original. Es una experiencia inigualable que trasciende todo lo fenoménico y provoca un sentimiento omniabarcante de plenitud. En tales momentos o incluso en posteriores, se quiebra la ligazón con los objetos físicos, se movilizan fuerzas internas larvadas y se entra en conexión con «vibraciones» que no están al alcance de la mente ordinaria. Ese «trance» yóguico, inducido por un adiestramiento muy intenso en las prácticas de concentración, meditación e introspección, permite una comprensión hasta entonces insospechada, que incluso produce modificaciones manifiestas en el organismo de quien la experimenta.
El samadhi puede durar una fracción de segundo o varias horas, incluso días, pero después de haberlo experimentado la persona ya no volverá a ser la misma. Se ha producido una mutación en las estructuras profundas de su psique. El yogui ha captado la sabiduría perenne que los grandes maestros han perpetuado a lo largo de milenios. A través de esta experiencia de naturaleza transtemporal y transespacial, el yogui se desconecta de la dinámica de sus órganos sensoriales, se desplaza a la fuente del pensamiento y conecta con un tipo de mente suprarracional, al margen de todas las categorías y conceptos mentales.
Seguramente, desde los mismos orígenes del yoga, ya hubo practicantes incansables que se percataron de la posibilidad de asomarse a estados superiores de consciencia para ver y conocer lo que la mente ordinaria, con sus muchas limitaciones, no permite. Entre estas limitaciones se encuentran los samskaras (que luego abordaremos a fondo), cuyos impulsos debemos agotar para poder degustar el inconfundible y confortador sabor de la libertad interior. Aquellos yoguis de tiempos remotos fueron los primeros grandes exploradores de la consciencia, negándose a asumir los límites y engaños de la mente ordinaria.
El samadhi en el que todavía persiste la vivencia de individualidad es conocido como savitarka. Por el contrario, aquel en el que todo sentimiento de individualidad cesa y, por ende, es el estado más elevado, es conocido como nirvitarka, durante el cual la persona se funde con el cosmos. Tras el nirvitarka, el yogui entra en otra condición de consciencia: aunque esté en este mundo ya no es de este mundo; se convierte en un liberado-viviente o jivanmukta, sustrayéndose a toda ilusión o apego y pasando de ser actor a espectador o testigo incólume.
Cada experiencia samádhica aporta un «golpe» de comprensión y va labrando la liberación espiritual de quien la experimenta, eliminando de su mente la ofuscación, la avaricia y el odio, y haciendo posible lo que se ha denominado el «despertar de la consciencia». Por eso, a quien alcanza esa condición especial supramundana se le conoce como un «despierto» o que «ha despertado».
De acuerdo con el yoga hindú, el liberado-viviente ya no está condicionado por la ley de causa y efecto (karma), habiendo escapado a la rueda de reencarnaciones (samsara), traspasando los velos de la ilusión (maya). Según el Samkhya, la persona se desliga de su cuerpo-mente y se establece en su impoluta mónada espiritual o purusha. Según el Vedanta, el espíritu o Atman de la persona se funde con el Espíritu Cósmico o Brahman. Así Shankaracharya explicaba:
Libre de duda. Grande, imperturbable, donde cambio e inmutabilidad se funden en el Ser Supremo, eterno, alegría que no se disipa, inmaculado: este es el Eterno. Tú eres eso.
Entiéndase que las palabras pierden parte de su significado al tratar de acercarnos a un estado tan elevado de consciencia como es el samadhi. Los budistas hablarían de lo Incondicionado o Vacuo. El propio Nirvana no es definible y de ahí que el Buda, el Mahayogui, dijera:
Hay, monjes, algo no nacido, no originado, no creado, no constituido. Si no hubiese, monjes, ese algo no nacido, no originado, no creado, no constituido, no cabría liberarse de todo lo nacido, originado, creado y constituido. Pero puesto que hay algo no nacido, no originado, no creado, no constituido, cabe liberarse de todo lo nacido, originado, creado y constituido.
Y también:
Hay, monjes, algo sin tierra, ni agua, ni fuego, ni aire, sin espacio, ilimitado, sin nada, sin estado de percepción ni ausencia de percepción; algo sin este mundo ni otro mundo, sin luna ni sol; esto, monjes, yo no lo llamo ni ir ni venir, ni estar, ni nacer ni morir; no tiene fundamento, duración, ni condición. Esto es el fin del sufrimiento.
