Sherryl Woods

Castillos en la arena - La caricia del viento


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fuera de Los Ángeles. Era algo que le sonaba demasiado deprimente incluso a ella misma, a pesar de que en gran medida se sentía satisfecha con la vida que llevaba. Era como si perder la relación más importante que había tenido en toda su vida le hubiera quitado las ganas de volver a intentarlo.

      –Supongo que estoy demasiado ocupada para tener una relación seria –se limitó a decir al fin–. ¿Y tú qué?, ¿sales con alguien?

      –He tenido un par de citas, pero aún es demasiado pronto para que entre alguien nuevo en la vida de mi hijo. Estoy demasiado ocupado como para tener que preocuparme también por una relación; además, también estoy intentando ser respetuoso y tener en cuenta los sentimientos de los Farmer, la muerte de Jenny los dejó destrozados. Me odiarían por intentar reemplazarla si tuviera una relación seria, y las cosas ya están bastante tensas entre nosotros.

      –¿No te llevas bien con tus exsuegros?

      –No nos llevamos mal, mientras yo no haga nada que les cabree. Salir con alguien en este momento les cabrearía, y mucho.

      –Puede que tengamos motivos distintos, pero me da la impresión de que nuestros puntos de vista coinciden bastante.

      Él se volvió a mirarla y le preguntó, sorprendido:

      –¿Así es como lo ves?

      –Sí, ¿tú no?

      –Em, yo creo que nuestros puntos de vista no han coincidido desde que éramos unos adolescentes y nos sentábamos aquí en noches como esta.

      El inesperado dardo dio de lleno en la diana. Emily volvió a sentir que los ojos se le inundaban de lágrimas, y solo pudo contestar con voz queda:

      –Ah.

      –¿Estás a punto de llorar? –le preguntó, ceñudo.

      –No, claro que no –le aseguró, antes de secarse una lágrima con impaciencia–. Es que pensaba que… no sé, tenía la impresión de que las cosas iba mejorando entre nosotros, que estábamos haciendo las paces.

      –¿Eso es lo que quieres?, ¿que hagamos las paces?

      –Fuiste mi mejor amigo, y viceversa. ¿No te parece un buen punto de partida?

      –Sí, supongo que sí –saltaba a la vista que no estaba demasiado convencido.

      –¿No te parece posible?

      –Todo es posible. El hombre llegó a la luna, ¿no?

      –¿Estás poniendo la posibilidad de que volvamos a ser amigos en la misma categoría que un paseo por el espacio? –no supo si tomárselo a broma o sentirse insultada; al parecer, estaba convencido de que era muy improbable que pudieran retomar su amistad.

      –Eso parece.

      Verle tan lleno de dudas tuvo una extraña reacción en Emily; ni él mismo lo sabía, pero acababa de poner ante ella un reto irresistible. No sabía cuánto tiempo iba a pasar en Sand Castle Bay, pero de repente tenía una nueva misión: recuperar la amistad que había tenido con Boone en el pasado.

      Era una amistad que, al menos para ella, había tenido un valor incalculable… y había sido tan estúpida como para echarla a perder. Daba igual lo que opinara del matrimonio de Boone con Jenny, había sido ella quien, al marcharse, había dado pie a lo que había sucedido después.

      Boone se dio cuenta demasiado tarde del error que acababa de cometer. En cuanto vio cómo le brillaban los ojos a Emily, supo que acababa de lanzar un reto al que ella no iba a poder resistirse. Su intención había sido mantenerla a distancia, evitar que ella derribara sus defensas, pero lo que había conseguido era que se esforzara más que nunca por recobrar lo que habían compartido en el pasado o, como mínimo, por lograr que él le prestara atención; en cualquiera de los dos casos, estaba perdido.

      –No empieces a intrigar –le advirtió con severidad.

      –¿A qué te refieres?

      –Lo sabes tan bien como yo. Me refiero a los juegos, los retos… lo de siempre. Lo nuestro se terminó, Em. Se terminó hace mucho, y es mejor dejar las cosas tal y como están.

      –Boone Dorsett, ¿acaso estás insinuando que yo sería capaz de intentar influirte con mis armas de mujer con el único propósito de demostrar que tengo razón? –le preguntó, con el meloso acento que había logrado eliminar de su voz a base de entrenamiento.

      Él contuvo a duras penas las ganas de echarse a reír al oírla hablar con un acento sureño tan exagerado. No quería darle alas, aquel jueguecito podía ser muy peligroso.

      –Puede que no lo hicieras para demostrar que tienes razón, pero ¿para salirte con la tuya? Sí, claro que sí.

      Al ver que ella no dudaba en echarse a reír, Boone supuso que no estaba demasiado preocupada por todo lo que estaba en juego, que era mucho. Aunque él había hecho alusión a la difícil relación que mantenía con los padres de Jenny, Emily no tenía ni idea de que le amenazaban constantemente con luchar por la custodia de B.J.

      –Qué bien me conoces –comentó ella, en tono de broma–. En fin, ya veremos lo que pasa. ¿Tienes puesta la vacuna?

      –¿Qué vacuna?

      –La que te protege de las armas de mujer –le dijo, antes de parpadear con una coquetería exagerada de lo más inusual en ella.

      –Cielo, te aseguro que me he vuelto inmune –le habría gustado estar la mitad de convencido de eso de lo que intentaba aparentar. La miró y le preguntó con frustración–: ¿Por qué quieres volver a sacar a la luz todo esto?, ¿no te bastó con romperme el corazón una vez?

      Ella le miró perpleja; por primera vez desde que la conversación había tomado aquel cauce, la vio ligeramente desconcertada.

      –No voy a romperte el corazón, Boone.

      Aunque se lo prometió con una voz suave que rebosaba sinceridad, no logró convencerle del todo.

      –Los dos sabemos que acabarás por marcharte. ¿Qué crees que va a pasar si intentas empezar algo que no vas a poder terminar?

      Ella le observó en silencio con expresión pensativa, y al final asintió.

      –Vale, tienes razón.

      –¿En serio?, ¿vamos a volver al plan original? ¿Nada de locuras mientras estás aquí?

      –En serio, nada de locuras.

      Boone le sostuvo la mirada para intentar ver si se había tomado en serio su advertencia o se trataba de una triquiñuela para lograr que él se confiara. Lamentablemente, y a pesar de lo que la propia Emily pudiera creer, ya no podía leer su expresión como en los viejos tiempos… aunque otra posible explicación sería que ya no confiaba en sus instintos en lo relativo a ella; al fin y al cabo, en el pasado había tenido la certeza de que el amor que sentían el uno por el otro era lo bastante fuerte como para sobrevivir a lo que fuera.

      En cualquier caso, tenía la sensación de que lo que él acababa de reavivar entre ellos sin querer no había hecho más que empezar. Estaba claro que, si se atrevía a bajar la guardia, volvería a salir perdiendo de nuevo, pero en aquella ocasión la pérdida sería mucho más devastadora de lo que Emily podía llegar a imaginar.

      Cuando Emily entró en el Castle’s al día siguiente de su perturbadora conversación con Boone, sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la tenue luz que reinaba en el interior del local; cuando por fin pudo ver con claridad, vio al otro lado de la sala a un adonis que sería el sueño de cualquier mujer.

      Camiseta blanca que se amoldaba a un pecho amplio y estaba metida por dentro de unos vaqueros descoloridos y ajustados; cabello castaño teñido de reflejos dorados por el sol y un pelín largo; frente bronceada; manos grandes y callosas, que acariciaban la madera del mueble de la caja registradora tal y como una mujer soñaba que la acariciaran a ella.

      –¡Madre