Ramiro Calle

El milagro del yoga


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y la meditación, con el importantísimo e insoslayable apoyo de las técnicas yóguicas, desde el uso del discernimiento a la recitación de un mantra o a la visión interior. Fue un conocimiento anhelado que buscaba otros caminos de Sabiduría y liberación mental y que, por supuesto, surgió con mucho esfuerzo. Hoy en día, la mayoría de los devotos comunes siguen enredados con la liturgia, pero los hay, aunque en minoría, quienes tienen pretensiones mucho más elevadas y son capaces de no regatear esfuerzos para encontrar respuestas.

      Las Upanishads implicaron una búsqueda espiritual hasta entonces sin precedentes y por esta razón se convirtieron en pilares del lado más refinado del hinduismo. En ellas se explica que lo Absoluto es denominado Brahman y el principio espiritual y eterno del ser humano es el Atman. Brahman es Uno-sin-segundo y no puede ser alcanzado tan solo por el conocimiento binario. Brahman es omniabarcante y se constela en el ser humano como el Atman, que unos traducen como «el yo real y superior», otros como «el Ser» o «Sí-mismo» y otros como «el Espíritu». El sabio upanishádico pone todo su empeño en descubrir en sí mismo la identidad del Atman con el Brahman, y para ello recurre a numerosos métodos yóguicos, a fin de que el conocimiento conduzca a la Sabiduría y se produzca la experiencia personal de la Realización. Las Upanishads hacen hincapié en la relación entre el principio espiritual del ser humano y el Brahman, pues del mismo modo que la ola en el océano nunca deja de ser océano, el Atman nunca deja de ser Brahman. Pero no basta con saberlo intelectualmente, sino que hay que entenderlo de manera vivencial y experiencial. Es ahí donde los procedimientos yóguicos, el discernimiento puro, la introspección y la meditación desempeñan un rol esencial, pues conducen al samadhi, un estado especialísimo de consciencia donde se produce la identificación entre el Atman y el Brahman.

      Esta búsqueda de lo Absoluto derivó en diversos sistemas soteriológicos, a destacar el budismo y el jainismo, y se utilizó para llegar a otras concepciones metafísicas como la del Vacío o la de ni el Vacío ni el Todo. Sin embargo, no importa de qué manera cada sistema exprese (con las limitaciones que supone el lenguaje) la última Realidad, pues es la práctica del yoga la que nos acerca a ella, se la llame el Todo, el Vacío o ni el Todo ni la Nada. Lo cierto es que existe la plena convicción de que hay un estado de consciencia muy especial que representa la liberación definitiva. Algunos le llaman samadhi, otros, nirvana, kaivalya o como quiera que sea. La palabra no es la cosa ni la descripción es el hecho. Da igual si al azúcar le llamas sal, sigue sabiendo dulce.

      Fue en el hinduismo donde el yoga se asentó de tal manera y llegó a gozar de tal prestigio como método salvífico que se convirtió en un darshana o escuela de sabiduría. En realidad, darshana quiere decir «punto de vista», pero el yoga es a la vez punto de vista y vehículo hacia la Realidad, y sus métodos, sobre todo la meditación y la búsqueda introspectiva, ocuparon un lugar destacado en el vedanta y otras escuelas de sabiduría.

      No cabe duda de que es la Bhagavad-gita el texto que mejor reconoce toda la importancia y trascendencia del yoga. Este texto, relativamente breve, incluye un buen número de instrucciones yóguicas y espirituales, y forma parte del Mahabharata, una de las grandes epopeyas de la India, un inmenso poema épico donde se acentúa el papel del dharma, que es el orden que rige todo el universo, y donde se asegura: «Cuando el dharma es protegido, protege. Cuando es destruido, destruye». Asimismo, se considera la garantía del orden universal y es allí donde aparece, por primera vez en la literatura india, Krishna como el misericordioso avatar de Vishnu. A lo largo de la Bhagavad-gita, Krishna le va indicando a Arjuna lo relativo al yoga, sobre todo en tres de sus vertientes: karma-yoga, bhakti-yoga y gnana-yoga, o sea, las sendas de la acción desinteresada, la mística y el discernimiento.

