Donacio Cejas Acosta

El verano sin final


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máximo comienzan a captar matices en la penumbra, bultos de sombra que se mueven despacio, muy despacio, rozándote a medida que te vas adentrando en lo oscuro, con cautela de no pisar, de no tropezar entre tanto cuerpo que no puedes ver pero puedes oler, cuerpos cuyo sudor –por no nombrar otros fluidos– se pega a tu piel al frotarte, al tantearte con dedos invisibles, curiosos dedos de ciego que te pellizcan un pezón o comprueban la firmeza de uno de tus glúteos, cuerpos impenitentes que gimen de gusto, que jadean, preñando el aire con su críptico lenguaje de sollozos ahogados, succionando, lamiendo, besando, ofreciendo placeres, demandándolos si es necesario.

      Comme ça, comme ça...plus fort!, alguien suplica, quizá exige, desde alguna esquina remota en los límites de la habitación, más allá de donde puedes ver, y te preguntas cuán grande será y si sabrías encontrar la salida si, en un descuido, te soltases de la mano de tu amigo y quedaras flotando a solas en este limbo de bordes imprecisos.

      ¿Y si Oli está aquí dentro?, ¿y si fuera suya una de estas manos que culebrean entre los pliegues de tu escroto?

      Mejor no pensarlo..., mejor dejarse llevar por la mano de tu pelirrojo que te reclama cerca de su cuerpo, hasta que puedes sentir su pecho plano y firme contra el tuyo y su lengua hechicera abriéndose paso a lametazos por tu cuello, erizando cada poro de tu piel, electrizando tu espina dorsal con sus dedos hasta que encuentra el pliegue entre tus glúteos sin detenerse un instante, jugueteando caprichosos con tu esfínter, estremeciéndote al entrar en ti como se descarna un melocotón muy maduro.

      Ey buddy...

      Te gustaría tanto verle, piensas mientras hundes tu nariz buscando el almizcle feral de su sobaco, que inhalas con fruición de asmático, ¡tanto jugo limpio, tanto sudor suculento!, penetrando por tu nariz hasta el tálamo mismo, intoxicándote, mientras te agarras al trofeo ardiente de su polla para no caerte, todo tan sencillo y tan satisfactorio todo, como una coreografía brevemente ensayada pero intuitiva, cambiando de posición y de papel, explorando a tientas cada orificio, las grietas todas insistiendo en las más hondas.

      ¡Con cuánta piedad te arrodillas para rezarle con los labios!, para recibir la comunión de su carne tan viva, tan palpitante, con la mandíbula casi desencajada del esfuerzo por abarcarle mientras embiste tu garganta una, dos, cien veces, parando a veces para lamerle los huevos que cuelgan suaves y pesados por efecto del calor. Luego cambiáis los papeles y eres tú el que recibe la visita de su lengua postrada frente a ti, empapando de saliva tus cutis más delicados, más inmaculados, que enrojecen al recibir el arañazo de su barba rala mientras su lengua tarántula entra en ti y su mano te pajea hasta al abismo, hasta que ya no puedes más y te desbaratas entre sus dedos pringándolo todo, vaciándote.

      ¡Qué sencillo todo y cuánto gozo!

      Sin dar respiro al cuerpo exiges ahora ser el artífice de su placer y tus manos, tan sabias, marcando paso, metrónomas aladas del gusto, mientras el acezo acelerado de sus gemidos suplicando don’t stop now, please, please... indica que va llegando también su momento, que se acerca, que ya casi está, que...

      Una lluvia de perlas se derrama, sementando la planicie de tu pecho que surcas con tus dedos recogiendo la semilla, comprobando cuán cálida y abundante, llevando unas gotas a tus labios para comprobar su sabor oceánico. Ahora sí recobras el aliento, limpiándote con la toalla, aún de rodillas. Buscas sus piernas recias para ayudar a levantarte, pero donde esperabas encontrar el vello de sus pantorrillas encuentras solo la pegajosa frialdad de la pared.

       Se ha marchado.

