José Luis Corzo Toral

Con la escuela hemos topado


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nihilismo, ni relativismo, ni agnosticismo escéptico. Aún podemos aprender, inquirir, reflexionar, orientarnos y decidir libremente. Aunque por el momento triunfe el pragmatismo económico –más dañino que el hedonismo– y nos invada por doquier una «indiferencia globalizada», como avisa el papa Francisco, aún no ha llegado el «sálvese quien pueda» ni se ha generalizado el odio al diferente. Si hemos generado una escuela competitiva y selectiva de los mejores –desde pequeñitos–, la culpa también es nuestra, de los padres y docentes, y hasta de los alumnos más mayores. Reconocerlo merece buscar una mínima antropología común.

      No se trata de optar por alguna comprensión total del ser humano entre las muchas posibles; basta con ponernos de acuerdo en algunas certezas, como su ser efímero y caduco –¡nos morimos todos!– a la vez que maravilloso y capaz de sentirse eterno en cada presente. Desde el platónico «bípedo implume» o el aristotélico «animal racional» y «político», y hasta la «pasión inútil», de J.-P. Sartre, por ejemplo, hay diseños del hombre donde elegir. Pero nos contentamos con una filosofía existencialista orientada hacia el personalismo, un humanismo perfectamente laico, por muy cristiano que parezca. Lejos del egocéntrico «pienso, luego existo» cartesiano, comprendemos la persona vinculada al tú y al otro, relacional y responsable. Vemos al ser humano en relación permanente con el otro –y hasta con el totalmente Otro– y le vemos tejer su propio relato en busca de un horizonte de sentido donde insertarse 24.

      El escolapio italiano, pensador y teólogo Ernesto Balducci expresó con sencillez lo que buscamos: «Quien todavía se profesa ateo, o marxista, o laico, y necesita de un cristiano para completar la serie de representantes sobre el escenario de la cultura, que no me busque. Yo no soy más que un hombre» 25.

      b) El dinamismo humano parece muy sencillo

      Me atendré a los hechos más que a las teorías y ensayaré después una modesta interpretación. Contemplo y anoto con ingenuidad dos hechos que condicionan a la gente de hoy, y especialmente a los jóvenes. Nada más.

      El primer hecho es su necesidad de adaptarse al ambiente sociocultural dominante –ahora no hablo de cambiarlo– y que hoy comporta una creciente competitividad económica y laboral, típica del capitalismo. El segundo es su relativo margen de libertad y de creatividad personal no absorbido del todo por la pesada necesidad anterior. Dicho más sencillamente: los jóvenes no tienen más remedio que adaptarse al sistema competitivo y, junto a ello, también pueden crear algo propio en sus espacios de libertad. Nos es fácil verificarlo en la inmensa mayoría de chicos y chicas conocidos: acaban pasando por el aro común, y algunos logran cierta originalidad creativa en lo que llamaríamos deprisa su tiempo libre.

      Solo con la primera parte no tienen poca tarea: adaptarse al sistema y hallar un hueco propio dentro de él. Admiro a las chicas y chicos que veo por la calle, en el metro madrileño o por televisión: se buscan la vida mientras van y vienen a clase, o a algún trabajillo inicial, o a hacer sus prácticas laborales, o a ninguna parte, con un buen peso a sus espaldas infinitamente mayor que sus mochilas. Los mayores que circulan por esos mismos sitios no lo llevan, su peso es más liviano y, mejor o peor, ya han aterrizado, pero los jóvenes todavía no: tienen ante sí todas las ilusiones posibles, pero con muchísimas dudas y no pocos miedos. ¡Faltan por concretar tantas cosas!, ¡hasta su aspecto físico, su orientación sexual, sus aprendizajes más urgentes y necesarios! 26 Y además se ven ante un rápido futuro que se les echa encima.

      Y, por si ese peso fuera poco, se suma con la otra instancia: su propio margen de creatividad se ve solicitado por tendencias, modas, propaganda, aficiones, situaciones y relaciones con gente nueva y diferente de sus círculos cotidianos o casuales y hasta por Internet. Relacionarse y encontrar su pareja es una tarea importante frente a la soledad y también pertenece a su propio margen de libertad.