      Bhagavad-gita se puede traducir como «Canción del Bienaventurado» o «Canto del Señor». Krishna va impartiendo enseñanzas a lo largo de este texto interpolado y asevera: «El alma no nace ni muere, ni comienza a existir un día para desaparecer sin volver jamás. Es eterna, antigua e increada; el alma no muere cuando muere el cuerpo». También hace referencia a la reencarnación explicando: «El alma encarnada se desprende de los cuerpos viejos y toma otros nuevos, así como la persona cambia de vestidos». Hay enseñanzas contundentes sobre el karma-yoga o yoga de la acción desinteresada. Se exhorta a una acción sin egoísmo, con desprendimiento y discernimiento puro. Podemos leer: «Cuando la mente ha sido calmada, el yogui alcanza la suprema felicidad del alma que se ha unido al Ser Supremo, felicidad exenta de imperfecciones y apegos». Y asimismo: «La persona que está en el yoga, que ve el Yo en todos los seres y todos los seres en el Yo, posee una visión pura».

      Por su parte, Patanjali fue el gran sistematizador de los principios y técnicas del yoga, cuya existencia se fija entre el siglo II a.C. y el siglo II d.C. Su obra se titula Yoga-Sutras y contiene 195 aforismos (sutras), clasificados en cuatro partes: la concentración, su práctica, los poderes psíquicos y la Liberación. Ha tenido muchos comentaristas, a destacar Vyasa. En esta obra incluyo un apéndice con una síntesis de los principales aforismos de Patanjali.

      Ahora bien, el yogui es respetado y entendido como una persona con gran anhelo de libertad interior y trascendencia. A su vez, se le considera parte del eje universal, alguien que examina todo su funcionamiento humano para trascenderlo y des-condicionarse. Con sus técnicas, trata de alcanzar ese ángulo elevado de consciencia, que es al mismo tiempo personal y transpersonal, liberándose del cautiverio del ego y emancipándose de la máscara burda de la personalidad para recuperar su esencia prístina. Unos lo hacen apoyándose en la concepción de una deidad (Ishvara) y otros prescindiendo de la misma por no creer en ella (shunyata), pero todos ellos convencidos de que hay un estado de libertad absoluta, que permite encontrar una rendija en el samsara y así sobrepasarlo.

      El ser humano no se halla suficientemente evolucionado. Su desarrollo interior está lejos de haberse completado y cabe suponer que habrán de pasar milenios antes de poder alcanzarlo. Sin embargo, el yoga brinda al aspirante una forma de vida, un sistema de pensamiento, una filosofía, una psicología y unos métodos para que pueda ir completando su evolución interior, para que haga de su vida un continuo ejercicio de perfeccionamiento con máximo significado y trascendencia. Aquellos que han logrado despertar han legado al gran río del yoga sus experiencias salvíficas y sus métodos. Son humanos que han penetrado el velo de las apariencias y se han inspirado en la fuente del conocimiento. Algunos formaron comunidades, escuelas de sabiduría o hermandades, pero otros siguieron en solitario. Todos ellos han hecho una gran aportación a la humanidad, aunque esta se encuentra tan enceguecida que no pueda darse cuenta de ello.

      Vivir en el yoga quiere decir vivir en la luz de la consciencia. Y vivir en la luz de la consciencia es vivir en la luz de la compasión. Y si algo necesita este mundo moldeado por un ser «inhumano» es compasión. El yoga estima que en toda persona residen fuerzas latentes que son el reflejo del Macrocosmos o Mente Universal y que pueden ser actualizadas y canalizadas mediante procedimientos yóguicos para lograr un cambio en la psique que nos abra a una forma de ser más evolucionada y humana.

      Solo el entrenamiento adecuado y perseverante acelera la evolución de la consciencia y permite trascender las limitaciones mentales de la persona. Según el grado de consciencia que el practicante tenga, será capaz de ver las cosas de una u otra manera y proceder con sabiduría y sagacidad para salir de su estado de servidumbre. Leemos en la Katha Upanishad:

      Este Yo no se advierte por el estudio, ni aún por la inteligencia y la erudición. Este Yo revela su esencia únicamente a aquel que se aplica al Yo. El que no abandonó los caminos del vicio, el que no puede dominarse, el que no posee la paz interior, aquel cuya mente está turbada no puede nunca advertir el Yo, aunque esté lleno de toda la ciencia del mundo.

      Aunque el yoga proporcione bienestar, salud, paz interior y equilibrio, es básicamente una técnica soteriológica o liberatoria. Para hacer posible sus aspiraciones soteriológicas, propone una transformación interior cuya cota más elevada es la sabiduría. Nuevos aspectos del Sí-mismo van siendo concienciados y descubiertos, y cuando sobreviene una explosión de la naturaleza original en la consciencia, entonces puede hablarse de iluminación o moksha, estado inasible a