Santiago Roncagliolo

Diario de la pandemia


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Una cuarentena verde

      Orlando Mazeyra Guillén

       Noticia de mis cosas

      Ana Laura Magis Weinberg

       Andar a tientas en la oscuridad

      Eduardo Cerdán

       Capitalopandemia

      Alberto Navarro

       Hora de comer

      Estefanía Ibáñez

       Semblanzas

       Aviso legal

      El Diario de la pandemia se escribió durante los primeros meses de zozobra y confinamiento que experimentó el mundo entero tras la propagación del coronavirus. Todos los días, desde finales de marzo hasta el 30 de junio, más de 100 escritores mandaron a la Revista de la Universidad de México estos textos urgentes e inmediatos donde expresaban su angustia, su desazón, sus observaciones acerca del periodo extraordinario y oscuro por el que atravesamos, para que los publicáramos en la versión digital de nuestra revista.

      Este libro reúne ensayos tan lúcidos y elocuentes como “Del verbo tocar: Las manos de la pandemia y las preguntas inescapables”, firmado por la mexicana Cristina Rivera Garza, hasta testimonios de honestidad lacerante como “La ansiedad”, de la argentina Mariana Enriquez. Se trata de una serie de ventanas a distintas ciudades —como Buenos Aires, Sevilla, Montreal, Berlín, Managua, Estocolmo, México, París, Bogotá y Saltillo, entre muchas otras— desde donde escritores de diversas edades, lenguas y culturas contaron sus experiencias ocurridas desde lugares secuestrados por el dolor y el miedo. Agradecemos a todos ellos haberse tomado el tiempo y el esfuerzo para contribuir a esta obra conjunta que dejará un testimonio revelador. También agradecemos a los autores espontáneos que, inspirados por estas contribuciones cotidianas, sumaron su voz desde la sección “Balcones”, creada con el propósito de que ninguna vivencia quedara excluida de esta obra colectiva.

      Nuestro deseo es que este libro contribuya a que nunca se olvide lo que aprendimos durante este periodo. Si la pandemia nos ha enseñado algo es lo importante que resulta para los seres humanos estar cerca unos de otros, el dolor de la lejanía y la responsabilidad que cada uno tiene sobre la desgracia y el bienestar de los demás. Sólo los esfuerzos conjuntos podrán garantizar nuestra sobrevivencia y —esperamos— el tránsito hacia un mundo más igualitario y más consciente.

      —Guadalupe Nettel

      Tiempo de virus

      Jorge Volpi

      La peste pasará, los libros en el tiempo amarillo

      seguirán tras las hojas de los árboles.

      Eugenio Montejo

      1. Contagio

      Un fantasma recorre el mundo, el fantasma del apocalipsis viral. Pocas metáforas han alimentado tanto los miedos del siglo xxi como aquellas derivadas de la biología y en particular de la epidemiología. De pronto, los complejos nexos que hemos ido descubriendo en todos los ámbitos en estos azarosos y desconcertantes tiempos de capitalismo tardío parecen necesitar de este lenguaje para explicar sus desafíos. Decenas de series y películas —de Contagio, de Steven Soderbergh a Doce Monos, de Terry Gilliam, pasando por todo el orbe de zombis que va de The Walking Dead a Guerra Mundial Z— han retratado este pavor que ahora por fin parece encarnarse en la epidemia del nuevo SARS-CoV-2.

      Medio vivos y medio muertos, los virus, formados con trozos de material genético recubiertos por una membrana y cuyo único objetivo parece ser reproducirse enloquecidamente, se han convertido en nuestra más grande amenaza, pero también en nuestro mayor anhelo. Trasladándolos del ámbito de las ciencias naturales a la informática, les hemos dado su nombre a esos programas malignos que desquician nuestros aparatos tecnológicos y decimos que se vuelve viral cualquier información que de pronto estalla en redes sociales. También a las células terroristas y a los migrantes hemos querido tratarlos como virus, elementos patógenos que llegan a nuestros países con el único objetivo de invadirnos.

