Elena Ibáñez de la Casa

Guerrero mestizo


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chica que no conocía de nada. Creo que es de la clase de Jake porque se la ve mayor. Tiene un estilo muy gótico y marcado a pesar de que nos obligan a llevar el uniforme escolar.

      Una vez emparejados, nos estuvieron enseñando cómo ir llevando a nuestros respectivos. En mi caso, según los protocolos, tenía que dejarme llevar. Típico por ser la chica. Y, obviamente, a Shad también le tocó serlo. Creo que me molestan en exceso los temas relacionados con los roles de género. Han hecho bastante daño a la sociedad.

      Aunque en este caso… no me quejo demasiado.

      Jake colocó su mano izquierda en mi cintura y estoy segura de que debió de notar lo rígida que estaba en ese momento, pero no hizo ningún gesto o pregunta. Por mi parte, no sabía dónde meterme. Deseaba —y a la vez no— que esto estuviera pasando. Había demasiada gente y me costaba entender lo que tenía que hacer porque era incapaz de prestar la más mínima atención a nada que no fuera él.

      Levanté la mano, dubitativa, y la moví un poco hacia su cintura. Luego retrocedí y la dejé en el aire.

      —¿Dónde…? ¿Dónde tenía que poner la mano? —conseguí decir, pero mis palabras seguían sonando tontas—. Es que… es tan aburrido que no presto atención.

      —Dame la mano. —Se la ofrecí tras su petición y la colocó en su hombro con un gesto no muy elegante. Supongo que no puede evitar tener ciertas maneras algo bruscas. Al fin y al cabo, trabaja en el campo.

      Pero no es algo que me importe. Realmente, puedo pasarlo por alto si tengo en cuenta lo más importante de él: su noble carácter, su sentido de la justicia y… sus preciosos ojos.

      Mi mano se acomodó suavemente a la curvatura de su musculoso cuello tostado por el sol mientras la otra buscaba la suya para que la cogiese, tal y como nos estaban indicando. Lo hicimos tan despacio que por un momento pensé que él también podría estar nervioso, pero ese pensamiento se esfumó de mi mente tan rápido como hubo aparecido. Jake jamás perdía los nervios por cosas como esta. Seguro que, a sus ojos, yo estaba haciendo el ridículo… y aún nos quedaba una larga hora por delante.

      Una música lenta marcaba el paso que debíamos seguir. Doy gracias de nuevo a mi afinidad con el calor porque lo que menos necesitaba era una fina capa de sudor que perlase mi frente delante de él mientras tratábamos de bailar como patos mareados. Él me pisó un par de veces, con sus consiguientes disculpas. Cuando quise darme cuenta, me fijé en que estaba más pendiente de mirar sus propios pies que de mantener un posible contacto físico o de hablar sobre cualquier tema para que el tiempo fluyera más rápido.

      —Es… En realidad, es sencillo. Un vals de tres pasos —comencé a decir—. ¿Te…? ¿Te enseño?

      —No valgo para este tipo de tareas —fue todo lo que contestó.

      —¿Tareas? ¿Ves esto como una tarea? —pregunté extrañada.

      —Todo en sí es una tarea. Y esta no se me da bien. Te advierto de que vas a recibir más pisotones.

      No pude contenerme; una leve risa escapó de mis labios mientras me llevaba una mano hacia la barbilla. Por primera vez desde que empezamos a bailar conseguí que me mirara a los ojos tras mi muestra de hilaridad. Y yo preocupada por si se daba cuenta de lo torpe que estaba siendo a la hora de tratar con él.

      Por desgracia, parece que se lo tomó a mal por cómo me estaba mirando, así que intenté rectificar. Lo que menos quería era humillarle, ni muchísimo menos. Él detuvo la danza en seco.

      —No, por favor. No pienses que me estoy riendo de ti. Es solo una tontería que tenía en la cabeza. De verdad que no me estoy burlando. Yo jamás podría mofarme de ti, Jake. Es de mal gusto. —Le miré, casi suplicante. No quería que se enfadase.

