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E-Pack Magnate


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Entonces, volvió a colocarle la mano entre las piernas y comenzó a acariciarla y a estimularla hasta que Sara sintió que todo el cuerpo le ardía como si estuviera incandescente.

      –Luke...

      Como respuesta, él le introdujo un dedo muy lentamente, tanto que estuvo a punto de volverla loca de placer. Ella tensó los músculos alrededor del dedo. Luke sonrió.

      –¿Quiere decirme algo? –preguntó él, con una sonrisa en los labios.

      –Ya lo sabes...

      –No se me da bien leer el pensamiento. Dilo.

      –Te quiero... dentro de mí. Por favor, Luke... –le suplicó. Sabía que, si él la hacía esperar más, se volvería loca.

      Luke sonrió y le encajó la punta de su pene contra el sexo de Sara. Entonces, lenta, muy lentamente, se abrió camino. Permaneció un instante completamente inmóvil, dejando que ella se acostumbrara a sentirlo. Entonces, cuando Sara le rodeó la cintura con las piernas, animándolo, se inclinó sobre ella para besarla.

      Sara decidió que un hombre como Luke Holloway provocaba adicción. Prestaba atención a los detalles, repetía las caricias que más la excitaban hasta que ella temblaba de puro placer y estaba a punto de perder el control. El colchón ya no importaba. Sara sólo se podía centrar en lo que Luke le hacía sentirse, en las sensaciones que experimentaba con sus movimientos y el roce de su piel.

      Cuando Sara alcanzó el orgasmo, él la abrazó con fuerza, murmurando su nombre una y otra vez. Por el modo en el que su cuerpo se tensó, ella dedujo que él estaba a punto también. Así fue.

      Cuando pasaron por fin las oleadas de placer, Luke se retiró cuidadosamente y se tumbó de espaldas para luego tomarla entre sus brazos. Ninguno de los dos pronunció palabra alguna.

      –Necesito ocuparme de algo –dijo él, por fin–. Perdona un momento.

      Sin embargo, cuando él se apartó de la cama y Sara oyó el agua corriendo, el hechizo se rompió. En aquel instante, pensó en lo que habían hecho. En lo estúpida que había sido.

      Sus dudas debían de notársele en el rostro porque, al regresar del cuarto de baño, él la miró con perplejidad.

      –¿Qué es lo que pasa?

      –Tenías razón. Esto ha sido una mala idea. Trabajamos juntos.

      –Ya hemos hablado de esto. No importa. Relájate. Los dos somos profesionales, por lo que esto no va a interferir con el trabajo –dijo mientras la besaba suavemente–. Te dejo que te duches la primera, pero mejor sola. Si lo haces conmigo, no saldremos de la habitación hasta mediodía. Después, iremos a desayunar, echaremos un vistazo al hotel y hablaremos de ello durante la comida.

      –Está bien. ¿Te importaría darme mi pijama? ¿Y cerrar los ojos?

      –Creo que es un poco tarde para eso. Nos hemos visto los dos muy bien –afirmó. Entonces, le besó a Sara la punta de la nariz–, pero si hace que te sientas mejor... –añadió. Agarró el pijama y se lo dio–. Me sentaré de espaldas a ti con los ojos cerrados. ¿Te parece bien?

      Evidentemente, Luke pensaba que el comportamiento de Sara era ridículo y seguramente así era dado el grado de intimidad que habían compartido unos minutos antes, pero hizo lo que ella le había pedido.

      –Gracias.

      Sara se volvió a poner el pijama y sacó su ropa del armario y de la cómoda. Entonces, se encerró con llave en el cuarto de baño.

      Se daría una ducha. Se lavaría el cabello. Tal vez así podría encontrar un poco de sentido común.

      Capítulo Siete

      Cuando Sara salió del cuarto de baño, completamente vestida, Luke estaba sentado en la cama, cubierto con la sábana hasta la cintura, trabajando en su portátil. Tenía la ropa a su lado, sobre la sábana. Evidentemente, él también tenía intención de vestirse tras una puerta cerrada.

      –El baño es todo tuyo –dijo ella.

      –Gracias.

      Luke cerró el ordenador y se dirigió al cuarto de baño mientras Sara desviaba la mirada. Volvió a salir unos minutos después.

      –¿Bajamos a desayunar?

      Tenía el cabello húmedo y revuelto. Estaba guapísimo, pero el tono de su voz era completamente neutral, como si fueran compañeros de trabajo que habían compartido habitaciones separadas y como si él acabara de llamar a la puerta de la de ella a la hora acordada.

      Sara contuvo la desilusión. Después de todo, eso era lo que ella quería, ¿no?

      –Claro. ¿Es ésa la idea que tú tienes de ropa informal? –le preguntó, indicando los elegantes pantalones y la almidonada camisa blanca.

      –No llevo corbata. ¿Cómo si no me voy a vestir?

      –Estamos en la costa. No se puede chapotear en el agua con pantalones de vestir. Necesitas unos pantalones cortos.

      –No. Además, no se puede llevar pantalones cortos con zapatos. Al contrario de otras personas, no tengo una zapatería entera en mi guardarropa.

      –Yo tampoco tengo tantos pares...

      –Ya te has puesto siete pares diferentes para ir a trabajar. Y los que llevas puestos ahora tampoco te los había visto antes. Te aseguro que no me voy a comprar un par de pantalones cortos sólo para agradarte a ti.

      –Tú verás –dijo Sara encogiéndose de hombros–. Tendrás que remangarte los pantalones hasta la rodilla.

      –No voy a... –se interrumpió y levantó las dos manos a modo de gesto de rendición–. Está bien. Si no, no vas a dejar de discutir conmigo hasta que terminemos de desayunar... y me muero de hambre.

      Bajaron juntos al restaurante del hotel. Evidentemente, llegaban casi al final de la hora en la que se servían los desayunos porque sólo había una mesa ocupada. El desayuno fue tan decepcionante como la cena de la noche anterior.

      –¿Cuál es el plan para esta mañana? –le preguntó.

      –Echar un vistazo. Fijarse en las cosas. En realidad, este hotel tiene un spa. Podrías ir a hacerte algún tratamiento. Yo voy a probar la piscina del hotel.

      Diez minutos más tarde, Sara envió a Luke un mensaje de texto. Imposible conseguir cita en el salón de belleza. Me marcho a dar un paseo por la playa. Llámame cuando estés listo.

      Casi inmediatamente, el teléfono de Sara comenzó a sonar.

      –Ya estoy listo –dijo él–. Me voy a dar un paseo contigo.

      –Creía que ibas a nadar en la piscina.

      –La piscina está cerrada a causa de la tubería que estalló ayer. Creo que podríamos charlar un poco tomando un café.

      –Siempre que sea en otra parte. El de esta mañana estaba imbebible.

      –¿Significa eso que tampoco quieres comer en el hotel?

      –Se me ocurre una idea mejor. Nos saltamos el almuerzo y nos tomamos un helado en la playa.

      –No vas a dejarme en paz hasta que no lo consigas, ¿verdad?

      –Por supuesto. Y también lo de chapotear en el mar... los dos.

      –¿Dónde estás?

      –En recepción.

      Luke se reunió con ella un par de minutos más tarde. Se dirigieron inmediatamente a la playa. Encontraron un pequeño café con vistas al mar donde el aroma del café era agradable y el del beicon delicioso.

      El estómago de Sara comenzó a protestar.

      –¿Un poco de chocolate de emergencia? –le preguntó Luke, riendo.

      –Creo