Varias Autoras

Pack Bianca enero 2021


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mal.

      –No podías saberlo. Por eso he vuelto –le respondió ella–. Por eso, y por el risotto –añadió con una sonrisa traviesa–. Más vale que lo traigan pronto.

      Como si la hubiera oído, en ese momento apareció el camarero con los segundos.

      –Entonces, si de verdad eres un príncipe –dijo Rachel cuando volvieron a quedarse a solas–, ¿dónde están tus guardaespaldas?

      –Quería que tuviéramos un poco de privacidad –contestó Mateo–. Les dije que se quedaran fuera.

      A Rachel casi se le cayó el tenedor de la mano.

      –¿Lo dices en serio?

      –Pues claro.

      Rachel sacudió la cabeza.

      –¿Y has llevado guardaespaldas contigo todos estos años, aquí en Cambridge? ¿Cómo puede ser que no me haya dado cuenta?

      –No, cuando me vine a Inglaterra decidí que no quería tener escolta. Como tercero en la línea sucesoria podía tomarme esa libertad.

      –Pero ya no.

      Mateo apretó los labios.

      –No, ya no.

      Rachel que se había fijado en cómo se habían tensado sus facciones, le preguntó perspicaz:

      –¿Y quieres ser rey?

      Mateo se puso aún más tenso.

      –No es cuestión de si quiero serlo o no; es mi deber.

      –No has respondido a mi pregunta.

      Él volvió a apretar los labios e inclinó la cabeza.

      –Tienes razón. Supongo que podría decir que quiero cumplir con mi deber.

      Eso sonaba bastante deprimente, pensó Rachel, tomando otro poco de risotto. Estaba exquisito, pero apenas lo paladeó porque no podía dejar de darle vueltas a aquella situación tan surrealista. ¿De verdad estaba considerando aceptar la proposición de Mateo?

      –Bueno, ¿y cómo sería el día a día de nuestro matrimonio? –le preguntó.

      –Viviríamos en el palacio real, en Constanza –comenzó a explicarle Mateo–. Como te estaba diciendo antes, podrías escoger a qué instituciones benéficas te gustaría apoyar y patrocinar. Tendrías que asistir a unos cuantos eventos y actos de Estado. Me temo que esos compromisos son ineludibles.

      –Bueno, eso no me importaría, pero me parece que no tengo precisamente aspecto de reina –le espetó ella. No había podido evitarlo; tenía que decirlo.

      Mateo la miró confundido.

      –Si lo dices por la ropa, no tienes que preocuparte; te proporcionaríamos distintos conjuntos para cada ocasión de acuerdo con tus gustos. Y también contarías con la ayuda de estilistas, peluqueros… Lo que necesites.

      –Vamos, que me cambiaríais de arriba abajo, como a la pobre Cenicienta a la que el hada madrina transforma en princesa –murmuró Rachel. No sabía cómo sentirse al respecto: ¿ilusionada en cierto modo?, ¿insultada?, ¿algo nerviosa?

      Mateo se encogió de hombros.

      –Como a cualquier personaje público. Siempre se recurre a asesores de imagen.

      –¿Y qué me dices de lo de los hijos? –inquirió Rachel. Notó un ligero temblor en el vientre de solo pensarlo–. Mencionaste que tendrías que proporcionar un heredero al país cuanto antes.

      –Es verdad.

      –Eso ya son palabras mayores. Ni siquiera sabes si quiero tener hijos.

      –Bueno, supongo que no es algo que rechaces de plano, o no estaríamos teniendo esta conversación.

      Rachel suspiró y dejó el tenedor en el plato.

      –La verdad es que no tengo ni idea de si quiero tenerlos o no –le confesó–. Me parecía que no tenía sentido planteármelo siquiera.

      –¿Qué quieres decir?

      –Tengo treinta y dos años y no he tenido ninguna relación seria hasta ahora, así que había dado por hecho que ya no a iba tener hijos.

      –Bueno, ahora puedes replanteártelo.

      –¿Y qué me dices del amor? –inquirió ella–. Sé que no me has pedido que me case contigo porque te hayas enamorado de mí, pero… ¿crees que podrías llegar a sentir algo por mí en un futuro?

      El largo silencio que siguió a sus palabras lo decía todo.

      –¿Es algo importante para ti?, ¿soñabas con encontrar el amor? –le preguntó Mateo finalmente.

      Dicho así sonaba patético. ¿Quería el cuento de hadas, enamorarse perdidamente de alguien? ¿Lo quería de verdad, o solo porque en las películas y en los libros lo pintaban tan perfecto?

      Cuando Mateo y ella habían empezado a trabajar juntos se había encaprichado de él, y le había costado superar ese enamoramiento. ¿De verdad quería volver a pasar por eso, por esa sensación angustiosa de notar el corazón encogido al saber que no era correspondida? ¿No sería mucho más fácil si los dos acordaran desde un principio dejar el amor fuera de la ecuación?

      –Pues… no lo sé –dijo lentamente–. Es lo que todo el mundo parece suponer que deberías querer: encontrar el amor, lo de «felices para siempre»…

      –Eso solo pasa en la ficción, no en la vida real. Esa clase de sentimientos se van diluyendo con el tiempo. Pero lo que nosotros tenemos, una relación basada en la confianza y la franqueza, eso es algo mucho más valioso.

      –Bueno, tampoco tienes que despreciar así el amor –replicó Rachel.

      –No lo estoy despreciando; solo estoy siendo realista –argumentó él.

      –O sea que… ¿lo del amor no va contigo? –le preguntó ella. Aunque lo dijo en un tono despreocupado, sus palabras sonaron algo patéticas–. Solo quiero asegurarme.

      El largo silencio de Mateo se le hizo tremendamente doloroso.

      –No, no va conmigo.

      Rachel asintió y trató de asimilarlo. Bueno, al menos se lo había dejado claro; no le había dado falsas esperanzas. ¿Podía conformarse con un matrimonio sin amor?

      –También tengo que pensar en mi madre –dijo finalmente, sin creer que estuviese entrando en las cuestiones prácticas, como dando por hecho que iba a aceptar su proposición–. Tiene Alzheimer y está a mi cuidado.

      –Eso no es problema. Podría venirse con nosotros a Kallyria, donde recibiría los mejores cuidados médicos en palacio. Dispondría de sus propios aposentos, y de personal médico cualificado que la atendería las veinticuatro horas del día.

      –No sé si llevaría bien tantos cambios; bastante le costó adaptarse cuando me la traje de Sussex.

      –Bueno, si fuera preferible, también podría quedarse aquí, en Cambridge. Le buscaríamos la mejor residencia de la zona.

      Rachel suspiró. La idea de escapar de la monótona vida que llevaba con su madre, de las constantes críticas y quejas de esta, se le antojaba maravillosamente liberadora, pero a la vez la hacía sentir culpable.

      –No sé, supongo que podría hablarlo con ella –dijo por fin, aunque de solo pensarlo se le encogía el estómago.

      –Si sirviera de algo, podría intentar echarte una mano en eso –propuso Mateo.

      –Gracias –murmuró ella con voz trémula.

      Mateo se quedó callado un momento, antes de añadir:

      –Aunque soy consciente de la enormidad que supone esta decisión para ti, y entiendo que necesitarías más tiempo para considerarlo, me temo que la situación