      Incrédulo compruebas que tu buddy ya no está, que se ha perdido entre las otras sombras, saciado ya, abandonándote como a un juguete amortizado y por lo tanto inútil.

      Otras manos, que no son suyas, se acercan a robarte alguna caricia en vano, intentando excitarte de nuevo para empezar una nueva partida que ya no te apetece, y las vas apartando de tu camino hacia el rectángulo iluminado de la puertecita que te devuelve al pasillo y su atmósfera de pecera giallo que ya no resulta tan sugestiva como antes del clímax, es más, resulta francamente sórdida, velada de una tristeza que lo emponzoña todo, desde los azulejos inmundos que huelen a cloro y a corridas resecas, hasta el penoso deambular de los clientes que parecen marineros perdidos.

      Buscas con loco afán a tu amigo pelirrojo por cada cuartucho, sauna, cubículo, gloryhole o piscina, pero no hayas ni rastro de su paso. Si al menos pudieras despedirte, darle un beso, saber su nombre...

      Copa en mano en pleno cancaneo, encuentras a Oli entreteniendo con su vodevil de pluma histriónica a una pareja de señores de los que tanto le gustan en la barra del bar. Tu aspecto no deja lugar a dudas sobre el tipo de actividades en las que has estado enredado y tu amigo celebra tu llegada llamándote cerda, puttanna, theara y otras lindezas mientras exige que se lo cuentes todo, todo y todo.

      Sin embargo, le pides que por favor os vayáis ya al albergue, y Oli se hace cargo de que algo ha nublado tu humor así que se despide con grandes abrazos de sus osunos amigos, prometiendo mensajes y reencuentros en las redes sociales, y de vuelta en el vestuario, mientras intentas recomponer tu imagen para volver al mundo real, te cuenta que aunque no ha hecho nada se lo ha pasado de lo mejor hablando de no se qué películas musicales de Melina Mercouri con los orondos señores, con los que se ha dado algún besito sans importance, de buen rollo.

      El aire de la calle, en comparación con el ambiente enrarecido de la sauna, se percibe fresco, limpio, transparente, heraldo del amanecer que ya despunta en jirones de azul por el cielo, pero tú te sientes sucio, pringoso para ser más preciso y hambriento. Matarías por encontrar una panadería de esas que abren de madrugada y atiborrarte a pain aux chocolat y café con leche. Entonces un grito rasga la madrugada. Os quedáis petrificados durante uno segundos, sin saber qué hacer; en un portal de garaje apenas a unos metros de donde estáis, un travestido forcejea con dos macarras eurotrash de esos que protagonizan tantos clips de pornografía barata, solo que estos no son actores impostando un sexy de bajos fondos, estos son lumpen del bueno y están moliendo a patadas al desvalido travestí.

      

       Delante tuyo.

      

      Con la calle vacía y sin tiempo para llamar a la policía, sabes que sois los únicos que podéis ayudar.

      

      ¡Ay amiga! ¿Qué hacemos...?, pregunta Oli.

      

      

       Si decides intervenir pulsa aquí.

       Si decides huir pulsa aquí.

       Putumayas

       ¡Oli tenemos que ayudarle!

      Movido por un instinto primario de justicia y venganza, te lanzas a la defensa del pintoresco travesti armado con una silla medio rota y una botella vacía de Languedoc-Rousillon (cosecha del 2008) que encuentras en el contenedor de reciclaje a vuestra vera y que harán las veces de improvisados escudos y lanza en vuestra embestida colérica contra los malandrines.

       ¡Pum! ¡Plaf! ¡Poing!

      El ataque les pilla por sorpresa y apenas tienen tiempo a reaccionar cuando le rompes lo que queda de la silla en la espalda al más alto de los matones, que cae rodando entre gritos mientras Oli, enrojecido por la ira y gritando los más soeces insultos, les va lanzando a pares y con sorprendente buena puntería varias botellas vacías de Bordeaux Grand Cru (cosecha de 1997) que van estallando en mil pedazos contra la crisma de los malnacidos que inútilmente intentan defenderse