Arturo Villavicencio

Neoliberalizando la naturaleza


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que abarca una pluralidad de material y elementos discursivos que le dan el carácter de un fenómeno político-económico amorfo. Sin embargo, es posible identificar un conjunto más o menos estable y delimitado de significados interrelacionados que son aplicados de una manera relativamente consistente por los investigadores académicos. Para la comunidad interdisciplinaria de científicos sociales el término neoliberalismo describe uno o más de los siguientes tópicos interrelacionados (Castree, 2010):

      1. En primer lugar, una visión del mundo; es decir, un cuerpo normativo de principios, objetivos y aspiraciones cercanos a una filosofía de vida o algo similar. El papel del Estado como el garante de la máxima libertad individual y de la independencia de las instituciones y el mercado como el mecanismo óptimo para la asignación de recursos son la esencia del credo neoliberal.

      2. En segundo lugar, un discurso o programa político; es decir, un conjunto de valores, normas, objetivos y propuestas políticas asociadas, formuladas por quienes controlan o buscan el control del aparato del Estado. De manera típica, las propuestas de políticas giran en torno a la privatización, mercantilización, desregulación y rerregulación, aplicación de criterios de mercado en el sector estatal, creación de instituciones de la sociedad civil y comunidades autogobernadas y autosuficientes.

      3. Tercero, un conjunto de medidas políticas prácticas: políticas macroeconómicas, políticas industriales, mercado laboral, políticas sociales, políticas educativas, entre otras, muy familiares para los países en desarrollo a través de los llamados programas de ajuste estructural.

      A pesar de que en muchos respectos el esfuerzo de investigación en este multicolorido campo está todavía en etapas tempranas, algunas dimensiones de partida para una crítica de sentido común emergen frente a la tendencia simplificadora de equiparar neoliberalismo con globalización y debilitamiento del Estado (Peck, 2004). Estas dimensiones se manifiestan a través de la constitución y reconstitución de procesos interrelacionados que tienen una incidencia directa, o mejor dicho, moldean y regulan las relaciones entre las sociedades y el mundo biofísico. Estos procesos son brevemente resumidos a continuación (Bakker, 2005; Castree, 2008).

      a) Privatización, es decir, la asignación de derechos de propiedad a aspectos del mundo social y natural que no han tenido propietario o han sido propiedad del Estado o de propiedad comunal. La privatización representa siempre un cambio de las relaciones sociales con el mundo no-humano, modificando los derechos de acceso, uso y eliminación de los componentes físicos de la naturaleza o ciertas representaciones de ella (propiedad intelectual) (Castree, 2011: 36). Este proceso tiene lugar bajo distintas modalidades, desde el tradicional cercamiento (enclosure) y concesión de territorios a empresas transnacionales para la explotación de recursos (minería, energía, madera), la transferencia de la gestión de recursos naturales (agua, energía), tradicionalmente bajo la autoridad del Estado, a empresas y corporaciones, o la transferencia de responsabilidades y control del manejo de territorios (parques nacionales, áreas protegidas, hábitats naturales) a organizaciones y empresas (generalmente extranjeras). En todos estos casos está claro que un conjunto de políticas centradas alrededor de la naturaleza altera con diferente intensidad los derechos de acceso y uso de una variedad de bienes económico-sociales en un proceso de acumulación por desposesión o simplemente de despojo verde [véase el epígrafe «El despojo verde», en pp. 63-71].

      b) Comercialización, que en relación con la esfera biofísica, implica dos cosas que conllevan ambas el intercambio de dinero entre vendedores y compradores. La primera es el derecho de los compradores de usar in situ algún elemento del mundo no-humano sujeto al establecimiento de un precio por parte de los vendedores; la segunda, el derecho de los compradores de adquirir, sujeto a un precio, algún elemento del mundo no humano abstraído de su contexto biofísico. La comercialización produce cambios en las prácticas de gestión que introducen principios mercantiles (eficiencia), métodos comerciales (evaluación costo-beneficio) y objetivos concretos (maximización de la ganancia). En una sociedad neoliberal la comercialización presupone privatización, pero no viceversa. Se trata de dos procesos distintos, no necesariamente concomitantes. Mientras la privatización implica cambios organizacionales, la comercialización implica cambios institucionales (en el sentido sociológico de normas, reglas y hábitos). Por lo tanto, privatización y comercialización, aunque interrelacionadas, deben ser entendidas como procesos diferentes. La privatización puede ocurrir sin que tenga lugar una comercialización completa (Bakker, 2005: 544).

