–Tú tienes que ir a Italia, yo no –lo interrumpió ella–. Yo tengo que encontrar el vestido de la señorita Wilkerson. Le he prometido a su madre que lo encontraría y no puedo faltar a mi promesa.
Marcu lo pensó un momento antes de asentir con la cabeza.
–Muy bien, de acuerdo. Iré a buscarte a la una. Te esperaré en la puerta e iremos directamente al aeropuerto.
–No pensarás que voy a salir huyendo, ¿verdad?
Esa sonrisa irónica lo excitó, pero, por suerte, no iba a pasar mucho tiempo con ella. La llevaría al palazzo y se marcharía enseguida porque Monet Wilde seguía poniendo a prueba su autocontrol después de tantos años.
–Sé que no vas a salir huyendo –dijo con voz ronca–. Porque sé que para ti una promesa es una promesa.
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