Elena Ibáñez de la Casa

Guerrero mestizo


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a mi actual acompañante. Lo cierto es que, aunque las mujercitas me llueven y me cubren de ofertas para ir con ellas al baile, mi chica especial aún no se ha atrevido a dar el paso y admitir su secreta atracción por mí.

      Y queda bien claro que siente algo. Cada vez que le dedico la mejor de mis sonrisas se enfurece, producto de su lucha interna contra su propio corazón. Hacerse la dura solo induce una atracción más intensa hacia ella. Sé que su pasión es tan ardiente como el mismo fuego que es capaz de emitir. Su carácter no hace sino potenciar mis hipótesis.

      Por desgracia, los dioses estaban hoy en mi contra y me impusieron una pareja no deseada, pero muy conocida: Eona Silverstein. Acaricié su cintura, tomé su mano en la mía y me dispuse a bailar.

      —Cuidadito, cariño. No vaya a ser que te enamores de mí —comenzó a decir alegremente.

      —A tu corazón has de atender solo tú, sol naciente. —Le seguí el juego—. No desearía tener que añadir tu petición de pareja a mi gran lista de espera.

      —¿Sol naciente? Menudo «piropo». ¿Se te ha ocurrido a ti solito? —Sonrió animada. Le estaba gustando esto.

      —¿Preferirías metáforas sobre verduras con tu tono de pelo? Me vuelvo especialmente picante durante el estío.

      Había ganado el primer asalto. Mi sarta de bobadas la había hecho reír, desvelando que no podía aguantarse más.

      —Deja de hablar así, que no te pega nada. Pareces sacado de otro tiempo.

      —Es cierto; no lo necesito. Normalmente, las mujeres caen a mis pies con solo devolverles la sonrisa. No tengo que molestarme en inventar piropos cursis.

      —A algunas mujeres les gustan los piropos cursis, pero realmente a ti no te pega nada ponerte a hacérselos a alguien. —Volvió a sonreír; esta chica es incapaz de mostrarse seria por un segundo—. Aunque no te vendría nada mal revisar tu empatía respecto a ciertos temas.

      —¿Temas? ¿Qué temas? —pregunté, haciéndome el tonto para que fuera ella quien lo dijera.

      —Lo sabes bien, querido.

      —¿Otra vez Jacky? —Puse los ojos en blanco—. Sois unas exageradas. ¿No sabéis encajar una bromita? Las feministas estáis todas locas.

      Seguimos bailando mientras conversábamos; aunque, francamente, habría preferido acabar en este preciso momento. Cuando se sacaban estos temas mi nivel de aburrimiento subía como la espuma. La defensa de las mujeres. ¿Qué clase de ofensa podría haber cometido yo? Son chistes que se han soltado desde siempre, pero ahora las chicas no aguantan un pique inofensivo.

      —Mira como tú solito has sabido a qué me estaba refiriendo —comenzó a decir—. Pero tranquilo, no pretendo hacer que cambie tu visión porque parece imposible. Me conformaré con que hagas un pequeño favor.

      —Bien. A ver, ¿qué quieres ahora, milady? —contesté desganado.

      —Intenta morderte la lengua cuando hables en público de Jacky. Bastante mal la tratan sus compañeros. —Dio un giro, impulsada por mi mano, alejándose de mí para volver a retomar la postura anterior.

      —¿Y por qué debería reprimir mi forma de ser? —probé para ver con qué me salía.

      La sonrisa de Eona se hizo más grande en cuestión de segundos, cosa que me produjo un leve escalofrío. Esta chica es imparable cuando se trata de conseguir algo de alguien.

      —¿Te lo digo?

      —Por supuesto. A menos que hayas desistido al darte cuenta de que lo que me pides es un absurdo.

      Soltó una leve risita, que no me gustó en absoluto, pero mantuve la mente fría. Seguramente se estaba haciendo la interesante y estaría tratando de rascar segundos para conseguir una mejor respuesta. O así me hubiera gustado que fuera…

      —Porque —comenzó a decir, arrastrando la palabra— sé que…

      Suspiré.

