chic y paras a una maquilladora con mirada alucinada para preguntarle dónde puedes encontrar al eximio Lechuguino Espagne.
Con el último resuello antes de desplomarse con convulsiones nerviosas provocadas por una intoxicación por vapores de laca, la esthéticienne señala con su dedo tembloroso la zona reservada al equipo de Lechuguino, que en estos momentos parece un campo de batalla invadido por el ejército de ayudantes del diseñador que se afanan por vestir a los escuálidos modelos con los alambicados diseños del último enfant terrible de la moda, una colección inspirada en la infancia de Catalina de Lancaster y los cassettes de los bares de carretera.
El diseñador, vestido con bata de seda brocada rematadas con plumas de marabú en púrpura nazareno parece inmerso en un paroxismo creativo, cambiando a última hora detalles de pedrería, añadiendo un rubí de fantasía por aquí y una tira de perlas negras por allá, apretando corsés, anudando lazos, abrochando levitas y abullonando mangas mientras los modelos de mirada exangüe se dejan hacer en sus cuerpecitos de muñeca de cera a punto de derretirse.
¡Lechuguino! ¡Lechuguino!, gritáis al unísono Oli y tú, alarmando al arrebatado modisto que se lleva una mano al corazón presa del susto, ¡los sombreros! Les chapeaux de Xoxette!
Entre jadeos consigues explicarle al couturière el turbio asunto del cambiazo de los sombreros, las indias putumayas y el terrible ataque que ha sufrido el estilista por parte de los acólitos amanerados de las pérfidas blogueras, lo cual horroriza a Lechuguino de tal forma que solo acierta a proferir un grito que hiela la sangre y detiene toda la actividad entre bastidores.
Blogueuses de merde...!! Bâtardes!! Je les déteste!!
La megafonía anuncia que quedan menos de cinco minutos para el comienzo del desfile, ¡¡y tenéis que cambiar todos los sombreros de los modelos!! Lechuguino implora vuestra ayuda para reemplazar los tocados indígenas por las exquisitas creaciones de Xoxette que, todo sea dicho, no resultan tan diferentes...
Plumas de faisán, pasamanería y tul fantasía, los diseños de Lechuguino están a medio camino entre el ensueño medievalista y un carnaval de pueblo, pero no puedes negar que resultan hermosos sobre los cuerpos ambiguos y pálidos de los maniquíes.
Ce n´est pas posible!!, aúlla desesperado el diseñador, rasgándose las mejillas como un neurasténico Mon Dieu, qu’est-ce que j’ai fait pour mériter ça?!
Por lo que parece un par de modelos se han intoxicado por haber comido papel de periódico en mal estado y a menos de sesenta segundos para que se abra el desfile no hay quien lleve el regio conjunto inspirado en la etapa infantil de la esposa de Enrique III de Castilla, ¡la tragedia se cierne de nuevo sobre la carrera de Lechuguino!
Solo entonces el modisto repara en tu complexión de adolescente larguirucho y tus ojeras de agotamiento, ¡el aspecto perfecto para la pasarela! No puedes negarte a su súplica y aceptas ser modelo por un día, amortizando tus hechuras de barbilindo que hasta hoy no te habían servido más que para etiquetarte como twink en los perfiles de flirteo online, ¡y ya ves! ¡Ahora te harán desfilar en el show del mismísimo Lechuguino Espagne!
El equipo del diseñador te coloca el jubón de terciopelo labrado, la camisa con mangas de organdí pespuntadas en seda y perlas cultivadas, todo a juego con unas botas alta de cuero rojo que te cubren hasta el medio muslo y un sombrero tipo cornucopia con plumas de avestruz del Serengueti; boquiabierto observas tu reflejo en el espejo de cuerpo entero, donde apenas consigues reconocerte en esa estampa de príncipe de cuento de hadas.