En todas las tradiciones orientales, ese elevado estado de consciencia (satori, nirvana, samadhi, iluminación) es tenido por una experiencia supramundana. Así, volviendo al Buda, este nos dice:
Eso es paz, eso es sublimidad, es decir, el fin de todo lo constituido, el abandono de los fundamentos de la existencia, el aniquilamiento del deseo, el desvanecimiento, la cesación, el Nirvana.
El samadhi o experiencia del despertar, origina que la persona trascienda toda polaridad, toda contradicción, toda discordancia; ella comprende y se comprende, ve las cosas como tales, se ha establecido en su propio eje (que es universal) y ha sido capaz de despertar a una intuición la clarividente y penetrante, inmaculada e imperturbable. Tal como uno se despoja de las prendas de vestir, él se libera de las categorías mentales. Ha finalizado el proceso encaminado a la conquista de uno mismo. Una nueva persona brota y reabsorbe a la anterior; eclosiona una psicología por completo diferente.
El samadhi es una inyección de energía universal, un despertar a una realidad inimaginable, un existir a través de la poderosa vitalidad del Cosmos. La persona se emancipa de su rutina interna condicionante, de su estrechez de miras, de sus sentimientos banales, de su consciencia de separatividad, de su sentimiento de soledad. La voz del Yo, atronadora y fantástica, se hace oír. Se supera lo que podríamos denominar una esclerosis neumática o pránica, las energías fluyen sin cortocircuitos. El liberado se hace uno con el instante prolongado, con el presente eterno y se convierte en la revelación misma en el cuerpo iniciático del yoga, alimentado por todos los grandes autorrealizados. Todas las impresiones subliminales (vasanas y samskaras) quedan incineradas, se abandona la mente antigua y condicionante y hay una explosión de entendimiento. De acuerdo con el enfoque hindú y con sus creencias, el acceso al samadhi permite la eliminación de muchos residuos kármicos, y en la medida en que las semillas kármicas se «queman» sobreviene un estado real de libertad interior. Esto es la unión del Atman con el Gran Espíritu.
El samadhi definitivo representa la imposibilidad de cualquier metamorfosis, porque no se puede ir más allá. Se ha llegado al límite de la evolución de la consciencia, a la meta. Representa la imposibilidad de toda regeneración, de toda enfermedad interior. Hay una reabsorción de los límites que permite que la fuerza de expansión del yogui no pueda ser contrariada, pues esta penetra definitivamente en la Totalidad. La persona corriente permanece en constante movimiento interior. Su contenido emocional y mental se modifica sin cesar. Por el contrario, la persona realizada ha encontrado un estado de quietud, de alejamiento de todo conflicto. El ego ha sido trascendido.
Como hemos dicho, por mucho que el yoga haya derivado en un método de mejoramiento psicofísico, su meta primaria siempre ha sido el samadhi, puesto que es esta experiencia la que disipa la ignorancia básica de la mente y permite un tipo muy especial de percepción que reporta un inmenso sentimiento de quietud y ecuanimidad. Durante la experiencia samádhica quedan en suspenso la memoria, la imaginación y el pensamiento y, por tanto, la noción de ego. Según el enfoque del samkhya-yoga, a esto se le conoce como el establecimiento en el Sí-mismo, debido a la total inhibición del pensamiento; según el vedanta, se denomina la inmersión en el Todo o Brahmán; para un budista, se trata de la captación supraconsciente de la Vacuidad; y para un jaina, es la Emancipación.
La mente se absorbe en el Vacío (o en el Todo, o ni lo uno ni lo otro) de tal manera que, durante unos minutos u horas se desdibujan los límites de la consciencia y ocurre una mutación profunda y gloriosa en lo más hondo de la psique. Allí, se desencadena una experiencia que permite aprehender dimensiones que escapan al pensamiento común. Esta tiene el poder de eliminar samskaras y vasanas, o sea, impregnaciones subconscientes, y sentar las bases para una libertad interior verdadera y perdurable. Llegados a este punto, cualquier palabra resulta aproximativa, pues la experiencia samádhica es inexpresable. Lo más oportuno es guardar silencio, porque definiciones tales como «un sentimiento de unidad», «un sublime arrobamiento», «una percepción