aunque sus problemas puedan moverse en un horizonte más amplio y especulativo que el mismo ser. La unidad que aquí se busca no debe necesariamente tener la forma de un primer principio, ni mucho menos de un absoluto. Puede conservar toda la heterogeneidad, que es propia de la vida misma, que se da en forma inmediata y sorprendente en la experiencia: «La unidad del ser del mundo puede tener también otras formas, por ejemplo, la de una conexión, de un orden, de un conjunto de leyes o de una dependencia múltiple, en sí».
4 Comparación entre la filosofía primera y una filosofía última. Como se ha visto, el único camino es el de partir de datos inmediatos, y no de principios o supuestos teóricos. Hay que ir al encuentro de la realidad, aunque sea parcial y secundaria. Solo desde este fundamento se puede esperar una elevación hasta principios válidos, generalmente con el carácter de un valor científico. Los fenómenos dados son los encargados de revelar los principios que se buscan. Nada extraño que estos «estén no menos encubiertos por estos últimos, escondidos tras de ellos» (ibid., p. 37). Aquí está la razón por la cual no pueda mantenerse la antigua ontología. Aquella procedía deductivamente de principios con la pretensión de esbozar la armazón del ser del mundo, al partir de unos pocos principios evidentes por adelantado: por ejemplo, los principios de contradicción y el del tercer excluido como medios de demostración. Para nosotros, el conocimiento del ser avanza de lo secundario a lo primario, sin olvidar que lo secundario es el fundamento, mientras lo primario no deja de ser una expresión racional y generalmente abstracta de lo que es concreto y posiblemente no «racionalizable».
5 ¿Cómo formular, pues, los resultados del encuentro? Los conocimientos, sean estos conceptos elaborados por la mente o abstracciones de conocimientos particulares, deberán siempre ser expresados en el lenguaje corriente. Las expresiones que comunican estos resultados serán necesariamente sintéticas y a menudo oscuras, como muestran ser los conocimientos que pretenden expresar. Esto impone la necesidad de divisiones y subdivisiones que podrían dar la apariencia de un procedimiento deductivo apriorístico. Esta apariencia no es totalmente evitable. A menudo la exposición deberá utilizar un camino accesible psicológicamente: entonces, la ratio essendi no coincide con la ratio cognoscendi. Aun si se trata de adherir al ser existente, deben utilizarse categorías de la mente, elaboradas genéricamente: «Tiene pues la exposición cierta libertad frente al camino del conocimiento, no de otra forma de la que tiene este frente al orden del ser».
6 En la comparación entre las ontologías nueva y la antigua, se hacen valer algunos de los antiguos temas; sin embargo, es necesario, en primer lugar, hacer referencia a los problemas actuales y a la ciencia actual. Con esto, Hartmann queda todavía anclado al orden tradicional de los temas generales del ser y de los temas específicos, como un orden: «Arraigado inmutablemente en los fenómenos fundamentales, independientemente de las mudanzas en la manera de plantear y atacar un problema» (ibid., p. 41). Y esta es también la razón por la cual no podremos hoy seguirlo en el mismo orden.
Para terminar esta sección, de las cuatro lecturas anteriores se han descubierto valores y propiedades del «ser», sin encontrar un camino organizado para la construcción sistemática de la ontología. Ahora, abramos el horizonte hacia una ontología fenomenológica: primero, seguir un modelo análogo en Gabriel Marcel; luego, aplicar el «método» con todo su rigor y fuerza constructiva, en un encuentro directo.
