intentaba ayudarlo.
Martín no estaba dispuesto a dejarlo solo. Desde que era pequeño lo acompañaba todos los veranos en las travesías por el mar. Cada año, después de terminar las clases, empezaban una nueva aventura juntos. Se embarcaban en el María Bonita, y recorrían diferentes puertos y ciudades hasta mediados del mes de febrero.
—¿No escuchaste lo que te dije? –lo tomó del brazo y lo obligó a descender por las escaleras en dirección a la cabina.
—Pero, Abuelo, ¡ya tengo edad suficiente como para ayudarte! –protestó–. ¡No me trates como a un niño!
Pedro sabía que Martín ya no era un niño, acababa de terminar segundo año de liceo, pero no podía permitir que algo malo le sucediera. Esa no era una tormenta como cualquier otra; la había estado esperando por muchos años.
—No hay nada que podamos hacer afuera –respondió. Apoyándose en la pared para no caerse, se sacó como pudo el impermeable, lo colgó, y se recostó en el banco que rodeaba una pequeña mesa ovalada.