para disfrutar de mi último día como estudiante de primero de bachillerato, grupo A.
La verdad es que, en cierto modo, me divierte contemplar esos últimos instantes en los que a mis compañeros parece que va a darles un ataque por la espera. Es puro entusiasmo metido en una pequeña celda que solo algunos tratan de mantener cerrada hasta la hora punta, pero que otros abren sin importar las consecuencias; al fin y al cabo, las notas ya estaban escritas.
—Chicos, por favor —dijo Aleen en tono suave a pesar de que su paciencia se estaba agotando—. Es el último día. Haced un esfuerzo y prestad atención. Solo es un ejercicio sencillo.
Un ejercicio que mi amigo Jin tenía resuelto desde el instante en que la profesora lo había planteado en la pizarra y antes de que lo explicase. Es un verdadero genio; desde siempre ha tenido un don para entender las matemáticas en general. Pocas veces le he visto quedarse atascado en un problema que nos hayan planteado.
En cierto modo le envidio, porque realmente me es difícil ponerme a la altura de las clases, pero eso no es un problema ahora. He podido aprobar con una nota superior a la media. Por otro lado, al pobre le cuesta demasiado socializar. Es muy callado debido a que frecuentemente sufre de fuertes episodios de estupor que le aíslan de la realidad durante minutos, pero no constituye un problema serio; nada que un pellizco o llamarle varias veces en voz alta no pueda arreglar.
Sonreí y bajé la vista hacia el colgante con forma de lágrima que llevo en la muñeca, a modo de pulsera. Es blanco, con un adorno engarzado de mi color favorito: azul intenso.
Fue un regalo de mi amiga Eona. En realidad nos regaló uno a todos los del grupo al que pertenezco con nuestros colores favoritos. Somos nueve, contándome a mí. Por supuesto, Jin es uno de los integrantes. Eona le tiene especial cariño; seguramente será por su condición, ya que eso le hace ver distinto de los demás, aunque lo gracioso del asunto es que ella es la única humana de todos nosotros.
Una bola de papel me sacó de mis pensamientos. Cuando busqué al culpable, Eona se estaba riendo en su asiento, pero su júbilo duró poco, pues la profesora le llamó la atención ante toda la clase, haciendo que se sonrojara de vergüenza, aunque no le importaba. Ella era así, divertida, alegre.
La clase discurrió con ligera normalidad. Con ayuda de Jin logré resolver el ejercicio antes de que sonara el timbre que nos liberaba y hacía más palpables las vacaciones de verano. En pocos segundos Eona llegó a nuestro lado y se inclinó hacia delante, apoyando las manos sobre mi mesa.
—Eh, Jin, vuelve a este mundo —dijo ella en tono amable. Sus ojos grises se fijaron en él a la espera de alguna reacción visible, pero no dio resultado—. Demasiado tarde; no me oye. Tendré que darle un buen pellizco o no le veremos en todas las vacaciones.
Se irguió y giró la cabeza para mirarme.
—Tim, anda, ve con Dannel a clase de gimnasia. Ahora os alcanzo; esto puede llevar un rato.
—Yo… Claro, sí, de acuerdo. Nos vemos allí.
Me puse algo nervioso; de hecho, siempre me ocurre cada vez que ella me mira a los ojos de esa forma.
Eona Silverstein… Una chica enérgica, leal y que siempre está de buen humor. Jamás la he visto enfadada de verdad. Tal vez molesta, pero nunca enfadada. Es… dulce, se preocupa mucho por los demás y nunca deja tirado a nadie. ¡Es la chica perfecta! Su melena naranja hasta los hombros, sus ojos grises llenos de vida…
¿Sería este el momento apropiado para…? No. ¿Delante de todos mis compañeros? ¿Y si se lo toma mal y se aleja de mí? Yo no podría…
Conseguí hacer que mi cuerpo se moviera de nuevo antes de que se percatara de mi nerviosismo y me dirigí hacia la puerta. Dan ya me estaba esperando, como de costumbre.
—Perdona. Siempre tienes que esperarme —me disculpé—. Ya estoy.
