que se puede descubrir sólo cuando no hay ego.
Zen significa dhyana, zen significa meditación. La palabra en sí proviene de dhyana. Tiene su origen en la India; el Buddha lo llamó dhyana. Luego Bodhidharma se lo llevó a China; en China se convirtió en Chan. Luego de China pasó a Japón; allí pasó a ser zen. Zen significa dhyana. Y dhyana quiere decir meditación.
No puedes ser un experto en meditación, porque tú eres la barrera. Sueltas y la meditación aparece. Por favor, no entres, y tendrás meditación. Si entras, te conviertes en la perturbación.
Y recuerda, tal como te decía, que sólo entras cuando estás escindido. El ego sólo aparece cuando estás dividido. Necesitas un ego para realizar la conexión entre las partes divididas de tu ser. Necesitas un eslabón, de otro modo tu voluntad se vendría abajo.
El ego es el eslabón, el vínculo, entre tus dos partes, diametralmente opuestas. Consigue mantenerlas juntas en una especie de fardo. Es la soga que las ata, el vínculo entre ellas, la cadena que logra mantenerte unido. De otro modo te vendrías abajo. Serías como un tentetieso roto, y no habría nada que pudiera volver a enderezarte. Se necesita el ego. Es la cuerda que te ayuda a permanecer unido de alguna forma. Una vez que estás unido, ya no se necesita la cuerda. Una vez que eres uno, no necesitas el ego. Eres, pero no hay “Yo” en ello. Eres; eres perfectamente, pero sin “Yo” en ello. “Yo soy” es una tensión. ¿Te has fijado? En algunos momentos también sucede ese milagro; incluso te pasa a ti. Te enamoras de alguien y el amor te proporciona una oportunidad para juntarte. De repente no hay “yo soy”; de repente eres, sin el “Yo”, una infinita vastedad, un ser incorrupto, una totalidad indivisa.
O de repente, un día, al observar la puesta de sol, la belleza resulta tan tremenda que te tornas uno. O un día, escuchando música, cantando o bailando, de repente bailas tan deprisa que no puedes mantener la idea de que tú eres. Te mueves con tanta rapidez que te vuelves total.
Corre deprisa y observa; baila deprisa y observa; gira deprisa y observa; de repente, la acción resulta tan total que se apodera de ti. Cae el ego.
Date Jitoku, un excelente poeta de waka, quería ser experto en zen.
Ahí es cuando empieza el viaje equivocado. No puedes ser un experto en zen. Debes dejar que el zen tome posesión de ti, pero tú no puedes tomar posesión de él. No se trata de dominar una capacidad, ni tampoco es una técnica en la que ser experto. Es tu propio ser: es dejarte poseer por él. Es tu totalidad.
Con eso en mente concertó una cita con Ekkei, abad de Shokokuji, en Kioto.
«Con eso en mente…» Si llegas ante un maestro con algo en la mente, nunca llegas. Si llegas a mí con algo en la mente, no acabas de haber llegado. Has viajado, pero no has venido. Sigues viajando; no has llegado. Si llegas con nada en la mente, has llegado. Entonces estás cerca de mí.
Con nada en la mente, la mente desaparece, porque la mente sólo puede estar si hay algo en la mente. La mente no puede existir sin el contenido. La mente no es más que la suma de los contenidos. Si los contenidos desaparecen, la mente desaparece.
Si llegas a mí con algo en la mente… Como que has de lograr algo, que has de ser alguien, si persigues algún ideal, si crees que has de satisfacer alguna imagen… Entonces no me encuentras. No me encuentras para nada. Sólo hay una manera de estar conmigo: ven sin nada en la mente, para así estar abierto, de manera que puedas abrirte a todas las cosas. Si tienes algo en la mente, no estás abierto a todo. Estás cerrado.
Con eso en mente concertó una cita con Ekkei…
Ekkei era uno de esos maestros raros. Ya verás por qué digo raros.
Jitoku fue al encuentro del maestro lleno de esperanzas…
Sólo debes ir a ver a un maestro cuando todas tus esperanzas hayan fracasado. Estar lleno de esperanzas es estar en el mundo. Un hombre que sigue viviendo con esperanzas sigue viviendo en el futuro, en el mañana. Un hombre que por fin entiende que todas las esperanzas son vanas, que no conducen a ninguna parte, puede ir a ver a un maestro.
