Fiódor Dostoyevski

Crimen y castigo


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ti.

      Mi querido Rodia, ahora te diré una cosa. A mí me da la impresión, por algunos motivos (que por supuesto no tienen nada que ver con el temperamento de Piotr Petrovitch y que quizá son solo caprichos de anciana), a mí me da la impresión, repito, de que sería preferible que después del matrimonio, yo siguiera viviendo sola en lugar de vivir en la casa de ellos. Estoy plenamente convencida de que él tendrá la gentileza, la generosidad y la delicadeza de invitarme a no vivir alejada de Dunia, y estoy segura de que si todavía no ha dicho nada, es porque lo cree lógico; pero yo no aceptaré. En más de una ocasión me he dado cuenta de que los yernos no suelen tener afecto a sus suegras, y yo no solamente no deseo ser una carga para nadie, sino que quiero vivir totalmente en libertad mientras todavía me queden algunos recursos y tenga hijos como tú y como Dunetchka.

      Trataré de vivir cerca de ustedes, ya que todavía, Rodia, tengo que decirte lo más grato. Justamente por serlo lo dejé para el final de la misiva. Querido hijo, debes saber que probablemente los tres nos reuniremos nuevamente muy pronto, y después de una separación de tres años, podremos volver a abrazarnos. Está totalmente resuelto que tu hermana y yo iremos a Petersburgo. No te puedo decir la fecha exacta de nuestra partida, pero te puedo asegurar que está muy cerca: quizás en salir hacia allá no tardemos más de ocho días. De Piotr Petrovitch depende todo, ya que nos informará cuando tenga casa. Por algunos motivos, quiere que el matrimonio se realice lo más rápido posible, y que lo más tarde sea antes de la celebración de la cuaresma de la Asunción.

      ¡Cuando pueda estrecharte contra mi corazón seré muy dichosa! Ante la idea de verte de nuevo, Dunia está loca de felicidad. Me dijo (bromeando, claro está) que esto habría sido razón suficiente para decidirla a contraer matrimonio con Piotr Petrovitch. Es un auténtico ángel tu hermana.

      No desea agregar nada a mi misiva, debido a que tiene tantas y tantas cosas que comentarte, que desea empuñar la pluma, ya que escribir solamente unas líneas sería totalmente inútil en este caso. Me pide que te mande miles de abrazos.

      Uno de estos días, hijo, te mandaré algo de dinero, la mayor cantidad que pueda, aunque esté muy próximo nuestro encuentro. Ahora que aquí todos saben que tu hermana contraerá matrimonio con Piotr Petrovitch, nuestro crédito se ha reafirmado de repente, y te puedo jurar que Atanasio Ivanovitch me prestará hasta setenta y cinco rublos, que devolveré con mi pensión. Te podré enviar, por lo tanto, veinticinco o, quizá, treinta. Y todavía te mandaría más si no me diera temor de que me faltara para irnos para allá. Pese a que Piotr Petrovitch haya tenido la generosidad de encargarse de varios de los gastos del viaje (de nuestro equipaje, incluido el enorme baúl, que mandará a través de sus amigos, me imagino), tenemos que pensar en nuestra llegada a Petersburgo, donde no podemos estar sin algo de dinero para atender a nuestras necesidades, por lo menos en los primeros días.

      Tu hermana y yo lo tenemos ya todo totalmente calculado. No nos resultará costoso el billete. Solamente hay noventa verstas de nuestra casa a la estación de ferrocarril más cercana, y ya nos pusimos de acuerdo con un mujik que nos llevará en su carro. Luego nos alojaremos felizmente en un apartamento de tercera. Yo pienso que te podré enviar treinta rublos, no veinticinco como antes.

      Ya es suficiente. Llené dos hojas y no tengo más espacio. Ya te he relatado todo, estás informado ya del cúmulo de sucesos de estos últimos meses. Mi querido Rodia, ahora te abrazo al tiempo que espero que nos veamos de nuevo y te mando mi maternal bendición. Ama a tu hermana, ama a Dunia, Rodia, ámala como ella te ama a ti; ella, cuya dulzura no tiene fin; ella, que te ama más que a sí misma. Ella es un verdadero ángel, y tú, toda nuestra existencia, toda nuestra ilusión y esperanza y toda nuestra fe en el futuro. Si tú eres dichoso, también nosotras lo seremos. Rodia, ¿sigues suplicando a Dios, crees en la infinita piedad de nuestro Señor y de nuestro Salvador? Me dolería en el alma que te hubieras contagiado de esa enfermedad de moda que recibe el nombre de ateísmo. Si es así, piensa que suplico por ti. Querido, recuerda cuando eras un pequeño; entonces, en presencia de tu padre, que todavía vivía, tú, sentado en mis piernas, susurrabas tus plegarias. Y todos éramos dichosos.