Un leve gesto de cabeza fue toda la respuesta que recibí, pero no me extrañó en absoluto. Dan es una persona callada, pero no por timidez. Sencillamente, él habla poco y cuando lo hace es siempre con respeto, seriedad y sensatez. Creo que jamás le he oído insultar a nadie.
Casi siempre lleva el mismo corte de pelo, despuntado por todos lados y bastante alborotado; tiene unas curiosas mechas naturales de color rubio en la parte delantera sobre su tono castaño claro. Pero lo que siempre llama más la atención en él son sus cristalinos ojos, claros y puros como el agua, de un azul tan frío que recuerda al hielo. El anillo que tenemos los lumen en los ojos, dentro del cual se halla la pupila, se hacía más marcado en Dan.
No acabábamos de salir de clase cuando la burlona voz de alguien conocido detuvo nuestro avance.
—Eh, Timothy, cuéntame… —Miré a mi interlocutor para prestar atención—. ¿Se han follado ya a tu hermana?
Tan pocas palabras y ya me habían hecho enfurecer silenciosamente. Y más viniendo de alguien a quien consideraba un amigo, alguien que también estaba dentro de nuestro grupo. Dan soltó un largo suspiro como respuesta ante el inoportuno comentario y se desentendió rápidamente del tema, reanudando la marcha hacia la clase de Gimnasia, pero yo no pude cerrar la boca. La ofensa era demasiado gratuita.
—No tiene ninguna gracia, Manu —repliqué en tono serio, pero no muy alto; no quería montar un escándalo—. ¿No se te ocurre nada peor que decir de ella? Esas cosas le hacen mucho daño.
—¿Ves lo fácil que es picarte? Solo estaba bromeando. Son cosas de tíos; ella debería estar más que acostumbrada —respondió con sorna, echando atrás su rubia melena con un gesto de cabeza.
Apreté los puños. Estaba dispuesto a conseguir que retirara esas palabras. Por su condición física, Jacqueline no paraba de sufrir acoso tanto en la escuela como en la calle. No iba a permitir que nuestro propio amigo siguiera burlándose como si la situación careciera de seriedad. Siendo un año mayor que yo, debería mostrar un poco más de madurez.
Antes de poder pronunciar palabra, una voz amiga salió de detrás de él, dispuesta a defender a mi hermana.
—Las cosas de tíos —Manu se giró para ver quién le hablaba— no implican rebajar a la hermana de un buen amigo a un objeto sexual, sabiendo el acoso que sufre en clase.
Jake había hecho acto de presencia. Sus ojos marrones se clavaron en los verdes de a quien estaba recriminando por sus crueles palabras. Ambos son de la misma edad y los mayores del grupo, pero en muchos aspectos son completamente distintos.
Jake es de campo, humilde, sencillo. Su piel ha sido tostada por el sol y tanto sus ojos como su despuntada melena son de tonos castaños; un flequillo abundante cubre su frente y los gruesos mechones que posee a ambos lados de la cara, el derecho más largo que el izquierdo, enmarcan su rostro. Es serio, muy estricto consigo mismo y no tolera bien las bromas, sobre todo las de mal gusto.
Por otro lado tenemos a Manu. Viene de una familia muy pudiente y siempre ha tenido de todo con un solo chasquido de dedos. Su piel es pálida pero saludable, sus ojos son de un verde intenso y su melena lisa, la cual le llega hasta los hombros, luce en algunas puntas mechas del mismo color para que hagan juego, contrastando a su vez con su tono rubio natural, albino. Burlón, altanero y a veces con demasiados aires de grandeza, son las dos caras de una misma moneda.
—Ya tardabas en salir de clase, amigo mío —respondió él sin perder la sonrisa y con los brazos abiertos a ambos lados del cuerpo—. Estarías demasiado ocupado rechazando a esos bombones para no ir con ellas al baile del viernes. Y con este comentario acabas de dejarte vendido. Podrías intentar disimular mejor que te gusta Jacqueline.
—No lo repetiré de nuevo. Sabes bien el acoso que sufre cada día, a cada hora. Si vuelvo a oír algo parecido, no me contendré.
La sonrisa de Manu se hizo más ancha. Diría que por poco no se echó a reír en la cara de Jake.
—¿Y por qué esperar? —Sus ojos despidieron por