Antonio R. Rubio Plo

Solidarios


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ser la esencia de la felicidad, pese a todas las dificultades. Y aporto una curiosa anécdota sobre Moscú no cree en las lágrimas: se dice que el presidente Ronald Reagan vio en varias ocasiones esta película en privado antes de entrevistarse con Mijail Gorbachov, con el objetivo de conocer el “alma rusa”. No es exagerado decir que el “alma rusa” tiene un fuerte componente femenino, sin el cual estaría incompleta. En mi opinión, la lectura de las obras de Svetlana Alexievich no deja de ser un encuentro íntimo con el “alma rusa”.

      Alexievich se califica a sí misma de “oído humano”, lo que me recuerda a la expresión “pluma humana” empleada por Flaubert. ¿Cabe mayor realismo que el de captar las conversaciones humanas y plasmarlas en un libro? La autora transcribe las anotaciones grabadas en el alma, que pueden ser más interesantes que un mero relato de los hechos. Sus libros son la demostración de que la gente del pueblo quizás no será muy instruida, pero es capaz de entender el mundo como nadie y pronunciar palabras llenas de sabiduría y sentido común. No estamos ante unos libros de entrevistas, ni los textos se plantean como un interrogatorio. A los amigos no se les interroga: simplemente se les deja hablar. Las personas se expresan en ellos con sencillez y sin recelos, pues ven a Svetlana Alexievich como a una amiga. Les inspira confianza, y esto les lleva a darle toda clase de detalles íntimos. En consecuencia, se transmite un tono de cercanía a la narración de la autora, que prescinde de todo artificio literario. De esto modo surge un caleidoscopio humano con el que se aspira a retratar la verdad. No se trata de la típica entrevista con preguntas preparadas y respuestas no menos elaboradas, que carecen de espontaneidad y, sobre todo, de intimidad. En una entrevista de finales de 2019, durante una breve estancia en España, la escritora afirmaba que «cada persona lleva consigo una historia que se puede contar, y eso es lo que yo hago. Si solo nos basamos en los hechos como fundamento, sin revelar la narrativa implícita, no sale la imagen completa de la realidad». En efecto, en los libros de la Nobel bielorrusa afloran las palabras de la gente sencilla, que suele ser la más sincera. Son palabras extraídas desde el interior, repletas de sufrimientos y vivencias. Sobre este particular, añadiré que Iván Turgueniev, un escritor admirado por Alexievich, escribió una vez, haciéndose eco de un proverbio ruso, que el alma humana son tinieblas. En efecto, según reconoce la autora, es difícil acceder al alma humana, pues el camino está sembrado de televisión y periódicos, de las supersticiones del tiempo en que vive, los prejuicios o las desilusiones.

      El alma humana, en sus profundidades más dramáticas o entrañables, vive en las páginas de sus obras La guerra no tiene rostro de mujer y Últimos testigos. A mi modo de ver, el espíritu de esta segunda obra es el mismo que envuelve a la obra de Dostoievski, que no concebía la propia felicidad, o incluso la armonía eterna, si para asegurarla hubiera que derramar una sola lágrima de un niño inocente. No existe ningún progreso, ni tampoco ninguna revolución que pueda justificar esa lágrima. Menos todavía una guerra. Cualquier guerra pesa más que una sola lágrima. El niño siente que hay guerra cuando papá no está y pasará mucho tiempo esperando a que vuelva. La guerra y sus secuelas en forma de atrocidades contra la población civil arrebatarían la infancia a quienes después fueron hombres y mujeres. Pese a todo, en medio de los horrores bélicos brilla en Últimos testigos el testimonio de un niño que no quiere renunciar a su infancia, que asocia a sus primeras lecturas. Será capaz de encontrar en Los hijos del capitán Grant de Julio Verne una pequeña felicidad, cargada de esperanza, frente a la hostilidad del mundo exterior. La historia de la esforzada búsqueda de un padre a través de medio mundo se encuentra en un libro que el niño ha escondido, y que irá leyendo y releyendo a lo largo de una guerra interminable.

      DE CÓMO EL HOMBRE PEQUEÑO SE TRANSFORMA EN UN GRAN HOMBRE

      Nada hay más alejado de la concepción literaria de Svetlana Alexievich que la mera búsqueda del entretenimiento. Estoy convencido de que todo eso le parece demasiado artificial, pues una vez declaró que «las escenas de la vida cotidiana son mejores que las de la ficción». Luego añadió: «Muy raramente me gusta leer ficción, prefiero la obra entera de Dostoievski». Coincido con ella en que leer a Dostoievski es una tarea casi obligada para quién se haga preguntas sobre el hombre. Se trata de un novelista que sabe encontrar al auténtico ser humano, con toda su mezcla de grandeza y de miseria, hasta en los personajes más degradados. El escritor poseía el arte de descubrir en cualquier persona los frutos del corazón como la caridad y la abnegación. ¿No encontramos algo semejante en las voces despertadas a la vida por la escritura de Alexievich? Leyendo a Dostoievski y a nuestra autora, estaremos en condiciones de aprender que la generosidad no consiste en dar lo que sobra sino en compartir el peso de las cargas ajenas.