      c) Mercantilización implica la creación de un bien económico a través de la aplicación de mecanismos dirigidos a la apropiación y estandarización de una clase de bienes y servicios que permitan a estos bienes y servicios ser vendidos a un precio determinado a través de los intercambios de mercado. Esto implica cambios en las instituciones que rigen el manejo de recursos, una condición necesaria pero insuficiente para la comercialización (Castree, 2011: 37; Bakker, 2005: 545).

      d) Desregulación o retirada del Estado como propietario o administrador de bienes y servicios biofísicos que tiene lugar bajo dos argumentos fundamentales. El primero tiene que ver con el supuesto fracaso de su capacidad, ya sea por razones financieras o administrativas, de proveer esos bienes y servicios a precios y estándares aceptables para la sociedad. El segundo se refiere a la persistente creencia de que bienes y servicios de mayor efectividad del costo y mejor calidad pueden ser provistos por la empresa privada operando en un mercado competitivo. En general, el fenómeno de desregulación tiende a ser visto co­mo un proceso de debilitamiento del Estado en el marco del contexto de la globalización; de ahí la difundida percepción de equiparar neoliberalismo, globalización y reducción del Estado. Sin embargo, la globalización económica no implica la «muerte» del Estado nacional. Ahora se reconoce ampliamente que los estados nacionales, lejos de debilitarse en la insignificancia, permanecen como importantes actores de los procesos de neoliberalización y globalización; que ellos son actores de estos procesos y que los logros alcanzados a lo largo de este proceso han implicado la reestructuración y reorganización de las capacidades del Estado antes que su erosión y destrucción (Peck, 2004: 394). Por consiguiente, contrario a su autorrepresentación discursiva, el neoliberalismo no puede ser reducido a un simple proceso de sustitución del Estado por los mercados ya que, en la práctica, los mercados ya sean privatizados o desregulados, requieren ser gestionados y monitoreados (a menudo por una nueva estirpe de tecnócratas) y, lo que es más importante, los mercados nunca han ocurrido ni ocurren de manera espontánea y autorregulable (Polanyi, 2001 [1944]). La contracción del Estado no se aplica al Estado en general, sino a instituciones específicas que caracterizan varias formas de los Estados (socialistas, desarrollistas, socialdemocracias). No se trata de una condición genérica de más mercado menos Estado, sino la aparición de nuevas formas cualitativas en las relaciones Estado-mercado; en otras palabras, de un proceso de rerregulación del papel del Estado (Peck, 2004).

      e) Rerregulación significa, entonces, que las instituciones de gobierno que operan de una manera neoliberal tratan de hacer una realidad, cuando es posible, la privatización, la mercantilización y la comercialización de la naturaleza. A lo largo de sus etapas iniciales, durante la década de los ochenta, la ideología neoliberal dio por sentado que la operación espontánea de las fuerzas del mercado era suficiente para cubrir las necesidades de regulación a medida que el gobierno se retraía. Ya en la década de los noventa quedó claro que las fallas cuasi sistémicas en áreas como transportes, alimentación, medio ambiente, y aun en los mercados de trabajo y financiero, requerían respuestas más allá del estrecho repertorio de las recetas neoliberales convencionales. Estas nuevas respuestas incluyeron, entre otras, la apropiación selectiva de la idea de «comunidad» y el uso de métricas fuera del mercado, la incursión del discurso y técnicas de capital social, la irrupción de la idea de gobernanza y partenariado y nuevos arreglos institucionales y reglamentarios para la protección ambiental. Por supuesto que estos cambios no se han reproducido de manera homogénea en los diferentes espacios. Estos han sido asociados con la intensificación de los mercados de desarrollo desigual que ha ido creando desafíos y oportunidades para el proyecto neoliberal (Peck y Tickell, 2002: 392).