Donacio Cejas Acosta

El verano sin final


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ng>El verano sin final

      © Donacio Cejas. 2020

      © Ediciones Hidroavión. 2020

      Textos y portadaDonacio Cejas Acosta

      Editado porEdiciones Hidroavión www.edicioneshidroavion.com

      ISBN: 978-84-122085-2-8

      Depósito legal: A 204-2020

      Ejemplar digital autoridazo por Ediciones Hidroavión.

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      Dedicado a Verónica, Jimmy y Nayra, por los días de alegría y las noches sin final.

       Paris-Austerlitz

       Es el mejor verano de mi vida...

      Anotas con satisfacción en tu cuaderno de viaje, entre cuyas páginas has ido guardando todos los recuerdos de tu ruta en tren por Europa con tu mejor amigo; billetes de metro o autobús de todas las ciudades donde habéis parado, recibos de consignas y hoteles de mala muerte, mapas de centros históricos acribillados a bolígrafo trazando recorridos, ubicando monumentos o restaurantes donde comer barato y zonas de ambiente donde zorrear, todo bien prieto y ordenadito entre anotaciones y bocetos de aquellos lugares que fueron llamando tu atención como ese pórtico de iglesia repleto de símbolos templarios en Lyon o aquella plazoleta en Burdeos donde os bebisteis a morro un par de botellas de ídem, por no olvidar aquel bareto gay tan hortera en Berna donde casi ligáis con unos italianos... ¿o fue en Basilea?... puede que fuese en Montecarlo, ¡en fin!, ¿quién se acuerda ahora, con tantos kilómetros cargados en la mochila?

      Aprovechas que Oli está aún dormido –ha demostrado ser un dormilón pertinaz al que no despiertan ni el traqueteo de los trenes ni los anuncios de estación– para rematar algunos dibujos que se quedaron a medias, fijando sobre el papel con trazos de tinta negra los recuerdos de este verano junto a tu mejor amigo, ese loco encantador al que conociste al comienzo del curso y sin el cual ya no concibes tu vida de estudiante en Madrid.

      ¡Álex, tú y yo ojalá irnos de vacaciones muchísimo!, aún recuerdas su expresión de júbilo cuando aceptaste su propuesta de escaparos juntos por Europa, en plan dos en la carretera, para olvidaros de los exámenes, de la dureza del primer curso y, sobre todo, para que pudieras olvidar a Miguel, tu primer novio y también tu primera ruptura tras unos meses de relación complicadita que te han dejado el corazón hecho trizas. Solo Oli sabe por lo que has pasado y por eso no ha dudado en arrastrarte por los pelos, si era necesario, por cada bar de maricones que haya en Europa, amiga, ¡una fantasía! cariño, ¡¡un sueño que va a ser todo!!

      Es así como habéis acabado canturreando el One Way Interrail de La Prohibida a puro grito y de madrugada en los antros mas sórdidos –y por lo tanto los más deseados– desde los muelles de Marsella hasta las callejuelas de Zurich, ejerciendo de intrépidos nocherniegos aunque, noblesse obligue, madrugando para visitar, aún con resaca, esas galerías de arte imprescindibles, esas arquitecturas modernas avant la lettre, con la inevitable peregrinación a alguna obra maestra de Le Corbusier para justificar el gasto del viaje.

      Sois estudiantes de arquitectura, al fin y al cabo, y no podéis dejar de rendir tributo al gran maestro de la modernidad, aunque ¡para modernas nosotras cariño! como no para de repetir tu compañero de viaje a la menor ocasión, y sin darte mucha cuenta, kilómetro a kilómetro, estación tras estación has ido pensando cada vez menos en Miguel y su mundo de armarios cerrados y discreción tóxica. Solo de vez en cuando te asalta el recuerdo de sus ojos azules y esos labios carnosos que te hicieron asumir que nunca más volverías a tener novia.

      Apartas esos recuerdos dolorosos de tu mente mientras te afanas por escribir en una suerte de tipografía art nouveau el nombre de la siguiente –y última– parada de vuestro viaje ferroviario por el corazón de Europa, el nombre que llevas varias semanas acariciando en tu imaginación y que al fin aparece en la pantalla de vuestro vagón...

