débil y frágil que sería incapaz de llegar a algo más con una persona ajena a nuestro grupo de amigos. De hecho, no es que se lleve de diez con todos precisamente debido a su difícil carácter.
—Lo siento.
—No me has ofendido, Eona —respondió él—. Nunca entenderé tu imperiosa necesidad de complacerme por mi condición. No soy como los demás, pero si eso conlleva que actúen de manera transigente conmigo, como si fuera un inválido infante, entonces prefiero estar exento de falsas compañías.
De nuevo, resultaba muy lógico.
—Lo sient… —Volvió a interrumpirme con el mismo gesto que empleó la vez anterior para silenciarme.
—Eona Silverstein —dijo mirándome a los ojos con infinita seriedad, alargando cada palabra, cada sílaba en sus labios antes de pasar a la siguiente—. No me has ofendido.
Y tras esto sonrió con brevedad.
[1] Engel: Segundo nombre de Jin.
3
Error fatal
Jacqueline Edwys Espen
Enjugué mis lágrimas, me puse con cuidado las lentillas color marrón para disimular el intenso tono naranja de mis ojos y me miré al espejo del baño. De nuevo me encontraba llorando por las pullas que lanzaban contra mí los chicos de mi propia clase, mis supuestos compañeros, a quienes debía respetar.
La apretada camisa blanca reglamentaria me oprime demasiado el pecho. ¿Acaso piensan que me desabrocho los botones para provocarles? No. Ellos solo ven un par de tetas asomando de forma sugerente para calentarles el cuerpo. Ellos nunca se ponen en mi lugar. ¡Ni siquiera las chicas lo hacen!
Golpeé tan fuerte el lavabo con los puños que el sonido retumbó en cada azulejo que componía las paredes del baño. Mi larga falda azul marino se meció por el brusco movimiento. Sí, mis amigos estaban de mi parte; pero eso, en lugar de mejorar las cosas, acaba empeorando mi situación debido a que creen que necesito la protección de otros para defenderme. Y tal situación solo les provoca querer encontrarme a solas en un pasillo y…
Otro golpe puso fin a mis negros pensamientos y me encaminé hacia la puerta, dispuesta a afrontar la última clase para salir de este infierno al que llaman instituto. Una hora más y se acabó hasta el año que viene.
A pesar de saber que mi hermano se hallaba al otro lado, no me contuve y la abrí con brusquedad. La gente debía ver mi lado más duro o este maldito acoso no se acabaría nunca, pero lo único que recibí fue un silbido de alguien que se había fijado en cómo se movían mis pechos por el violento gesto.
Tim se echó atrás, dando un salto por la sorpresa, y reprendió silenciosamente a quien me había silbado con un claro gesto de desaprobación, pero yo fui más lejos.
—¿¿Qué coño miras, gilipollas?? ¿El porno no te da suficiente para meneártela o es la falta de neuronas?
El niñato simplemente pasó de largo y corrió escaleras abajo. Tendría apenas doce o trece años de edad y su conducta ya era deplorable; es más, lo había reconocido porque iba a la misma clase que Ryu.
—Jacky… —empezó a decir Tim, pero en seguida le interrumpí, antes de que me echara más tierra encima con su conducta de hermanito mayor.
—¿Qué? La gente despreciable merece un trato despreciable.
Caminé con paso ligero mientras él se ponía a mi altura y bajamos varios tramos de escaleras en relativo silencio. Digo relativo porque mientras él intentaba por todos los medios que soltara prenda sobre lo que me habían hecho para acabar así, yo le respondía con un silencio permanente. ¿No pillaba la indirecta de que haciendo eso solo consigue perjudicarme?
Justo cuando iba a desistir y desviarse para ir a la que consideraba que sería su nueva aula, le cogí de la muñeca.
—Clase de Gimnasia, Tim, no de Química.
—Ah, sí… —No le resultó extraño que me supiera su horario, pero a los pocos segundos de redirigir sus pasos sí le llamó la atención que le acompañase—. Tú… ¿vas a acompañarme? ¿No vas a ir a la última hora?
—Tim, nos toca clase juntos. Los profesores de tu curso, el mío y el siguiente al tuyo han decidido dar la última hora en Gimnasia para que no sea tan cargante —le expliqué en tono serio—. Nos han mezclado.
—¿Nos juntan?
—¿No prestas atención en clase o qué?
—No es eso. Es que Eona me había tirado una bola de papel y… —Suspiró—. Da igual. Supongo que el calor me está derritiendo las neuronas.
Sacó de su pequeña mochila una botella de agua bien fría y dio varios tragos. En verano siempre lo pasa bastante mal… y a veces llego a preocuparme de verdad si no consigue mantener una temperatura baja.
—Estás sudando mucho. Creo que deberías irte a casa, Tim —le sugerí—. No te conviene ponerte a hacer ejercicio ahora.
Él me miró con sus ojos índigo tirando a morado y sonrió, seguramente agradecido de ver que mostraba interés en su estado o de que le hablara tras el incómodo incidente del baño.
—Es la última clase y quiero compartirla con todos vosotros, aunque me da lástima que Ryu no pueda estar. Para una vez que tenemos esa suerte y se lo va a perder.
—No entiendo cómo puede gustarte este antro. Además, ¿qué tiene de especial que estemos juntos en clase si nos vemos mil veces los fines de semana? ¿Y se te ha olvidado que a los de doce años los sueltan antes? Seguramente, Ryu nos esté esperando fuera con un helado en la boca.
—Puede que tengas razón, pero yo no lo veo así. Llámame tonto, pero me hace ilusión estar con todos vosotros pasando calor. —Sonrió de nuevo, bromeando—. Vamos, no me equivocaré de camino esta vez.
No le di más vueltas. Estaba claro que jamás íbamos a coincidir en esto porque él no veía las cosas del mismo modo que las percibo yo. Casi pareciera que adora ir a clase.
Al llegar al enorme gimnasio localizamos en seguida a Shad, Dannel, Manu y Jake. Parece que Eona y Jin se retrasarán de nuevo. Ellos esperaron a que nosotros nos acercáramos. Aún faltaban tres minutos para que comenzara oficialmente la clase, aunque más que eso parecía una reunión de amigos que se juntan para jugar a la pelota.
Dannel nos saludó con un simple gesto de cabeza y Shad se apresuró a preguntar por mi estado. Sus vívidos y enormes ojos, rojos como la sangre por las lentillas que usaba, se clavaron en los míos con creciente preocupación.
—¿Todo… bien? ¿Estás…? —Metió la mano en uno de sus bolsillos en busca de un pañuelo y me lo ofreció gentilmente.
Su reacción ya era familiar debido a que, como íbamos a la misma clase, sabía el punto de crueldad que alcanzaban las hirientes palabras de los otros chicos. Es más, él también ha sufrido mucho bullying de su parte por culpa de sus delicados y afeminados rasgos físicos. Solo por eso le permito este tipo de conductas. No quiero parecer antipática a ojos de mi hermano, pero él no sabe de lo que habla cuando me dice que entiende por lo que estoy pasando porque nunca le ha ocurrido nada parecido. Nunca le han llamado «maricón de mierda» o «la puta de esquina», pero eso no implica que desee que le ocurra algún día.
—Gracias, Shad. Estoy bien. —A pesar de mostrarme serena, le cogí el pañuelo que tan cortésmente me había ofrecido y lo guardé en el bolsillo de la camisa. Realmente, no puedo creer cómo pueden existir chicos de quince años tan desagradables y chicos de la misma edad