No se trata de que se vuelva desesperado, porque si te sientes desesperado simplemente significa que sigues esperando. La desesperanza es la señal de una mente que sigue esperanzada.
Cuando se suelta de verdad la esperanza, cuando de repente no tienes esperanza –no estás desesperanzado, sino simplemente sin esperanza, sin desesperanza–, entonces eres. Con la desaparición de la esperanza, desaparece el futuro. El futuro no es más que la extensión de la esperanza. El futuro es un proyecto de esperanza.
Jitoku fue al encuentro del maestro lleno de esperanzas, pero en cuanto entró en la habitación recibió un estacazo.
El maestro hizo bien. Ni siquiera pudo pronunciar una sola palabra, todavía no había preguntado nada, y ya le habían atizado bien. Cuando llegas con esperanzas, ésa es la única manera de traerte al momento. Si te zurro fuerte en la cabeza, al menos durante un momentito, estarás aquí. De otro modo estás en el futuro. Los maestros zen has estado zurrando a sus discípulos por pura compasión.
Una vez que empieces a entenderme, te zurraré. Ahora mismo sé que no entiendes; simplemente escapas, así que tengo que persuadirte de que te acerques. Una vez que estés listo… Un buen golpe en la cabeza no es más que un tremendo regalo: hay que recibirlo con gratitud. Te pone los pies en la tierra, te trae al aquí y ahora. Te has alejado tanto que sólo un estacazo en la cabeza puede traerte aquí.
[…] pero en cuanto entró en la habitación recibió un estacazo. Se sintió perplejo y mortificado: nunca nadie se había atrevido a golpearle hasta el momento, pero como una estricta norma del zen dice que nunca hay que decir o hacer nada a menos que lo diga el maestro, se retiró en silencio.
Se equivocó. Siguió la norma, pero no supo responder a la situación. Cuando sigues una regla, no te enteras de la situación. Él conocía la norma de que si el maestro no dice nada no se espera de ti que digas ni palabra… Y él no dijo nada. Tuvo que retirarse, pero en su interior se sintió herido.
El maestro le dio en la cabeza para traerle al presente, pero él se sintió herido, su ego se sintió herido. No entendió nada. Debe haber estado realmente muy obsesionado con el futuro. Y una persona obsesionada con el futuro casi siempre está también obsesionada con el pasado. Así es como se mueve el péndulo de la mente: del pasado al futuro, del futuro al pasado. Nunca se queda en el medio, que es donde realmente existe el tiempo.
Inmediatamente se dijo: «Nunca nadie se había atrevido a golpearme hasta el momento». Se lo dijo por dentro… Se fue al pasado: «Nunca nadie se había atrevido a golpearme hasta el momento». El maestro le zurró para traerle aquí ahora, pero él se fue al pasado. Saltó del futuro al pasado. Se perdió el punto intermedio… Siguió la norma…
Las normas no sirven con un maestro. Has de responder sin tener en cuenta las normas. Has de observar la situación. No la interpretas según tu mente. Has de observar sin la mente para percibir el hecho, lo que el maestro ha hecho. El maestro ha realizado un gran acto de compasión, pero no se ha enterado. El ego ha hecho de barrera.
Fue a ver enseguida a Dokuon, que iba a suceder a Ekkei como abad y le contó que planeaba retar a Ekkei a un duelo. «¿Es que no te das cuenta de lo amable que está siendo el maestro contigo? –le dijo Dokuon–. Esfuérzate en zazen y verás por ti mismo lo que significa ese tratamiento.»
Un gran acto de compasión. Un maestro está más allá de la cólera, más allá del ego, más allá de herir a nadie, pero por compasión incluso puede llegar a zurrar. La zurra es quirúrgica. El bisturí no se emplea contra ti. El bisturí no va en contra de ti. El bisturí no está en manos del enemigo. Está en las manos de un médico, de un cirujano. Te va a hacer un buen tajo. Ha de extirpar el desarrollo, la metástasis cancerosa del ego de tu interior. Es la operación quirúrgica más importante de todas. Y ha de ser duro, porque te ama.
Dijo Dokuon: «No te desconciertes, no te dejes confundir por eso, y no tomes ninguna decisión por el momento. Siéntate unos días en zazen».