       Paris-Austerlitz

      ¡Despierta, maricón!, zarandeas con cariño a tu amigo y le susurras al oído que habéis llegado, y mientras Oli comienza a recoger sus bártulos aprovechas para recomponer el barullo de tu pelo –algo más largo que de costumbre tras las semanas de viaje– y te sorprende observar que así, con el flequillo revuelto, te das un aire a Thimotée Chalamet, pero con gafas.

      Al bajar al andén el aire fresco y limpio de la mañana te acaricia las mejillas, y cruza tu mente el pensamiento trivial y algo cursi de que no cambiarías este instante por nada del mundo. Los tirones de Oli te sacan de tus elucubraciones, arrastrándote hasta el gran vestíbulo de la estación de pura impaciencia por salir a la ciudad mientras va gritando ¡Amiga estamos en París!, ¡en Pariiis! ¿Te imaginas que nos encontramos a Catherine Deneuve...? ¡Ay...!, ¡necesitamos unos cafés creme y unos croasanes! ¡Y el Paris Match!, y tú te ríes como siempre con sus ocurrencias y le sigues a la carrera hacia la cantina de la estación donde os abalanzáis como cachorros hambrientos sobre el mostrador para pedir, con vuestro francés rudimentario pero eficaz, varias piezas de bollería que devoráis sin demora para salir cuanto antes a la calle con las ganas locas de comeros, también la ciudad.

      ¡Tenéis tanto planeado para los próximos días! ¡Tantas ganas de todo! Siguiendo vuestro estricto y ambicioso plan que, en un rapto de inspiración, habéis llamado Plan Ebrias de Cultura, pensáis combinar la más alta cultura con lo más canalla del Paris la nuit, de las regias galerías del Louvre a los bares más horteras de Le Marais que a estas alturas del verano, estando tan próximo el Orgullo, esperáis encontrar a rebosar de chicos guapos.

      Mientras recorréis a la carrera los bulevares que conducen al Sena, vais cantando el Arde Paris de Ana Belén a los transeúntes hasta alcanzar al fin la Île de la Cité y la silueta chamuscada, aunque soberbia, de Notre-Dame, que os da la bienvenida pero también una advertencia; que siempre se corre el riesgo de llegar a ciertos lugares demasiado tarde y por eso hay aprovechar cada ocasión para cumplir los sueños, porque ya nunca podrás comprobar si Víctor Hugo tenía razón o Disney mentía aunque eso ahora parezca que no importa.

      Corriendo a lomos de vuestras zapatillas desgastadas de mochileros, cruzáis el Pont Alexandre III para al fin ver, apuñalando el azul del cielo, la torre Eiffel, y te sientes tan pletórico, tan joven y tan absurdo, que te entran unas ganas locas de saltar y bailar, levantando mucho los brazos como lo hacía Emmanuel Seigner en Frenético y luego llamar a Miguel, cantarle aquella de Jamais je ne t’ai dit que je t’aimerai toujours y luego colgarle para seguir bailando con tu amigo hasta la madrugada, hermosos y malditos borrachos de Pernod Ricard con hielo, y cantar a coro por las calles del Quartier Latin esa de se buscan dos maricas muertas congeladas vivas en París y dejar que algún marinero perdido de mirada turbia llamado Querelle te arrastre a un callejón oscuro para robarte un beso.

      ¡Amiga, selfie muchísimo! ¡Es necessssario!, te reclama Oli frente al objetivo de su smartphone y le abrazas por la espalda, haciendo el gesto de la victoria con la mano que te queda libre, y mientras la cámara va capturando en ráfaga vuestras sonrisas, tomas consciencia de que siempre recordarás este precioso instante donde fuisteis dos zangolotinos con cara de pillos y muy poca vergüenza, porque “para poca vergüenza... ¡ninguna!”, como habéis repetido a manera de mantra en esas primeras noches descubriendo Chueca y sus secretos, que son los tuyos, o al menos lo eran hasta que hace seis meses tuviste esa conversación con tus padres que lo cambia todo y para siempre, con la que te sentiste libre pero también vulnerable, como un insecto sin coraza.

      Aprietas a Oli un poco más de lo necesario, porque te gusta sentirle muy cerca de ti, y te gustaría encontrar las palabras