Antonio Gallo Armosino S J

El Acontecer. Metafísica


Скачать книгу

actos que se dan en una intuición intelectual son más evidentes, más estables que las experiencias sensibles. En estos, la presencia del «actor», que soy yo, adquiere nuevas dimensiones mucho más poderosas y generales. La razón se encuentra en la proximidad inmediata del «ser» intelectual y espiritual. No se da un «yo conozco genérico», sino solamente un «yo conozco… este objeto», indicado por este «acto». No se da una conciencia prefabricada a la cual se le aplica un «ser acto», sino que se produce un «acto» en el que se genera la «conciencia de ser...» (loc. cit., pp. 24-25). Es arbitrario afirmar que algo se extiende «más allá de mi experiencia»; no hay un más allá de la experiencia. La experiencia misma es la que «viene a ser». No hay un más allá ni un más acá, sino un «es» que crece en todas las dimensiones, una de las cuales será el «yo», pero no es la única. Aquí recordamos la espléndida frase de El banquete: «la mortalidad encierra la inmortalidad». Siempre se trata de experiencia. Al contrario, el escolástico ve la experiencia desde la conciencia (ibid., pp. 25-26).

Figura 11 Figura 11

      7. El primer ser es el de la experiencia originaria. En la experiencia se manifiesta el «es» (es evidente, hace frente). ¿A qué se debe este «manifestarse»? Solo es la prioridad de la experiencia «en acto», o el ser de la experiencia, que es la que revela. Revelar es hacer ver: hacer ver sus posibilidades actuadas (en el acto).

      Utilicemos un ejemplo concreto:

      Camino por la calle y atravieso la calzada por esta pasarela. Primero veo la pasarela; esta es una experiencia previa. Ahora, al pasar, la pasarela es cosa previa: la veo, la paso.

      1 El pasar es este acto que reúne la pasarela con el usuario, es decir, el transeúnte.

      2 El acto es de los dos: ambos realizan ese doble acto. El acto es doble, actúa en mí y en la cosa de manera diferente. Al primero lo hace pasar; a la otra, la deja ahí.

      3 La pasarela no pasa... hace pasar al hombre. En este «hacer pasar», actúa (¿o es actuada?).

      4 El viajero pasa (en, con, por) la pasarela. Ambos unidos y contrarios. Sin esta unidad no habría acto; sin la diversidad, nadie pasaría. La unidad lleva la duplicidad en sí.

      5 La pasarela no hace nada... solo está ahí, pero no solo deja pasar, lo hace.

      6 El arbolito que está al lado de la pasarela, también deja pasar, pero no actúa ni es pasarela.

      7 El «acto» es acto del pasajero: es moverse; son dos actores.

      8 Es acto de la pasarela (resistir, acompañar, llevar, dejar pasar).

      9 No pueden darse por separado: si hay un acto, es doble (o múltiple).

      10 No son iguales: cada uno actúa a su modo; son dos vertientes contrarias, opuestas.

      11 El acto mismo, en cuanto realización, también es doble: es uno y doble [¿aporía?, ¿contraste?]. La doble cara del acto del pasar –la experiencia– tiene dos contenidos: yo paso –me vuelvo pasajero–, esta cosa rige, se vuelve pasarela = «es» (estoy en el acto-está en el acto). El acto es:

      Figura 12

      Figura12 Figura12

      La palabra límite entre los dos no es muy apropiada. El límite limita... ¿a quién?, ¿qué es el límite entre los dos? El límite, en este acto, no es una línea divisoria. Es un contacto trenzado de fuerzas... colaboración. El límite no debería ser ni yo ni la pasarela. Pero esto no es posible porque «es» ambos; va en contra de la línea del nihilismo: la nada. No es nada porque es ambos. Tampoco puede decirse que «se refieren el uno al otro» (ibid., p. 27); no solo se refieren, interactúan en un proceso largo y continuo, coexisten y coactúan. El referirse sería solo un concepto, mientras interactuar es una dinámica que evoluciona: actúan dos fuerzas dispares. Antes de llamar «no yo» a uno de los dos opuestos es necesario percibir la «unidad múltiple», una unidad de opuestos. Estos se intuyen y pueden ser dos o más. [La pasarela no solo rige y resiste, sino que también orienta, condiciona].