      En la Rusia actual hay otras mujeres que están tomando el relevo de Svetlana Alexievich. Tal es el caso de Tatiana Krasnova, profesora en la facultad de periodismo de la universidad estatal Lomonosov de Moscú, que tuvo ocasión de entrevistar a la escritora en el verano de 2017. Krasnova no es, desde luego, una simple periodista sino también la coordinadora de Galchonov, una asociación benéfica. Señala que ha recomendado los libros de la Premio Nobel a sus amigos, pero a la vez les ha dicho que no puede decirles sinceramente que les gustarán. Por el contrario, es muy probable que no les gusten y que su lectura les cause espanto y les haga sufrir. La explicación es muy sencilla: solo la verdad hace daño. No es extraño para quienes prefieran la posverdad o las llamadas verdades alternativas. Sin embargo, los libros de Svetlana Alexievich son también una especie de medicina contra la avalancha de información, que paradójicamente nos vuelve sordos y ciegos. Recuerdo que un amigo mío daba en público un sabio consejo: no seguir con la misma ansiedad con la que se seguiría una apasionante competición deportiva, todos aquellos acontecimientos de carácter político en los que el hilo conductor sea la crispación y el enfrentamiento social. No hay que vivir de espaldas al mundo, si bien tampoco debemos consentir que la información nos quite la paz. No estamos defendiendo el comportamiento del avestruz sino la urgencia de dejar un hueco para lo que Tatiana Krasnova considera esencial: la existencia de un tiempo para llorar y para compadecernos los unos de los otros. En esto consiste uno de los méritos de los libros de Alexievich: saben dar voz al dolor y a la desesperación, y a lo más importante de todo, al amor.

      La obra de Svetlana Alexievich es una continua invitación a custodiar en nosotros mismos al hombre. Ella misma admite que pertenece a una generación que fue educada con los libros, algo coincidente en la tradición rusa y la soviética, pero no con la realidad. Se diría que su carrera literaria pretende subsanar esta deficiencia con la unión de literatura y realidad. No es una literatura de gestas de héroes, los de la Segunda Guerra Mundial y conflictos posteriores, sino la versión de los hechos que le han proporcionado abuelas, madres, hermanas o viudas, a las que nunca nadie había preguntado por sus vivencias y sentimientos. Esto explica que el gran protagonista de sus libros, que constituyen toda una obra de “polifonía”, sea el hombre común, al que podríamos calificar de “hombre pequeño”, para muchos insignificante. No es el héroe militar ni el obrero modelo, exaltados hasta la saciedad en la época del estalinismo, sino la víctima de las grandes tempestades y catástrofes sociales. Leer a Alexievich es comprender cómo el sufrimiento transforma al hombre pequeño en un gran hombre. Su lectura sirve para reafirmar que no somos un engranaje de los sistemas, un punto lejano e indiferente en medio de una espesa muchedumbre.

      PREPARÁNDOSE PARA LA GUERRA

      Cabe añadir que Tatiana Krasnova y Svetlana Alexievich se muestran preocupadas por la actual situación de Rusia. Desde el momento en que ha crecido la tensión entre Moscú y las potencias occidentales a partir de la crisis de Ucrania, en muchos automóviles rusos se ha insertado esta inquietante pegatina: “1941-1945: Podemos rehacerlo”. Las dos mujeres han leído con pesar estas palabras porque los autores de ese eslogan no parecen saber mucho de los sufrimientos de la gente corriente en aquellos años. Se diría que una gran mayoría de rusos, y de otros ciudadanos exsoviéticos, solo quieren quedarse en el día de la Victoria, el 9 de mayo de 1945. Cegados por la reiterativa consigna de una patria en peligro, se han vuelto a ver en las celebraciones de carnaval o en las fiestas escolares a niños vestidos con uniforme militar y gorras con una estrella roja. Alexievich subraya que es el retorno de una cultura marcial y militar, en la que está muy presente el culto a la muerte. Ese ambiente ya lo vivió ella en la escuela de su infancia, donde los niños recibían unas enseñanzas que reducían los acontecimientos históricos a luchas,