      —¿Vas a manivela, encanto? —contesté, producto de la impaciencia.

      —¿Quieres que lo diga en voz alta? —amenazó.

      —¿Crees que provocaría un impacto en los demás escuchar la tontería que te traes entre manos para amedrentarme? —Alteré levemente mi jovial tono de voz para demostrarle que me estaba cansando con su falso misterio.

      —Bueno, más de uno se giraría a mirarte —respondió—. Mejor dicho, en tu caso todo el mundo se giraría a mirarte.

      Me detuve en seco con hastío y la miré, entornando los ojos y enarcando una ceja, a la espera de que le diera la gana de desvelar el «oscuro secreto» que usaría como condición para que yo cerrara la boca en presencia de Jacky.

      —Espera, quiero sacar una foto de tu cara ahora mismo. —Buscó su móvil, pero la detuve rápidamente cogiéndole la muñeca y tirando de ella para que retornara a su posición anterior. Esto solo le provocó una risotada—. Está bien, está bien. Dejaré de hacerte sufrir. Acércate, que te lo susurro.

      —¿Te crees que soy tonto? —Seguiría con otra de sus bromitas.

      —De acueeeeerdo. —Se rindió al fin y bajó el tono de voz—. Sé que te gusta Jacky.

      Contuve todo sentimiento que pudiera desvelar la veracidad de lo que acababa de decir y, en su lugar, dejé que fluyera una burlona carcajada frente a ella. A pesar de que uno de los profesores me llamó la atención, instándome a que continuase con el bailecito, no demostré mucho interés, pero sí reanudé la danza al cabo de unos segundos.

      —Eres todo un personaje, Eona. —Traté de seguirle el juego, haciendo ver que estaba totalmente equivocada—. Cuando crezcas un poco más aprenderás a agudizar tu detector de parejitas.

      Ella no borró su expresión; parecía que nada la haría cambiar debido a que, durante los minutos que transcurrieron hasta que el timbre hubo sonado, siguió mostrando una amplia sonrisa de victoria sobre mí. Por supuesto, me mantuve encantador hasta el final para no darle indicios de que había acertado en el blanco.

      Algunas veces Eona tenía un don extraño para darse cuenta de a quién le gustaba quién o si entre dos personas saltaban chispas y, aunque en el fondo ardía en deseos de que Jacky se diera cuenta de que realmente estaba colada por mí, no era algo que de momento me apeteciera que fuera de dominio público. Obligarla a que lo admitiera tampoco parecía una opción viable.

      —Bueno, ¿nos vamos ya? —comentó de repente. Tanto tiempo esperando a que se acabase la hora y cuando llega el momento no me doy ni cuenta.

      Tras echar un vistazo rápido al reloj, me separé de ella. Eona, sin embargo, no movió un solo músculo; parecía que estaba esperando algo de mí que, obviamente, no recordaba.

      —¿Y bien? —comenzó a decir.

      —¿Y bien qué?

      —¿Harás lo que me has prometido?

      Lo acabé evocando en mi mente. El dichoso temita con Jacky.

      —Sí, sí. Y todo lo que tú quieras —respondí con desgana—. No te conviertas en una de esas pesadas; tienes tu chispa.

      Mis compañeros se movilizaron rápidamente, entre gritos de alegría. Algunos me zarandearon al tiempo que gritaban por su libertad y confieso que no pude evitar unirme al jolgorio. Me dejé llevar de tal forma que cuando quise darme cuenta estaba en la puerta principal del instituto, cantando y haciendo planes con ellos para celebrarlo esta noche. No es para menos: suelo ser el alma de la fiesta.

      Aunque en algunos leves casos prefiero estar con el grupo de siempre. Todos tienen sus cosas, pero al ser como yo, medio lumen, hay algo que conecta a veces. Pero no pienso admitirlo jamás estando sobrio.