Margarita Norambuena Valdivia

El Zodiaco


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y yo abrimos nuestros ojos asombrados, observando a Escorpio con preocupación, pensando que nos encontrábamos frente a un impostor, pero medio segundo después Escorpio se echó a reír contagiándonos a nosotros.

      Eran cerca de las ocho de la mañana cuando llegamos al teatro principal y tal como Escorpio había dicho: con nuestra destartalada camioneta llamábamos bastante la atención, éramos ruidosos y vistosos. Aunque claro, los residentes del primer círculo eran personas tan importantes y ocupadas que no gastaban más de un par de segundos en nuestra presencia. Quizás una o dos de ellas llamó a las fuerzas de orden para informar que algo sospechoso sucedía, qué sé yo, jamás iba a entender a esta gente.

      — ¡Y… llegamos! —anunció sonriente Escorpio al estacionar frente a la entrada de la bodega, la cual ahora, con luz de día, se apreciaba como un contenedor de acero de un descolorido color rojo.

      — ¡Manos a la obra! —Acuario desbordaba energía. Sin esperar alguna clase de señal, descendió de la camioneta para aproximarse a la parte trasera y retirar una escoba, un trapeador y una pala, instrumentos que Escorpio se había asegurado de cargar antes de comenzar nuestro viaje.

      — ¡Yo pido la pala! —salté fuera de la camioneta y la cogí de las manos de Acuario.

      — Entonces tú recoges lo que dejó Cáncer. — Escorpio me observó con malicia mientras tomaba el trapeador de manos de Acuario. Yo me giré hacia Escorpio horrorizada: nada más recordar aquel amasijo de carne se me revolvía el estómago.

      — Ugh… olvídalo, cambiemos, tú usa la pala. —sin esperar su permiso, cambié de herramienta con él, quedándome a cargo del trapeador.

      Una vez definidas nuestras funciones nos acercamos a cumplir nuestro trabajo. En cuanto Acuario abrió la puerta de acero nos pusimos en alerta. Era ya una conducta condicionada, se habían acabado los juegos y debíamos empezar una misión, no importaba si era la misión más simple y segura de todas, era un trabajo y como tal merecía respeto y seriedad.

      Acuario, Escorpio y yo cruzamos miradas con complicidad, poniendo especial atención a nuestro entorno. No necesitábamos intercambiar palabras para comunicarnos o ponernos de acuerdo, cada uno conocía a la perfección su rol y lo ejecutaba con maestría.

      Todos habíamos visto y escuchado las noticias hace un rato y sabíamos que las fuerzas de orden habían estado por aquí, pero no sabíamos si se habían retirado por completo.

      Las fuerzas de orden actuaban como policías, eran parte de la rama inferior de la FUSEN, nuestra fuerza de seguridad nacional principal. Las fuerzas de orden patrullaban, monitoreaban el tráfico o resolvían disputas domésticas, en ocasiones, como la que nos importaba en esos momentos, cooperaban en investigaciones con algún gremio.

      Luego de una rápida inspección visual, Acuario ingresó seguido de Escorpio, cada uno asegurando su sector de la habitación, Acuario el derecho y Escorpio el izquierdo, yo ingresé segundos después, haciendo un análisis general, buscando indicios de alguna presencia externa o de algún peligro. Un sutil hedor a orines de gato inundaba el lugar.

      Supongo que, al estar abandonada, la bodega era blanco fácil como escondite para animales callejeros o mascotas que salían a dar un paseo nocturno. Yo no recordaba que anoche apestara de este modo, pero, por otro lado, anoche no podía pensar en nada más que no fuera rescatar a Virgo y saldar cuentas con los 3R, por lo que pude haber pasado por alto cualquier otro estímulo sensorial.

      — Agh… ugh… ¿qué peste es esta? —se quejó Acuario, haciendo arcadas tras abrir la puerta que llevaba a la segunda habitación de la bodega.

      — Creo que es algún tipo de ácido, no estoy seguro. —Escorpio se cubrió nariz y boca con el antebrazo izquierdo y se quedó cerca de la puerta observando el lugar, evaluando las opciones y trazando teorías o planes de contingencias, supongo.