      Nuestros mayores enemigos se comportan como virus, están allí, agazapados en algún lugar, hasta que de pronto —como el coronavirus que salta de un murciélago y un pangolín a un humano—, paralizan medio mundo. Virus y zombis, los dos emblemas de nuestra época. El elemento externo que nos inocula desde dentro y los monstruos en los que nos transmutamos: seres desprovistos de voluntad, medio vivos o medio muertos, incapaces de tomar decisiones, obsesionados únicamente con devorarnos unos a otros. Algo semejante a lo que nos ocurre a diario en las redes sociales, donde nos convertimos en estos mismos caníbales descerebrados.

      2. Covid-19 y sus metáforas

      Miedo al otro. Pánico a las multitudes y a las aglomeraciones. Individualismo exacerbado. Desconfianza hacia las autoridades. Teorías de la conspiración sobre el origen de la pandemia. Teorías de la conspiración sobre el número de infectados. Recuento diario de enfermos y muertos, como en una guerra. La guerra como estrategia política. Fascinación morbosa ante la curva epidémica. Falta de información. Exceso de información. Y, por supuesto, el encierro. Cada uno en su propio país, en su propia ciudad, en su propia casa. Confinamiento voluntario y luego obligatorio. Estados de emergencia y excepción. Fronteras clausuradas. Suspensión de vuelos. Aislamiento frente al resto del mundo. Nacionalismo como legitimación de las medidas extremas. Xenofobia. Expulsión de los extranjeros. La calle como peligro. El mundo virtual como única conexión con el exterior. Aburrimiento, acedia, apatía, depresión. Aumento de la violencia intrafamiliar, de la violencia de género y del abuso infantil. Nuevas formas de convivencia.

      Como advertía Susan Sontag en su visionario La enfermedad y sus metáforas (1978), que daba cuenta de la forma de referirnos a los afectados por la tuberculosis y el cáncer, y posteriormente en su El sida y sus metáforas (1989), lo peor que podemos hacer ante un padecimiento clínico es asociarlo con el carácter de quien lo sufre. En vez de ello, deberíamos pensar que cualquier enfermedad, como la producida ahora por el SARS-CoV-2, es sólo eso y no un cúmulo de imágenes que nos llevan a actuar frente a ella y quienes la padecen a partir de nuestros prejuicios. La tarea de reducir a su carácter puramente científico este nuevo coronavirus se torna, sin embargo, ilusoria. Tan misterioso como amenazante, tendemos a antropomorfizarlo, a cubrirlo de significados y luego, de modo irremediable, a politizarlo al extremo.

      En este ambiente, florece el miedo y en particular el miedo hacia los otros. Y si esos otros son un poco distintos, extranjeros en particular, más aún. A fin de cuentas, el virus ha llegado hasta nosotros desde la remota China traído por viajeros irresponsables: es un mal que, como quiso insinuar Trump, viene de fuera para despedazarnos por dentro. La distancia social para evitar el contagio se transmuta en cuarentena —otro término lleno de connotaciones apocalípticas—, cerramos nuestras fronteras creyendo que esa medida va a protegernos y, entretanto, desconfiamos de todo lo que se nos dice. El covid-19 nos lanza hacia una nueva era, aún incierta y desasosegante que nos transformará a todos, por unos meses, en hikikomoris. Seres obligados a pensarnos de nuevo en este largo viaje alrededor de nuestros cuartos.

      3. Distopía

      A fuerza de imaginarla, de ver o leer historias de asteroides mortíferos, invasiones alienígenas, inundaciones o sequías, simios o robots rebeldes, misteriosas epidemias, por fin vivimos una distopía. Un virus desconocido que se extiende por el mundo como el fantasma de Marx —con mayor efectividad— decidido a destruir las sociedades que hemos amalgamado en los últimos