      8. El acto y yo. Para este «autor», el acto, que soy yo, comprende tres cosas:

      1 Experiencia del acto = el acto se da

      2 Conciencia del acto = el acto es advertido

      3 Conocimiento del acto = el acto es comprendido

Figura 13 Figura13

      El primero es el conjunto mayor –(a)– que incluye un subconjunto –(b)–, el cual, a su vez, engloba un subsubconjunto –(c)–, tal como se muestra en el esquema: (sin confundir «inclusión» con «implicación»: el conjunto mayor «incluye» al siguiente y, al revés, el subconjunto implica el conjunto mayor, del que es miembro).

      La experiencia efectúa el acto (un ser) y provoca la conciencia, de la cual surge el conocimiento formal. El acto «es» primero. Para decirlo con exactitud, es la actividad experimental la que ilumina la conciencia, es decir, la hace brillar, prende su luz. La actividad no implica necesariamente conocimiento. Pongamos un sonámbulo: camina de noche sin saber que camina, igual dígase de los drogados y de los locos. De forma contraria, un conocimiento «implica» la conciencia. No se puede «pensar» en algo (conocimiento) sin darse cuenta (conciencia), pero se puede tener una «experiencia» antes de darse cuenta (conciencia).

      La «implicación» es simplemente un nexo lógico. Al contrario, «actuar» es producir, realizar algo. Producir, como dice la palabra, es «poner delante», es hacer ver, poner en claro. Producir no es implicar, sino efectuar –prender la luz físicamente–. La experiencia produce la conciencia, pero no la implica. La «implicación» va en sentido contrario de la inclusión o producción. La conciencia «implica» el efecto experimental del mundo de la vida, pero no al revés, ya que va del subconjunto al conjunto; la conciencia implica el horizonte de la misma. No puede decirse que el pensamiento «pone claridad en la acción» (loc. cit., p. 28). En un primer momento experimental, el que precede la reflexión, el pensamiento, es proyectado por la acción, es decir, «brota» de la acción como de su fuente inmediata. Solo en segunda instancia puedo descubrir en la conciencia cierta autonomía en el pensamiento.

      ¿De dónde nace, entonces, la separación entre el «yo» y el «no yo»? Muchos como nuestro autor la dan por supuesta. En realidad, la oposición neta entre el «yo» y el «no yo» es efectuada conceptualmente por la mente. Se trata de dos conceptos muy bien definidos en cuanto a conceptos, pero no como realidades experimentales. La mente es libre de expresar a su modo cualquier concepto, ya sea real o bien un pseudoconcepto. De ahí derivan lo que Schrag llama «unidades granulares», que pertenecen a la mente y no a la experiencia. No hay un punto de vista capaz de «trascender» el «yo» y el «no yo» (ibid., p. 29) y «que englobe» en una sola mirada el «yo» y el «no yo». La idea de «trascender» también es eso, una idea, y se logra como fruto de una reflexión posterior. El «yo» es trascendental por su capacidad de hacerse a lo «dado» experimental, de enfrentarse al ser. Enfrentarse significa «estar con», «devenir». Y esta trascendentalidad nunca llega a ser una posibilidad completamente agotada; pero esto no significa partir el ser entre el «yo» y el «no yo». Precisamente en su trascendentalidad la conciencia se aclara en la experiencia, pero nunca es «definitiva». Lo que es definitorio es el Lebenswelt. La vida es la fuente de la posible comprensión; ella es su horizonte, aquello que se expresa en seres significados, signos que deben ser comprendidos.

      9. La voluntad. En la actividad de experimentar, se efectúa también el acto de la voluntad como principio de acción, pero esta actúa también en posición