levemente, aún sin mirarme.
—¿Cómo?
Movió levemente los ojos hacia mí y parpadeó una sola vez.
—Vámonos.
Se puso de pie tan deprisa que me hizo perder el equilibrio y habría besado el suelo de no ser por un movimiento rápido de su brazo, sobre el cual se apoyó mi cintura; luego me irguió con la misma facilidad y en pocos segundos me hallaba de pie a su lado.
—Alguna vez me gustaría que respondieras algo coherente para variar. Solo para variar, ¿eh? —Le pinché la mejilla varias veces con el dedo índice. Al tercer intento apartó mi mano con el dorso de la suya, trazando un elegante arco.
—No vuelvas a hacerlo.
Se encaminó hacia la puerta de la clase sin dirigir palabra alguna hacia la profesora, que estaba recogiendo, pero para ella era algo normal a estas alturas. Todos conocen su leve trastorno psicológico y lo han normalizado bastante bien para ser una panda de chicos alocados en la edad del pavo. Yo no tardé en seguirle tras despedirme educadamente de Aleen.
—Oye, cuando estás en ese estado, ¿alguien te chiva las respuestas de los problemas o qué, Angelito? —Manía mía. Yo siempre utilizo ese mote debido a su segundo nombre, Jin Engel Culberth. Se parece a la palabra «ángel»; no hay más que explicar, digo yo.
Al ver que no me respondía, probé a preguntárselo de nuevo mientras nos encaminábamos hacia las escaleras hasta que, de pronto, se paró en seco y me miró fijamente, obligándome a detener la marcha ante tal reacción.
—¿Ocurre algo? —pregunté extrañada y a la vez curiosa. Su forma tan peculiar de actuar siempre me ha resultado llamativa.
—No era necesario que te detuvieses —respondió escuetamente. Yo sabía a lo que se estaba refiriendo.
—No me gusta dejar a nadie atrás, ya lo sabes. —Sonreí.
—Ni que estuvieras abandonándome a mi suerte.
Me eché a reír por el repentino comentario. Realmente, se pensaba que podría sobrevivir solo dentro de esa manada de chicos descerebrados que representaba la clase que compartíamos.
—Con esos comentarios eres una caja de sorpresas. —Le di la espalda, dispuesta a continuar caminando—. Anda, vamos. Ya solo queda esta clase y nos podremos ir dando saltitos de este sitio.
—Eres tan infantil…
—¡Porque sé que te encantaaaaaa! —dije casi cantando la frase.
Tras seguir contemplando a saber qué durante casi un minuto, se dignó a moverse, dándome alcance en poco tiempo. Yo le miré sonriente a pesar de esas leves ojeras que parecen no querer separarse de él y de la palidez de su piel, que contrasta marcadamente con la negrura de su pelo y ojos. Presentaba mucho mejor aspecto que cuando le conocí por primera vez.
Era un chico que sufría terribles trastornos nerviosos junto con repentinos arranques de ira y nadie se atrevía a acercársele. Gracias a que viene de una familia bastante rica pudieron pagarle una medicación a base de pastillas para intentar mantener a raya su temperamento, pues a causa de este había llegado a herir a algunos compañeros; pero todo nunca es de color rosa: los efectos eran tan fuertes que le dejaban prácticamente sedado, como un zombi en medio de la clase.
Fui la primera en acercarme a él y desde entonces esos trastornos se han ido atenuando hasta tal punto que hoy en día solo sufre algún que otro ataque de ansiedad muy dentro de lo normal. Y solo cuando le pasa eso se medica de nuevo. Siempre puedo detectarlos rápidamente porque tiene la manía de rascarse la nuca con cierta fuerza. Se hizo una herida tan grande hace años que le ha quedado marca.
A veces me da por pensar que lo único que realmente necesitaba era un amigo que estuviera junto a él; si no, ¿cómo se explica que ya no le ocurra eso? No soy médico, pero digo yo que algo le habrá influido tener amigos.
—¿En qué piensas? Me gustaría saberlo —pregunté en tono amable y con suavidad.
—¿Ahora mismo?
—Sí.
Se tomó unos segundos para contestar. Es como si le costara encontrar las palabras. O quizás solamente le gusta mantener el suspense cuando le pregunto.
—En lo que haré esta noche.
—¿Y es…?
—Personal. Y no deseo que nadie me incomode con llamadas telefónicas para saber si estoy sufriendo una crisis. —Me miró de reojo. A veces creo que me paso llamándole y no le dejo su espacio.
—¿Una chica? —Mi curiosidad iba en aumento. Había abierto una puerta muy peligrosa con ese comentario.
—Sí —contestó secamente y sin ninguna emoción.
—¿De verda…? —Me interrumpió a tiempo, sellando mis labios con dos dedos. Cuando me hube calmado un poco, los apartó—. Perdón, es que me ha parecido muy fuerte y ahora me veo en la obligación de acribillarte a preguntas incómodas como haría cualquier buena amiga.
Él apartó la mirada y siguió caminando hacia las escaleras. Yo no paraba de mirarle, taladrando su cara con mis ojos a la espera de que quisiera contarme algo más. ¿Le estaré presionando demasiado?
—Sexo…
Su respuesta me obligó a detenerme. A pesar de haber pronunciado esa palabra con la misma sequedad con la que había dicho lo anterior, yo lo sentí como si lo estuviera gritando a los cuatro vientos. Su repentina revelación fue de un grado tan alto que me costó varios minutos asimilarla.
¿Había dicho… sexo? ¿Sexo de verdad? ¿O solo me estaba tomando el pelo? ¿Él, con sus reducidas capacidades sociales, había conseguido que una chica quisiera tener sexo? Y, lo más importante, ¿me lo había ocultado a mí? ¿¿A su mejor amiga??
Engel me miró. Seguramente esperaba a que dijera algo o a que me moviese mínimamente para seguirle el ritmo. Yo no era capaz de ver nada más a nuestro alrededor, salvo a él. Soy consciente de que abría y cerraba la boca levemente como para intentar decir algo, pero lo único que salía de mí eran balbuceos incoherentes.
Entonces él alargó la mano hacia mí, la deslizó suavemente por mi brazo hacia mis dedos y, con mucha delicadeza, me hizo seguir caminando despacio. No sé por qué, pero un escalofrío recorrió mi cuerpo al sentir aquello.
—¿Me estás vacilando? —Fue lo primero que pude expresar, aunque el tono pálido de mi rostro parecía no querer abandonarme.
—¿Te he mentido alguna vez? —Bajó varios peldaños junto a mí.
—Yo… Bueno, creo que no…, pero… es que nadie dice las cosas de esa forma tan directa.
—¿Soy como los demás? —Me miró a los ojos tras decirlo.
—No…, Angelito.
Durante el descenso no me soltó los dedos hasta estar seguro de que podía andar con independencia. Desde que estoy a su lado, siempre ha expresado silenciosamente su agradecimiento con ciertos detalles que para muchos pasan desapercibidos. El primer colgante con forma de lágrima que hice fue para él por esto mismo y siempre lo ha llevado en el cuello.
—No sientas lástima. Yo no la siento —concluyó él con el mismo tono que había empleado durante toda la extraña conversación.
—No siento lástima. Es solo que, sencillamente, me has cogido con la guardia baja.
—¿Esperabas una respuesta alejada del tema sexual aun tras haber mencionado, en primer lugar, que se trataba de algo personal que haría de noche y, en segundo plano, que giraba en torno a una chica?
Su lógica fue aplastante, casi robótica, pero era obvio que no estaba preparada