Sherryl Woods

Castillos en la arena - La caricia del viento


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decir que su admiración no fuera sincera.

      Boone se detuvo a su lado; a juzgar por su sonrisa, le había hecho gracia su reacción.

      –Es Wade Johnson, ya te comenté que iba a pedirle que viniera hoy. Es el mejor ebanista de la zona, hace muebles a medida.

      –Apuesto a que eso no es lo único que se le da bien –murmuró ella, con la mirada puesta en las acariciantes manos del tipo sobre la madera.

      –Empiezo a plantearme si será buena idea presentártelo, se te ve bastante impactada.

      –Tendrías que estar celoso. Ese tipo podría hacer que una mujer se olvidara de su propio nombre, y de cualquier otro hombre.

      –Cuánto me alegra que te haya impresionado tanto, por eso le pedí que viniera –comentó él con ironía.

      Gabi entró en ese momento y se detuvo junto a ellos mientras sus ojos se acostumbraban al cambio de luz; al ver que su hermana parecía fascinada por algo, siguió la dirección de su mirada.

      –¿Ves lo mismo que yo? –le preguntó Emily, sin apartar la mirada de Wade.

      –¿El qué? –le preguntó Gabi, desconcertada.

      –El dios que Boone nos ha traído.

      Gabi volvió a mirar de nuevo a Wade, y se encogió de hombros en un gesto de indiferencia.

      –Bueno, supongo que es atractivo en plan obrero de la construcción o albañil, como esos que salen en las revistas de reformas del hogar.

      –¿Estás ciega? –le preguntó Emily con incredulidad.

      Wade alzó la mirada en ese momento, y sus ojos azules reflejaron diversión al ver que tenía público.

      –¡Eh, Boone! ¿Van a pagarme más por servir también de entretenimiento?

      –Solo si haces un striptease.

      –¡Madre de Dios! –susurró Emily. La idea la había impactado, pero exageró su reacción de forma deliberada.

      –Tranquilízate, Em –la voz de Gabi reflejaba exasperación, pero de repente debió de darse cuenta de lo que estaba pasando, porque la miró en silencio por un instante antes de echarse a reír–. Estás perdiendo el tiempo, hermanita.

      –¿Qué quieres decir? –le preguntó Emily, fingiendo desconcierto.

      –Sé lo que te traes entre manos.

      –Todos lo sabemos –comentó Boone, con una carcajada–, y no estoy celoso.

      Después de mirar ceñuda a su hermana, Emily se volvió hacia él y protestó con indignación:

      –¿Crees que me molestaría en intentar ponerte celoso?, ¿no te prometí ayer que no iba a empezar con jueguecitos de ese tipo?

      –Sí, pero fue una promesa que no me creí del todo –admitió él.

      –¿Le interesan a alguien mis propuestas para el mueble de la caja registradora? –les preguntó Wade.

      Fue Gabi quien respondió:

      –A mí sí, y creo que soy la única mujer de la sala que no supone ningún peligro para usted.

      Él la recorrió de arriba abajo con la mirada muy, pero que muy a conciencia, y entonces comentó:

      –Qué lástima.

      Al ver que su hermana se quedaba desconcertada ante aquel obvio flirteo, Emily se echó a reír.

      –Me parece que has logrado captar su atención, lo de fingir indiferencia siempre funciona.

      –No estoy fingiendo, tengo novio –le aseguró Gabi en voz baja, antes de mirar ceñuda a Wade.

      Emily hizo una mueca. No sabía quién era el tipo del que hablaba su hermana, pero, quienquiera que fuese, la relación no debía de ser demasiado seria; si lo fuera, él ya estaría allí echando una mano. Que ella supiera, ni siquiera se había molestado en llamar a Gabi con regularidad para ver qué tal iba todo.

      –Qué interesante –murmuró, al verla acercarse a Wade con una cautela inusitada; al parecer, el comentario que él había hecho había dejado muy confundida a su hermana.

      Boone se echó a reír.

      –Esto supone un problemilla para tus planes, ¿verdad?

      –¿Qué planes? –siguió fingiendo inocencia, aunque su actuación había perdido algo de credibilidad.

      En vez de contestar, él se inclinó y le dio un beso inesperado y demasiado fraternal en la mejilla.

      –No te preocupes, cielo, puede que me haya puesto un poquito celoso durante un par de segundos.

      –Qué alivio –masculló, enfurruñada, al ver que se lo tomaba a broma.

      Tendría que haber sabido de antemano que la treta no iba a funcionar. Boone siempre había sido un tipo sencillo y que confiaba en sí mismo, y nunca le habían gustado los juegos; que ella supiera, nunca se había sentido inseguro cuando estaban juntos, y ni que decir tiene que en aquel entonces no había tenido motivo alguno para ponerse celoso.

      ¿Qué le había hecho pensar que fingir que estaba interesada en un amigo suyo iba a funcionar en esa ocasión? Y no porque Wade no fuera digno de interés, porque la verdad era que estaba buenísimo; de hecho, le encantaría que Gabi se diera cuenta de lo sexy que era, estaba casi segura de que aquel tipo podía ser justo lo que necesitaba su hermana para darle una buena sacudida a aquella vida centrada en el trabajo que llevaba.

      En cuanto a ella, estaba claro que Wade no era lo que necesitaba para darle una buena sacudida a Boone; no, para eso iba a necesitar un plan muy distinto, así que iba a tener que pensar en ello con mayor detenimiento. Porque Boone había acertado en algo: no estaba dispuesta a cumplir su promesa de portarse bien.

      Cora Jane se apartó a toda prisa de Jerry cuando Boone y Emily entraron en la cocina, y se ruborizó avergonzada. No habría sabido decir por qué le causaba pudor mostrar la estrecha relación que había surgido entre los dos, ni por qué sentía la necesidad de ocultarle a sus nietas lo que sentía. A lo mejor era una anticuada que pensaba que tener un romance a aquellas alturas de la vida era inapropiado, que nadie iba a entenderlo.

      A Jerry le hizo gracia su reacción, ya que la miró sonriente y le preguntó:

      –¿Crees que no se han dado cuenta ya de que hay algo entre nosotros?

      –Puede que sí, pero no hace falta que confirmemos sus sospechas –le contestó ella en voz baja–. Prefiero vivir sin aguantar sus bromitas.

      Él se mostró comprensivo y se limitó a decir:

      –Como quieras.

      A diferencia de Boone, que parecía no haber notado nada raro, Emily estaba observándoles con suspicacia y preguntó:

      –¿Hemos interrumpido algo?

      –Para nada –le contestó Cora Jane, con toda naturalidad–. Jerry me ha pedido que pruebe la sopa de cangrejo para ver si está demasiado fuerte.

      El aludido le siguió la corriente y preguntó:

      –¿Cuál es el veredicto?

      –Está perfecta –le aseguró ella, antes de volverse hacia Boone–. ¿Qué tal va Wade con el mueble?

      –Tiene varias sugerencias, está hablándolo con Gabi.

      –¿Ah, sí?

      A Cora Jane le parecía que un hombre tranquilo y centrado como Wade sería perfecto para Gabriella, pero estaba convencida de que su nieta no iba a darse cuenta si no recibía un pequeño empujoncito en la dirección adecuada, ya que tenía tendencia a gravitar hacia profesionales estirados igualitos a su bendito padre.

      Por mucho que Sam fuera su hijo, Cora Jane era consciente de sus defectos y le