      Sabiendo que no había peligro inminente, pasé por el lado de Escorpio para saber por qué él y Acuario reclamaban tanto.

      — Agh… quien sea que haya limpiado se excedió con los químicos. —me quejé, también atorada debido al olor a amoniaco y cloro que cargaba el aire del lugar.

      Respirar con normalidad o sin tener deseos de devolver nuestros desayunos se volvió una tarea muy difícil. Tal parecía que no habíamos sido los únicos con la idea de limpiar: alguien había llegado primero y se había deshecho de los cuerpos, dejando la solitaria silla de madera en medio de la sala y nuestro mensaje escrito en la pared del fondo.

      — Rayos… creo que voy a vomitar. —Acuario regresó de forma precipitada a la sala anterior para poder respirar un poco de aire fresco.

      — Yo digo que es misión cumplida. —Escorpio, el único astuto que no ingresó por completo a la habitación, esperó a que yo saliera y volvió a cerrar la puerta, encerrando el hedor nauseabundo y sofocante en su interior.

      — Yo voto por tomarnos la mañana libre. —propuso sonriente Acuario, quien se encontraba en una esquina, inclinado con las manos apoyadas en sus rodillas y la respiración agitada, tratando a toda costa no devolver su muy reciente desayuno.

      — ¿Pero no les parece extraño? —les pregunté siguiéndolos a la salida, jugueteando con mi trapeador.

      — ¿El qué? —Acuario estaba más preocupado de mantenerse erguido que de prestarme atención.

      — Pues el que alguien limpiara todo. —Acuario cruzó miradas conmigo pensando al respecto.

      — A mí me da igual. —Escorpio cargó la pala sobre los hombros y empujó la puerta entreabierta de una patada.

      — Oh… —oímos de pronto la aguda voz de una mujer en el exterior. —Entonces sí va a ser cierto que fueron lo suficiente bestias como para regresar a la escena del crimen.

      — ¿Qué? —preguntamos los tres casi al mismo tiempo, Acuario y yo asomándonos por los costados de Escorpio, quien se encontraba en esos momentos bloqueando la puerta de entrada.

      Ante nosotros se encontraba una niña de un metro cincuenta, la altura de Piscis, podría decir que quizás un par de centímetros más baja, vestía una blusa manga larga, un corsé y una falda larga, todo de color negro, al más puro estilo gótico-victoriano.

      — ¿Hola? —saludé sin comprender muy bien quién era la chica.

      — ¿Qué quieres? —el tono cortante Escorpio me confundió, bajó la pala de sus hombros y frunció el ceño.

      — ¿Yo? Nada. —la chica dio media vuelta ofreciéndonos la espalda, llevaba el cabello teñido de azul y sujetado en dos moños a sus costados.

      Al oírla hablar de nuevo me di cuenta de que no se trataba de una niña, se sentía como una persona bastante madura a pesar de su apariencia.

      — Pero el jefe tiene cuentas que arreglar. —comentó mientras volvía a observarnos de frente, esta vez apuntándonos con un revolver rojo.

      — ¡Rayos! —fue instintivo, ni siquiera lo pensé, solo sabía que no íbamos armados ni preparados para un enfrentamiento con armas de fuego.

      La chica, de una hermosa mirada de ojos dorados (no estoy segura si aquel era su color natural o usaba alguna clase de lente de contacto) nos dedicó una gran sonrisa al tiempo que jalaba del gatillo. Sus ojos sonreían de modo tal que me hacía cosquillear de forma desagradable la base de la nuca. Solo una vez había visto una sonrisa así de sádica: en Escorpio; cuando se autoproclamó como el jefe de interrogatorios del Zodiaco.

      Ni Acuario ni yo supimos qué hacer, Escorpio aún se encontraba bloqueándonos el paso y, por fortuna, reaccionó con prontitud y blandió la pala ante él, provocando que la bala rebotara en el metal de la herramienta. Cuando se vio libre del proyectil le dedicó una ufana sonrisa a la chica.

      — ¡Ja! Fallaste, petisa. —Escorpio parecía estarse divirtiendo con todo esto, como si se tratara de su juego favorito.

      La desconocida