      Hasta luego. Te mando muchos abrazos.

      Mientras viva te amará,

      Pulquería Raskolnikova.

      En más de una ocasión, durante la lectura de esta misiva, las lágrimas bañaron la cara de Raskolnikof y cuando terminó estaba lívido, tenía el rostro contraído y en sus labios se podía ver una sonrisa cruel y amarga. En su miserable almohada apoyó la cabeza y permaneció largo tiempo meditando. Su corazón latía con fuerza, su espíritu se encontraba perturbado. Finalmente sintió que se ahogaba en ese cuartucho amarillo que más que cuarto se asemejaba a una alacena o a un baúl. Su mente y sus ojos pedían un espacio libre. Tomó su sombrero y se fue. En esta oportunidad no sentía temor de toparse en la escalera con la dueña de casa.

      Ya no recordaba todos sus problemas. Camino de Vasilievski Ostrof, tomó el bulevar V***. Caminaba rápidamente, como urgido por un negocio apremiante. No miraba nada ni a nadie, como era habitual en él, y murmuraba algunas palabras sueltas, incoherentes. Las personas se volvían a verlo. Y pensaban: “Está ebrio”.

      Capítulo IV

      Lo había perturbado la misiva de su madre; sin embargo, Raskolnikof no había dudado ni un momento, ni siquiera cuando la estaba leyendo, sobre el tema principal. Con respecto a este asunto, ya había tomado una decisión que no aceptaba apelación: “¡Al demonio ese señor Lujine! Mientras yo esté vivo ese casamiento no se realizará”.

      “No puede estar más clara la cuestión —pensaba, sonriendo con aire victorioso y malicioso, como si estuviese completamente seguro de su triunfo—. No, mamá; no, Dunia; no lograrán mentirme... Y todavía me piden disculpas de haber decidido el asunto por su propia cuenta y sin solicitarme consejo. ¡Claro que no me lo han solicitado! Piensan que es muy tarde para terminar el compromiso. Ya veremos si se puede terminar o no. ¡Buena excusa alegan! Piotr Petrovitch siempre se encuentra tan ocupado, que solamente puede contraer matrimonio rápidamente, como un ferrocarril andando a toda velocidad. No, Dunia, lo puedo ver todo muy claro; conozco muy bien qué cosas son esas que me debes decir, y también lo que pensabas esa noche en que caminabas incesantemente por el cuarto, y lo que confiaste, de rodillas ante la imagen que siempre se ha encontrado en la habitación de mamá: la de la Virgen de Kazán. Es dura la subida del Gólgota, muy dura... Dices que la cuestión está definitivamente concertada. Tú, Avdotia Romanovna, decidiste contraer matrimonio con un caballero de negocios, un individuo práctico que tiene cierto capital (que posee ya alguna fortuna: esto suena bien e impone más consideración y respeto). Trabaja en dos departamentos del Estado y está de acuerdo con las ideas de las nuevas generaciones (como comenta mamá) y, según Dunia, parece un hombre bondadoso. Este “parece” es lo que suena mejor: Dunia se casa movida por esta sencilla apariencia. ¡Maravilloso, realmente maravilloso!

      “...Me encantaría saber por qué me habla mamá acerca de las nuevas generaciones. ¿Lo habrá hecho simplemente para describir al personaje o con el segundo propósito de que el señor Lujine me sea simpático?... ¡Las muy astutas! Algo que también me encantaría poder aclarar es hasta qué punto han sido sinceras una con otra ese día decisivo, esa noche y después de esa noche. ¿Charlaría con mucha claridad o ambas entenderían, sin tener que decírselo, que tanto una como otra tenían un solo pensamiento, un solo sentimiento y que las palabras no servían para nada? Me inclino por esta última suposición: es la que deja entrever la misiva.

      “Le pareció algo seco a mamá, y en su ingenuidad, la pobre mujer se apuró a comentárselo a Dunia. Y Dunia, lógicamente, se enojó y contestó con cierta rudeza. Es natural. ¿Cómo no perder la tranquilidad frente a estas ingenuidades cuando la cosa está totalmente clara y ya es imposible volver atrás? ¿Y por qué me dice: Rodia, ama a Dunia, porque ella te ama a ti más que a ella misma? ¿No será que secretamente la atormenta el arrepentimiento por haber sacrificado su hija a su hijo? “Tú eres toda nuestra existencia, toda nuestra ilusión para el futuro”. ¡Oh madre!...”.

      Por instantes su irritación iba en aumento. Si en ese momento se hubiera encontrado con el señor Lujine, estaba convencido de que lo habría asesinado.

      “Es