Estás muy nervioso, pero Lechugino te asegura que tout ira bien, que solo tienes que caminar hasta el final de la pasarela, pararte unos segundos para que te saquen fotos, y volver atrás donde te estará esperando el propio modisto para cerrar el desfile entre aplausos.
Nunca te ha gustado llamar la atención –piensas– y esto es hacerlo por la puerta grande.
Una fanfarria de trompetas anuncia el comienzo del show y ocupas tu puesto en la cola de modelos con el corazón a punto de salirte por la boca, aunque Oli te reconforta con un beso en la mejilla y un tú puedes, cariño al que te aferras cuando va llegando tu turno; te sorprende observar que la potente luz de los focos deslumbra de tal forma que no puedes ver lo que hay más allá de la pasarela, y te dejas llevar.
¡Flash!, ¡flash! Flashes cegadores que te reclaman, aplausos que celebran tu talento para mover con gracia las prendas de Lechuguino –con qué donaire agitas las plumas de tu sombrero, cómo refulge la pedrería en tu pecho– en un momento de inspiración agitas tu capa para que las cámaras puedan captar el dorado de su forro, para mayor entusiasmo de la prensa especializada.
No ha sido tan difícil, después de todo...
Lechuguino te espera con lágrimas de alegría y de su mano vuelves a recorrer la pasarela, cerrando el desfile entre ovaciones y aplausos que anticipan lo que la prensa no tardará en proclamar en cuanto acaba el desfile; a new supermodel star is born!!
Apenas has terminado de desmaquillarte cuando tu cara aparece en todas las redes sociales de los medios de moda más importantes; periodistas, editores y agentes se mueren por averiguar tu nombre y saber si estás disponible para posar en cien editoriales o desfilar para otros tantos diseñadores.
En tres días firmas tu primer contrato con una importante agencia americana y en dos semanas estás cómodamente ubicado en un coqueto apartamento en el Upper East Side neoyorquino con impresionantes vistas del skyline de Manhattan; todo ha sido tan vertiginoso que aún no has conseguido procesarlo, pero ya apareces en varias portadas confirmado tu estatus de most promising model of the year.
El avión –siempre en clase business– será tu verdadera casa en los próximos meses, mientras vuelas de Tokio a Milán o de San Francisco a Muro de Alcoy, como invitado VIP a los clubs más exclusivos; en Londres la prensa se hace eco de los rumores de tu tórrido romance con un miembro de la familia real, mientras en Miami un bloguero de lengua viperina publica tus fotos seriamente borracho en la limousine junto a Britney y Lindsey, tus dos mejores nuevas amigas.
Eres la sensación global y el dinero parece caer del cielo; para celebrar tu primera campaña de perfumes decides alquilar tres días el hotel más caro de los Emiratos Árabes e invitas a todos tus amigos –los nuevos y los antiguos– a una fiesta que el Vogue Italia calificará como the party of the decade. ¡Y bien que tienen razón!
Madonna te ofrece la tercera copa de champagne mientras unos metros más allá Oli se afana en explicarle a Lady Gaga las diferencias entre Concha Piquer y Lina Morgan; a lo lejos, sobre el horizonte, la luna riela sobre las islas artificiales de la costa dubaití cuando llega un mensaje a tu flamante nuevo smartphone, de los tantos que te regalan últimamente.
Es un mensaje de Miguel, que te pregunta qué tal estás, y si tendrás tiempo de tomar un café, algún día...
Por un momento no sabes qué hacer... o sí, tal vez sí que lo sabes, piensas mientras lanzas el teléfono hacia las aguas del golfo pérsico. Adentro la fiesta te reclama, con más estrellas que en el cielo y Oli al fin ha convencido a Cher de que te cante a capella el Strong Enough.
Al fin y al cabo, eres el chico del año...
...y este el mejor verano de tu vida.
Entre tinieblas
Tomas la mano que te tiende tu buddy, una mano firme y enorme, de dedos largos también salpicados de pecas, y entráis juntos al cuarto oscuro.
Tardas