      —Acabas de…

      —Sí —le interrumpí—, pero te prometo que no es por ti. Lo juro por lo que más quieras. Por favor, déjame enseñarte. Verás como en seguida le pillas el truco.

      Accedió en silencio, pero no borró esa expresión de infinita seriedad. Creo que he metido la pata. ¿Por qué demonios me habré reído? Se lo ha tomado mal… Seguro que no me perdona…

      —Lo siento, Jake. Por favor, olvidemos esto.

      —Está olvidado.

      —¿Seguro? Es que me miras con una cara que… —No llegué a terminar la frase por puro nervio.

      —Enséñame para que podamos acabar la tarea.

      Agaché un poco la cabeza y puse de nuevo la mano sobre los fuertes músculos que trenzaban su cuello. Nada más empezar ya había fracasado. Acababa de desperdiciar una oportunidad de oro para tratar de acercarme más a él de alguna forma satisfactoria. Por mucho que ardiera de ganas por saber más cosas, debía morderme la lengua. Mi momento pasó durante los segundos en los que estaba riéndome como una estúpida.

      Poco a poco fui explicándole cómo dar los pasos y dónde colocar los pies para que fuera cogiendo el truco. Me sorprendió descubrir lo duro de oído que resultó ser para el ritmo musical. Por mi parte, yo estaba muy familiarizada, ya que toco el piano; de modo que, aunque no estaba prestando especial atención a las explicaciones, no me costó adaptarme a aquella melodía.

      A pesar de las dificultades que presentaba para este tipo de «tarea», Jake no se daba por vencido por mucho que fallase en el mismo paso. Otro rasgo más que admiro de él: persevera hasta conseguir su objetivo, por muy difícil que sea.

      —Vas mejor… Un poco más de práctica y podremos irnos a casa.

      No contestó. Estaba muy concentrado en controlar sus movimientos hasta poder ser capaz de moverse sin mirar constantemente al suelo. ¿Sería así para todo? Si el día de mañana se enamorase, ¿lo vería también como una simple tarea? Debí haberle preguntado cuando tuve la ocasión.

      [2] Itsu: Cuándo, en japonés.

      4

       Libres como el viento

      Mannel Desmond Faulkner

      ¡Menudo aburrimiento! No podría haberme tocado una pareja más pesada. ¿O sí? De todas formas, prefiero no averiguarlo. Es, sin duda, la chica más sosa que he conocido en toda mi vida. Ni siquiera la salva el hecho de que esté tan buena.

      Miré de reojo el reloj de la enorme sala un par de veces y el tiempo parecía querer gastarme una bromita pesada. Las manillas avanzaban tan despacio que casi era imperceptible incluso a mis ojos lumen. Tan enfrascado estaba en mis propios pensamientos que no me daba cuenta de las cosas que esta cargante chica me estaba preguntando.

      —O… oye, ¿me estás escuchando? —acabó diciendo.

      —¿Mmm? —La miré por fin.

      —Llevas todo el rato callado y mirando a los demás. ¿Es porque estás nervioso? —Me sonrió, mostrando unos dientes perfectos tras sus labios de color rosa suave.

      —¿Te soy sincero o prefieres el misterio? —Le devolví la sonrisa de una forma que resultaba encantador a ojos de casi cualquier mujer. La reacción de sus mejillas me informó de que había surtido efecto.

      —Oh, me… me gustaría conocerte… —respondió ella con infinita timidez.

      —No lo creo, preciosa. Si llegaras a conocerme, me odiarías de por vida.

      «Me odiarías porque te encuentro terriblemente aburrida, pero, claro, no puedo decirlo a viva voz porque entonces sería un impresentable», pensé para mí mientras paseaba de nuevo la mirada por la enorme estancia. Fue muy cómico ver las reacciones de Jake ante sus propios yerros y cómo estos hacían sufrir a