      Por lo demás, no sé si la creatividad juvenil de estas dos décadas del siglo XXI los llevará más o menos lejos de cuanto recorríamos a su edad en el 68, cuando muchos viajaron sobre las drogas y sobre los nuevos moldes de la vida hippy. Los actuales, sin duda, viajan más kilómetros reales sobre sus erasmus o, los menos pudientes, por su cuenta; y no digamos los emigrantes de tantos países y lugares, forzados por la falta de trabajo y de un futuro mejor. También los voluntarios se van muy lejos de sus hogares a mundos donde su horizonte vital se enriquece enormemente. Entre ambas urgencias –un hueco en el sistema y un cielo libre y personal–, la gente de hoy vuela desde su adolescencia y pubertad muy lejos en busca de sí misma.

      Paulo Freire añadiría a esta instantánea una tercera urgencia más honda y humana: transformar la realidad. Además, puede que esta sencillez se complique con el subsuelo del que se nutren las raíces de los jóvenes actuales. Los adultos apenas lo percibimos, pero conocer el inconsciente de una época 27 es más importante y difícil que redactar al respecto un capítulo auxiliar (el segundo).

      c) Radiografía del devenir existencial y educativo

      De esa sencilla descripción de la juventud se puede hacer una radiografía con la pauta teórica de dos buenos autores ni siquiera de primera fila: entre sus obras han pasado más de cincuenta años, pero los prefiero por moverse ambos en un contexto pedagógico.

      Miguel Benzo, en un libro de 1963 para universitarios 28, describió al ser humano como un ser temporal, caduco y a diario entre presente, pasado y futuro; libre relativamente, claro está; acosado además bajo la amenaza del dolor, de la muerte y de una especie de destino anónimo conductor, y, por fin, como un ser ansioso, que parece no coincidir nunca consigo mismo y con sus ideales y, en el mejor de los casos, en busca de verdad, bondad, hermosura y compañía. Son cuatro elementos que iluminan y explicitan los dos raíles antes descritos y reclaman la resistencia y fuerza creadora del hombre sobre sí mismo y sobre la historia.

      Vincenzo Costa, profesor de Filosofía en la Universidad de Molise (Italia), publicó en 2015 su Fenomenología de la educación y la formación, que las describe como parte del mismo proceso vital humano:

      Un dinamismo originario de la existencia [...] mediante el cual un ser humano entra en un horizonte de sentido [...] Se inserta en una trama de sentido –o se apropia de ella– [...] Un proceso vinculado a una interpretación precedente para construir una nueva, guía de nuevas acciones 29.

      Se trataría del devenir personal –existencial, biográfico y educativo al mismo tiempo– del que Costa acentúa la tonalidad emotiva que tiñe nuestra atención y contacto con el exterior, hasta percibir algún sentido posible para la propia vida. En realidad, dice, todos experimentamos significados más que objetos (p. 186) y acentúa también la necesaria narratividad de nuestra mente, pues «vamos siendo» en el tiempo y «el presente siempre es posterior al futuro» (p. 179). Por eso, a veces nuestro malestar depende de un «malcontarnos» a nosotros mismos. Como no podía ser menos, Costa también insiste en que nuestras relaciones interpersonales son fundamentales, pues «la identidad no preexiste a la relación» (p. 227). De ahí el enorme riesgo infantil y juvenil de encerrarse en alguna tribu de iguales. Algo que tampoco debería pretender escuela alguna, sino estar abierta a todos, según dijimos.

      También esta fenomenología enriquece nuestra descripción inicial y destaca la necesidad de construir –o encontrar– sentido dentro del horizonte vital, además de la importancia de las relaciones personales y de nuestra acción en el mundo.

      d) Una síntesis educativa modesta y propia

      Hace ya mucho tiempo que con la aportación teórica de estos y otros autores verifiqué mejor mi propia síntesis pedagógica perfilada con las notas filosóficas del mismo Paulo Freire, del que tomé su concepto fundamental de desafío existencial. Y, en resumen, yo diría sencillamente esto: nos vamos haciendo como persona ante los desafíos de la vida común en torno a nosotros. Cada uno los responde –o los evita, que ya es una respuesta– por sí mismo (según sus límites y su relativa libertad) y, casi siempre, según las respuestas a su alcance dentro de su propia red de relaciones. Es la red en la que hemos captado –o no– muchos de los desafíos. En definitiva,