Javiera Paz

Secuestro


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al salón, dejó sus cosas en su escritorio y nos observó.

      Sin excepción alguna, nos pusimos de pie y saludamos al mismo tiempo para luego volver a nuestros asientos. El silencio reinó en el salón de clases, era la costumbre, todas estábamos adiestradas así, aunque sonara de mala manera, así se le llamaba cuando les enseñabas a los animales, pero prácticamente así es también con los humanos… «Condicionamiento operante».

      Mientras la profesora hablaba sin pausas acerca de la historia del mundo, comencé a caer en un abismo de aburrimiento y desconcentración, aparte de que Jamie y Lía estaban jugando al gato en uno de sus cuadernos, equis y círculos en cada página.

      Siempre habíamos sido las tres: Jamie, Lía y yo. Jamie era la hiperactiva y agresiva. Podía ser la chica más agradable de la escuela cuando quería serlo, claro, pero cuando tenía que resolver algún problema, no dudaba en hacerlo a golpes. Lía era la centrada, algo más tierna y la que resolvía todo mediante diálogos y buenos modales. Dudo muchísimo que Lía piense en hacerle daño a alguien. Yo creo que soy la combinación explosiva de ambas. Creo poder resolver mis problemas mediante una conversación, diálogo, monólogo, lo que sea, pero claramente si algo no me está gustando, soy la primera en gritarlo a los cuatro vientos y el drama me corrompe. Supongo que siempre estaré descubriéndome y nunca diré con exactitud «así soy yo». ¿Quién puede hacerlo? Si hay veces en las que reaccionas de la manera que jamás creíste posible hacerlo.

      El día pasó relativamente rápido y a la salida esperé a Christopher unos minutos, pero ya comenzaba a tardar demasiado.

      —¿Te irás o lo esperarás? —me preguntó Jamie.

      —No lo sé, supongo que lo esperaré unos minutos más —contesté.

      —Está bien, yo debo irme.

      —Sí, nos vemos mañana —sonreí.

      Besé su mejilla y luego la de Lía. Las vi alejarse por la calle hasta la parada del autobús. Y aunque mirara en todas las direcciones para ver si Christopher aparecía, no apareció. Mi teléfono comenzó a sonar en la mochila, rápidamente lo saqué y vi su nombre en la pantalla.

      —¿Hola?

      —Alice, ¿dónde estás?

      —Esperándote —contesté como si fuese obvio —, se suponía que vendrías a por mí.

      —Lo lamento mucho. Debí avisarte antes, pero estoy ocupado en la universidad y no llegaré a tiempo.

      —Me di cuenta.

      —Lo lamento, cariño. Mañana voy por ti sí o sí, ¿me perdonas?

      —Está bien, Christopher, no te preocupes.

      —Me llamaste Christopher.

      —Pues así te llamas.

      —Solo cuando estás enojada.

      —No te preocupes por eso —solté.

      —Te amo.

      —Yo también a ti, pero no vuelvas a dejarme plantada —dije mientras comenzaba a caminar hacia la parada de autobús.

      —Te prometo que no.

      —Bueno, termina de hacer lo que estés haciendo. Hablamos más tarde.

      —Sí, cariño, yo te llamo.

      —Te esperaré —sonreí mirando como una estúpida la calle.

      —Cuídate y avísame cuando estés en casa, ¿sí?

      —Lo haré, nos vemos. —Colgué.

      Odiaba sobremanera que me dejaran plantada. Era segunda vez que lo hacía, pero pretendía, con toda mi dignidad, no molestarme. Debía entender que estaba ocupado con la universidad, y es que, a veces, se ponía muy pesada.

      Afortunadamente, el autobús pasó de inmediato, pagué mi pasaje y me senté al costado de un chico que iba escuchando música con audífonos.

      En cuanto entré a casa, lancé la mochila al sofá y antes de que pudiera emitir cualquier sonido, escuché la voz de mamá.

      —¿Alice? ¿Eres tú? —gritó desde el segundo piso.

      —Sí. —Subí las escaleras.

      Entré a su habitación, ahí estaba junto a Giuliana mirando una película de Disney tendidas en la cama. Las besé a ambas.

      —¿No venías con Christopher? —me preguntó bajando la voz, ya que Giuliana comenzaba a dormirse.

      —Sí, pero me llamó a última hora —le conté—. «Estoy ocupado en la universidad» —imité su voz. Tomé mi teléfono y le envié un mensaje escribiéndole que había llegado bien a casa; él contestó al minuto: «Está bien cariño».

      —Debes entenderlo.

      —Lo sé —sonreí.

      —No te preocupes de más.

      —No lo hago. —Me encogí de hombros.

      Luego de unos minutos, cuando mi hermana ya estaba dormida, bajamos y mi madre se empeñó en preparar algo para comer mientras hablábamos de la escuela y sobre mis amigas. Siempre éramos así, muy cercanas y muy amigas. A mamá no había nada que se le pasara, siempre estaba atenta a todo, era como un gato.

      —¡Familia, he llegado! —escuchamos el grito de Liam mientras entraba a casa.

      —¡Silencio, idiota, que está durmiendo tu hermana! —exclamó mi cariñosa madre.

      —Me encantan estos recibimientos fraternales —comentó acercándose a la cocina. Nos saludó y luego ayudó a mamá a prepararle un plato con comida.

      —¿Y el estúpido de Christopher? —preguntó Liam.

      —Estaba ocupado, ¿por qué?

      —No lo sé. Creo que me acostumbré a verlo a esta hora aquí y solo quería fastidiarlo —rio.

      —Te agrada.

      —¿Tengo otra opción?

      —No —le sonreí.

      —¿Me acompañas? Tengo que comprar unos materiales en el centro comercial.

      —¿Cuándo?

      —Ahora. Termino esto, me cepillo los dientes y nos vamos, ¿qué te parece? —movió sus cejas de arriba abajo.

      —Liam…

      —¡Vamos, Alice! Siempre tienes el culo plantado en el sofá…

      —¡Liam! —lo regañó mi madre.

      —Es cierto —continuó mi hermano—, además, no quiero ir solo. Prometo que te compraré lo que quieras. Pizza, helado, hot dog…

      —Está bien —solté el aire de mis pulmones—. Con un helado me conformo.

      —¿Conformarte? Conociéndote sé que elegirás algo que me deje en la ruina.

      Liam acabó su comida y corrió a cepillarse los dientes. Hizo que llevara mochila, que probablemente solo para eso quería que lo acompañara, para llevar su mochila porque según él «se podían arruinar los materiales en la moto». Nuevamente casi lo asfixié en mi intento de afirmarme y volamos por las calles hasta dar con el bendito y odiado centro comercial. Enganchó la moto y luego subimos al único lugar, probablemente, que vendía todo tipo de materiales.

      —¿Cuánto tiempo más pretendes estar con Christopher? —me preguntó mi hermano mientras caminaba con una sonrisa indiferente mirando a algunas chicas pasar.

      —El tiempo que sea necesario, ¿por qué? —Alcé mi vista.

      —¿Crees que él es el amor de tu vida? —sonrió con ironía.

      —¿Por qué no? —Fruncí el ceño.

      —Que