Arturo Villavicencio

Neoliberalizando la naturaleza


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de controlar pueblos y recursos y facilitar su manejo y explotación (minería, petróleo) o, por el contrario, mediante el reconocimiento de los derechos de propiedad a las poblaciones rurales para permitirles la entrada en negocios y joint-ventures ligadas al suministro de servicios ambientales (CO2, ecoturismo, bioprospección) o también, mediante la renta, concesión o transferencia de control de territorios controlados por el Estado a empresas o instituciones internacionales (Fideicomiso Yasuní-ITT)[2]. En este último caso, los procesos de re-regulación y territorialización son generalmente motivados por presiones de la financiación multilateral en nombre de las sinergias (aparentes) entre conservación y sostenibilidad, por una parte, y crecimiento económico acelerado por las inversiones alrededor de esas áreas. De esta manera, a través de la territorialización, los Estados neoliberales cumplen los imperativos de la financiación multilateral hacia la mercantilización de sus recursos (Igoe, Neves y Brockington, 2011).

      Se llega a una conclusión, que en principio aparece como paradójica: el mercado es al mismo tiempo creado y regulado por el Estado. Entonces, la neoliberalización no consiste en el retiro del Es­ta­do, sino que este cambia su papel para asegurar activamente el fun­cionamiento de los mercados ahí donde estos pueden zozobrar. Se trata, en definitiva, de un proceso dialéctico de desregulación-rerregulación asociado con nuevas economías de la circulación y acumulación del capital (Bridge y Jonas, 2002: 760).

      Una última característica del neoliberalismo tiene que ver con el uso de aproximaciones de mercado en el sector gubernamental. La utilización de parámetros de evaluación de mercado en las actividades remanentes del Estado es un mecanismo para garantizar su eficiencia. Eficiencia, según la ideología neoliberal, significa que la provisión de bienes y servicios a la sociedad o la capacidad reguladora de las instituciones del Estado deben operar como si se tratara de empresas privadas operando en un entorno competitivo. En el caso de que, por razones prácticas, una competencia artificial no pueda ser creada entre las instituciones del Estado, otros parámetros pueden ser usados como normas sobre la recuperación de costos, presupuestos equilibrados y altos estándares en la provisión de servicios. El Estado ideal, entonces, es aquel que piensa en términos de efectividad del costo, tasas de retorno, análisis FODA, marco lógico, árbol de problemas y otros métodos legítimamente aplicados por la empresa privada pero muy cuestionables en su aplicación a complejos problemas sociales y ambientales (Dávalos, 2011: 162).

      Neoliberalismo o neoliberalización

      El neoliberalismo ha sido promovido y auspiciado por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio y, por lo tanto, tiene una dimensión global real. Sin embargo, no se trata de un modelo único. Las dimensiones señaladas en la sección anterior representan el «modelo neoliberal». Este modelo no puede ser confundido con la realidad que el modelo trata de representar o describir (Castree, 2010: 1729). El término describe fenómenos dinámicos y complejos que por su naturaleza no son fijos, bien delimitados y estables. Por lo tanto, el neo­libe­ralismo no existe como tal en ninguna parte. El modelo, por definición, no se realiza como tal en una forma pura en el mundo real o, en otras palabras, no se realiza de manera uniforme y homogénea a través del tiempo y el espacio geográfico (Peck, 2004). Es necesario reconocer «las diferentes variantes del neoliberalismo, la naturaleza híbrida de sus políticas y programas y los múltiples y contradictorios aspectos de los espacios, técnicas y sujetos neoliberales» (Larner, 2003: 509). El neoliberalismo migra de un sitio a otro, interactúa con diferentes realidades que analíticamente no pueden ser reducidas a casos de una condición global uniforme (Barnett, 2010; Larner, 2003; Peck y Tickell, 2002). La idea del neoliberalismo como un modelo único global significa que cualquier esfuerzo de resistencia a las políticas neoliberales sería marginal y estaría condenado al fracaso. La realidad es más compleja y la crítica teórica y empírica debe enfocarse a desenredar esta complejidad, explorar sus consecuencias para la comprensión y acción (Castree, 2010).

      Insistimos aquí en que, al igual que la globalización, el neoliberalismo debe ser entendido como un proceso, concretamente como un grupo de procesos interconectados que se producen en contextos y escalas espaciales y temporales diferentes (Peck y Tickell, 2002: 383). Si bien se trata de procesos gobernados por características comunes, resulta errado conceptualizar el neoliberalismo como un conjunto de principios y reglas que implican una relación unidireccional entre principios, programas y prácticas diseminadas de una manera homogénea a lo largo del planeta. Mientras la retórica neoliberal deriva parcialmente su poder de la imagen de un Estado ausente y de su idealizada contraparte, una entidad independiente, liberalizada y competitiva, el contenido de las estrategias reformistas neoliberales y su puesta en práctica en contextos diferentes y a diferentes escalas tienen cierto parecido. Sin embargo, el contexto local a nivel institucional, económico y social determina el estilo, la sustancia, orígenes y resultados de las políticas reformistas. De ahí la coexistencia de los imperativos neoliberales con una variedad de formas de Estados –populistas, autoritarios, desarrollistas o socialdemócratas–. Estas observaciones nos llevan a la conclusión de que tiene más sentido hablar de neoliberalización en lugar de neoliberalismo en abstracto. Este último se refiere a un fenómeno fijo y homogéneo, mientras el primero a un proceso espacial y temporal (Castree, 2008: 137). Sin embargo, como se señaló anteriormente, esto no significa la imposibilidad de generalizar ciertas abstracciones de contextos diferentes.

      Así, las políticas neoliberales que cobraron fuerza en la década de los noventa en América Latina no fueron simples implantes de un programa neoliberal totalmente consistente y articulado. Ellas representaron incursiones políticas en la arena de una reforma orientada al mercado en el contexto de un conjunto de condiciones de entorno que, en retrospectiva, fueron propicias para reacciones de estilo de mercado, pero que de ninguna manera proveyeron una hoja de ruta inequívoca para los nuevos empoderados reformadores. Estas condiciones de entorno incluyeron el agotamiento del keyne­sianismo y las políticas de sustitución de importaciones, la reglobalización de las finanzas, las presiones sociales en los Estados desarrollistas, las crisis petroleras, entre otras (Peck, 2004: 401).

      Los límites de la mercantilización

      D. Harvey (2016) sostiene que «el objetivo de toda teoría social es la creación de marcos de comprensión, un aparato conceptual elaborado, que permita entender las relaciones más importantes que operan en la intrincada dinámica de la transformación social». Desde hace ya varios años, un considerable esfuerzo intelectual ha sido desplegado con el fin de estructurar un marco conceptual y analítico que permita dar respuesta a las preguntas sobre las razones para la neoliberalización de la naturaleza, los mecanismos de su realización y los efectos de este proceso sobre las sociedades y la naturaleza misma. La literatura sobre estos temas es abundante y continúa creciendo exponencialmente. Aunque los estudios y análisis abordan estos temas bajo diversas perspectivas, en distintos contextos y a diferentes escalas, algunos conceptos teóricos subyacen en todos ellos como herramientas indispensables para descifrar la complejidad