11. Véase Obras completas (2011).
12. Véase Philosophia practica universalis, mathematica methodo conscripta (1703).
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 2
EL ENCUENTRO CON EL SER
En Être et avoir (1968, p. 12), Gabriel Marcel considera que los temas metafísicos son los únicos necesarios. Pero esto presupone, al menos, la apertura de mi propio yo hacia el conocimiento ontológico; también presupone resuelto el problema del conocimiento de las cosas, lo cual solo nos dice el «cómo» lo vemos y no lo que la cosa es. Ante la pregunta directa, debe intervenir un proceso de análisis, que implica la dilucidación atenta de ciertos aspectos de lo dado. Esto significa la estructura de un método que nos ayude, sin olvidar que la conquista del ser está condicionada por el método. La labor metafísica es precisamente esta: un análisis que desarrolla un camino de aproximación, con conocimiento que los resultados establecidos estarán en proporción con el método. El método que se ha esbozado en la introducción es fenomenológico, de acuerdo con una epistemología de la «reducción» (epojé). Este nos conduce a plantear la pregunta sobre «¿qué es?» a partir de la experiencia intuitiva de las cosas. Veo algo en mi ventana: una ardilla... Y le aplico la reflexión crítica (descripción, reflexión y reducción).
Mi yo conoce en un acto este ente particular, que es particular
para mi intuición.
La intuición despierta la conciencia.
Me pregunto, ¿qué es?: cosa, persona, condiciones, cualidades,
relaciones.
Reduzco el qué para descubrir el sentido.
La reducción fenomenológica separa las dimensiones del ser: ¿es una cosa?, ¿es viviente?, ¿es natural?, ¿es un animal del bosque?, ¿posee inteligencia?, ¿es educable?, ¿tiene relación con otras cosas?, ¿con la piñas de los pinos, las piedras del río, el camino, la montaña? Y las estudia en forma específica para penetrar en profundidad. ¿Las demás cosas también son entes?, ¿hay algo común?, ¿hay un ser común o cada uno tiene su ser?
1. Primera parte. Nueva aclaración
Para un acercamiento al ser, nos orientamos según el modelo de Gabriel Marcel en su obra El misterio del ser (1964). La primera parte está dedicada al aspecto gnoseológico y crítico. La idea central de Marcel se expresa con «exigencia de trascendencia», por la cual el mundo y la verdad cobran sentido. La verdad se convierte en un valor a perseguir. La verdad misma como el ser se sitúan en su contexto existencial: el ser en su situación, y en la experiencia de la vida. Desde la vida se emprende el camino de análisis que profundiza hasta lo más insondable del ser que en su última etapa se convierte en misterio. Los capítulos tres y diez («La exigencia de trascendencia» y «La presencia como misterio») se colocarán al final, como una tercera parte, como lo más elevado en la contemplación del ser.
La segunda parte es la que enfoca directamente el ser en cuanto ser. La pregunta es directa y simple: ¿qué es el ser?, y exige una respuesta inmediata. Esta pregunta, dice Marcel, es siempre legítima y auténtica si refleja una experiencia. Lo que se experimenta en realidad es mi ser que se encuentra en mi experiencia.
Ahora, al reflexionar, nos preguntamos: ¿qué significa? El lenguaje de Marcel, precisamente para estar más cerca de la realidad experimental es un lenguaje cotidiano. No busca demostraciones o razonamientos especulativos, sino que narra la experiencia como se presenta a diario; para captarla son necesarias metáforas, ejemplos e imágenes. Las metáforas se repetirán constantemente en búsqueda de nuevas figuras, para representar lo no representable: ¿qué es la vida misma que se da en la experiencia? Entre otras, utiliza las metáforas siguientes: espacial, musical, de la actuación teatral, para, como él mismo dice, «no quedar atrapado en una metáfora, renovar constantemente una y otra». Este tipo de discurso se convierte en un instrumento metodológico para evitar la «acechanza del verbalismo».
Con ello, se logra una trasposición concreta de la «experiencia al pensamiento», con ilustraciones concretas. Al regresar a la publicación de la obra (1951), reconoce que los problemas no han cambiado y que los temas metafísicos son realmente los únicos temas necesarios de la filosofía. Entonces, la actividad actual no consiste en repetición, sino en desarrollar los núcleos del pensamiento primitivo. Con la metáfora musical, dice: «producir “un